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El romance del conde Arnaldos

en Cultura Celta/Historia por
El romance del conde Arnaldos

Magia y Épica en la literatura medieval: El romance del conde Arnaldos

El Romancero es uno de los grandes tesoros de la cultura española y de la Hispanidad. Una maravilla de poesía popular, mayormente de carácter épico, hecha para ser cantada y acompañada por música, que a lo largo de la Baja Edad Media se fue decantando en las letras españolas posiblemente, a partir de fragmentos de antiguos Cantares de Gesta alto medievales, hoy día ya perdidos. También de episodios desarrollados por los juglares a partir de personajes, historias o situaciones, que en origen se remitían a ciclos narrativos de mayor alcance, pero que el juglar adaptaba a su público buscando mayor conexión o complicidad con las querencias e imaginario de éste.

El mundo del Romancero nos señala así tanto a los horizontes épicos de una gran narrativa, en la que los capítulos más memorables de ésta eran readaptados y acotados a la formula más inmediata y directa del Romance; como al gusto por temáticas que se encuadrarán en los marcos y contextos de la épica del romance, pero que remitirán hacia un imaginario de carácter más popular. Siendo entonces que tendremos romances sobre el rey don Rodrigo y la “pérdida de España”, o sobre la “venganza de sangre” y los siete infantes de Lara; pero también romances sobre amoríos mal logrados y penas de amor, o sobre temas mitológicos y legendarios e incluso religiosos.

 

En este sentido, el Romancero es un fresco fascinante en el que encontrarnos con la mentalidad medieval española y europea; con su sensibilidad lírica, sus horizontes éticos y espirituales, su imaginario épico y por ende identitario, su sensibilidad amorosa… Una verdadera ventana a la “concepción del Mundo” de las gentes de la España medieval, que a través del Romancero viejo, nos estarán dejando para la posteridad no sólo belleza literaria, sino también el alma misma de su tiempo.

Es en este orden de cosas que subrayaremos en este artículo, las pistas que de lo feérico y el correspondiente pensar mágico del Mundo, podemos encontrar en el Romancero viejo. Pistas de una visión “encantada” de la naturaleza y la existencia que de hondas raíces paganas, nos remite al fondo céltico e indoeuropeo de la más antigua tradición literaria española.

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El romance del conde Arnaldos es con diferencia el romance castellano que más claramente nos acercará a esa sensibilidad, imaginario y pensar mágico y feérico del Mundo, que de lejanos ecos célticos y paganos, puede recogerse en el Romancero Viejo.

 Ya lo hemos podido señalar así al hablar de este mismo romance en un artículo anterior (“Del cantar de Mio Cid a las leyendas de Bequer”), donde haciendo referencia al libro de Almagro-Gorbea Literatura hispana prerromana (2013), hemos indicado que el romance del conde Arnaldos estaría recogiendo la tradición de los Ímmarama irlandeses, que son sino los encuentros con el Sidhe y el viaje a ese “otro lado” o “reino escondido” al que el Sidhe céltico nos remite.  Fijémonos entonces que el romance comienza proclamando “¡Quien hubiese tal ventura como hubo el conde Arnaldos la mañana de san Juan!”. Es decir, la idea de un encuentro venturoso e improbable, que el narrador desea también para sí, y que como suele ocurrir en estos casos, ocurre en una fecha muy concreta de gran significación simbólica y espiritual: la mañana siguiente a la noche de san Juan.  El conde Arnaldos sale con su halcón a cazar y del mar ve venir una galera, y llegando ésta a la costa todo parece parar y quedar embelesado con el cantar que el marinero que la conduce entona. La atmosfera entera, naturaleza y animales, queda todo hechizado por lo que canta el misterioso marinero: la mar ponía en calma, los vientos amainaba, los peces subían a la superficie a escuchar, las aves paraban su vuelo y se posaban en el mástil, el conde Arnaldos no puede sino caer también bajo el influjo embelesador del canto que escucha y exclama con desesperación: «Por tu vida el marinero, dígasme ora ese cantar«, a lo que éste responde como si de un acertijo se tratará: «Yo no digo mi canción, sino a quien conmigo va«… Como llegado del “otro lado de las aguas del mar”, que recordemos es símbolo de paso al Sidhe o “reino escondido”, llega el misterioso marinero entonando un cantar que paraliza la escena con una belleza que embelesa y sobrecoge. La atmosfera queda prendada como de lo numinoso y el mar, las olas, los vientos, todo, paran “para escuchar”. El protagonista queda tan prendado que con angustia pide por favor que se le revele ese canto. Como si con éste se revelará un secreto de bienaventuranza y bendición del alma; pero dicho canto no es para todos: “Solo digo (revelo) mi canción (mi secreto), a quien conmigo va”.  El secreto del Sidhe, del “reino escondido”, del “mundo mágico” que parece ocasionalmente abrirse a nuestro plano, se muestra eventualmente al caminante desprevenido que es el conde Arnaldos, para dejarlo hechizado y sin respuesta… El misterio de la belleza del Mundo, y acaso el descubrimiento del carácter encantado de éste, y por ende de nosotros mismos, simbolizado en imaginarios feéricos de ecos paganos, llegados hasta nosotros en la belleza poética del Romancero. Para invitarnos a repensar el misterio y secreto de las cosas más allá de su comprensión física, química, biológica, material… Como si las cosas pudieran tener un sentido superior más allá de toda limitación naturalista si bien dicha comprensión profunda no es para todos, y requiere quizás de algo más… Requiere de “Gnosis”, requiere de “Iniciación”.  Pues tal como “el marinero” del romance nos advierte, éste sólo dice su canción: “a quien conmigo va”.  La idea así no sólo del encuentro inesperado y afortunado con el “reino escondido”, sino también de la fenomenología que lo acompaña; de ese “pararse” todas las cosas y escuchar o contemplar la belleza que acompaña a las manifestaciones del Sidhe subyugando con su hermosura. Y también la “puerta cerrada”, el pudes ver pero no ir más allá, el “secreto” que si no conoces, no te permite “cruzar al otro lado”. Pues te falta la “Iniciación”. Pues el “reino escondido” y por el momento, no es para ti…

¡Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar
como hubo el infante Arnaldos
la mañana de San Juan!
Andando a buscar la caza
para su falcón cebar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar;
las velas trae de sedas,
la ejarcia de oro torzal,
áncoras tiene de plata,
tablas de fino coral.
Marinero que la guía
diciendo viene un cantar,
que la mar ponía en calma,
los vientos hace amainar;
los peces que andan al hondo,
arriba los hace andar;
las aves que van volando,
al mástil vinen posar.

Allí habló el infante Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
-Por tu vida el marinero,
dígasme ora ese cantar.
Respondióle el marinero,
tal respuesta le fue a dar:
-Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va.

El Túmulo, el Druida y el Lobo

en Blog/Cultura Celta/Historia por
El túmulo del bosque oscuro

Brynn Celli Du… “El túmulo del bosque oscuro”. En los confines de Gales, en la antigua isla de Inis Mona (hoy día Anglesey), donde quizás estuvo el mayor santurario druídico de Europa…

Hasta allá fuimos “en peregrinación”. A pasear meditabundos por los mismos lugares que visitaron los druidas celtas encontrándose con ruinas más antiguas que ellos mismos…

Lo que ya era viejo en tiempos de los celtas lo es aún más a día a hoy, y allá donde ellos creyeron encontrar ecos de una sabiduría perenne, podemos llegar nosotros ahora y atisbar un halo imperecedero, como de algo tan anterior como espiritualmente superior a cualquier ingenio moderno de la civilización contemporánea.  

En lugares así parece posible encontrar regalos que son como señales…

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El Túmulo:

“Detiene entonces al caballo, y mira en todas direcciones buscando la capilla. Extrañamente, no ve nada parecido por ninguna parte, excepto una pequeña elevación (…) un montículo suave (…). Se acerca y da la vuelta alrededor del montículo, deliberando consigo mismo sobre qué puede ser. Encuentra una apertura en el extremo (…) ve que está cubierto por grandes rodales de yerba, y que es todo hueco por dentro”.

Sir Gawain y el Caballero Verde (87)

Dólmenes, cromlech, mehires… vestígios de la primera Europa. Anterior al mundo que retratan la Iliada y la Odisea y anterior a la Edad del Hierro, a los celtas, a los druidas, a los duros godos, a Roma… Tumbas erigidas con grandes rocas formando pliegues y colinas huecas en cuyo interior, se enterraron durante siglos nuestros antepasados más lejanos. Mausoleos cubiertos de manto esmeralda cuyas puertas están siempre orientadas conforme al recorrido anual del Sol. Puertas que todavía hoy estremece cruzar…

“El túmulo del Bosque Oscuro” se encuentra en los confines de Britania, del País de Gales, en la antigua Inis Mona, la “isla de los druidas”. Verde, lluviosa, a penas habitada, concentra una cantidad sorprendete de restos megalíticos a los que acompañan leyendas de añejo sabor a cuento de hadas…

Hasta allá fuimos. Buscando quizás que el paraje y su historia hicieran de espejo de nuestra alma. Para abundar en quienes somos y dar los pasos que debíamos dar, si queríamos seguir avanzando en nuestra singladura vital. Un presente nos estaba esperando allí…

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El Druida:

Holy HeadSin otro amigo amigo en los bosques y montañas que su propio caballo, ni otro compañero de viaje que Dios, llegó Sir Gawain al norte de Gales. Conservando a su izquierda la isla de Anglesey cruzó los vados de las tierras llanas junto al mar y paso después al confín de Holy Head (Cabeza Santa) (…) donde había poca gente que viviera en el temor de Dios y el amor a los Hombres”

Sir Gawain y el Caballero Verde (30)

Es Tácito quien nos informa de cómo los druidas tenían en Inis Mona, su santuario principal. Una suerte de “isla sagrada” en la que cultivaban y salvaguardaban las “esencias” de su Tradición, y desde donde predicaron el alzamiento contra Roma.

Allí donde termina la propia Inis Mona, un estrecho brazo de mar la separa de la “isla santa” de Holy Head. Verdadero confín de Gales y Anglesey.

En Holy Head y entre verdes e idílicas campiñas, se erigen menhires que parecen señalar a la montaña de “Cabeza Santa”. Mácizo granítico al borde del mar que destaca sobre el resto de la isla como su punto más elevado. También como su punto más “magnetico” y llamativo. Subir a su cumbre se impone al viajero a no ser que tenga el corazón dormido…

Holy HeadDesde lo alto de Holy Head se contempla a un lado el oceano y al otro la propia isla de Inis Mona y el Pais de Gales, hasta donde alcanza la vista. Una vez en la cima se tiene la sensación de estar en el lugar más sagrado de la región. En la “montaña santa” de las leyendas artúricas, también en el paraje en el que esos druidas que nos cuentan las fuentes clásicas habitaban el lugar, subian a contemplar la puesta de sol… tan espectacular hoy día como hace dos mil años…

Brynn Celli DuCae la noche y las sombras cubren Holy Head, los viajeros vuelven a su lugar de hospedaje y reflexionan sobre lo visto y experimentado durante día; sobre druidas, túmulos, montañas sagradas y mares que parecen el fin del Mundo… En su bolsillo uno de ellos, guarda un regalo que le ha sido entregado en Brynn Celli Du. Un presente que es en sí mismo un llamada y un destino…

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El Lobo:

“Así pues, te doy este ceñidor adornado con hilo de oro, que es verde como mi atuendo, a fin de que recuerdes este encuentro cuando andes entre príncipes y te sirva de testimonio de la aventura de la Capilla Verde, ocurrida entre esforzados caballeros”.

Sir Gawain y el Caballero Verde (96)

El túmulo del bosque oscuro
”

Te adentras en el túmulo y un estrecho pasillo hecho de rotundas rocas te conduce a una sala circular donde el paso del tiempo, ha abierto una pequeña ventana por la que se cuelan rayos de luz. A un lado de la sala se levanta una gran roca oscura y alargada con forma de menhir, que parece el guardian del lugar. Te quedas en silencio, contemplado respetuoso y en la penumbra el sitio en el que estás. Al rato sales de nuevo al exterior, pero allí la chica que te acompaña se convierte en “instrumento de la Providencia”, y como si fuera una de esas “damas” de las leyendas medievales que indican “al héroe” por donde debe seguir, te dice que vuelvas al interior, que has estado dentro poco tiempo…

El túmulo del bosque oscuro
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Vuelvo al interior, “el guardian” en forma de menhir, aún silencioso e inmovil, parece como si con su presencia pudiera estar diciendo algo… reparo entonces en que hay pequeñas ofrendas en los quicios de las rocas que levantan el túmulo. Monedas, lazos, plumas… Cual es mi sorpresa al descubrir entre ellas un pequeño lobo plateado aullando a la luna…

Un lobo aullando, en el interior del “túmulo del bosque oscuro”, en Inis Mona, la isla de los druidas…

El Guerrero Espiritual tiene algo de lobo en un mundo de perros y ovejas… “convertir el asco en acero y salir a la vida a encontrar a tus iguales” es lo que canta su Aullido.

El aullido del Lobowww.elaullidodellobo.com

 

 

 

Toledo y los orígenes del Vampirismo

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En el programa “Queremos hablar de Toledo” de ABC Punto Radio. Tratando el tema del Vampirismo. Los orígenes del mito del vampiro en la magia negra y el ocultismo, su deriva posterior en la cultura popular, y su presencia en la ciudad de Toledo.

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La leyenda del Mago Illán

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La leyenda del Mago Illán y la Escuela de Nigromancia de Toledo

La leyenda del Mago Illán y la Escuela de Nigromancia de Toledo

En el programa “Queremos hablar de Toledo” de ABC Punto Radio. Acercándonos a un clásico del “Toledo Mágico” como fue su Escuela de Nigromancia, a través de la leyenda medieval del Mago Illán…

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Mito, Magia y Misterio en la ciudad de Toledo

en Blog por
Mito, Magia y Misterio en la ciudad de Toledo

En el programa de radio de la Escóbula de la Brújula. Con Jesús Callejo, Carlos Canales, Juan Ignacio Cuesta y David Sentinella. Acompañados de nuestro frater Julio César Pantoja y en una noche en la que la ciudad de Toledo se convirtió en un enclave encantado de Magia, Tradición, Esencia, Mito, Leyenda, Identidad y Misterio…

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Itunes

Roma y los Bárbaros: Metafísica del Imperio

en Espiritualidad por
Roma y lo Bárbaros: Metafísica del Imperio

Nuestra tesis doctoral pretendió conocer el alma misma de la Hispania céltica a través de su tradición guerrera. Tanto a nivel de organización sociopolítica y económica, como a nivel de principios, valores y creencias. La tesis doctoral la hemos adaptado al ámbito de editorial para poder publicarla y de dicha adaptación extraemos este fragmento que aquí os presentamos.

 

En él mismo plateamos la posibilidad de encontrar en la tradición guerrera de la Hispania céltica, una afinidad de fondo entre lo que fue su cultura de jefaturas, y lo que sería en el ámbito de Roma, la ideología del Imperium y el culto al Emperador. Afinidad de fondo que podría ayudarnos a comprender con mayor calado, los procesos de romanización de los llamados pueblos “bárbaros”.

Consideramos importante plantear cual sería la estructura ideológica que sostiene y fundamenta el modelo cultural y de civilización de un Imperio. Planteando no la acepción del modelo imperialista colonial, sino la idea de un imperio civilizador que genera una integración de distintos pueblos en su seno en un proyecto sociopolítico que trasciende y rebasa a éstos. Siguiendo aquí las propuestas e interpretación de Gustavo Bueno (1999).

En este sentido, más allá de una concepción puramente económica de la cuestión, lo que realmente distinguiría a un Imperio no sería tanto una estructura de poder capaz de someter y explotar pueblos y territorios; sino el hecho de que el Imperio no es sólo un estado o un territorio sino también y principalmente, una idea. Una idea de vocación integradora, de ordenación común de pueblos y hombres diversos, conforme a un principio superior civilizador.

Esta construcción del Imperio como orden político supranacional “bendecido” de un ideal superior por lo general de naturaleza espiritual (“bendecido de los Dioses”), parte en el caso concreto de Roma y en primer lugar, del Imperio como la facultad del Imperator. Y con esto queremos decir la jefatura militar o más aún, la “jefatura militar suprema” (Bueno 1999: 183-187).

Es decir, cuando el Imperator comience a ser el instrumento y la representación de la soberanía y su figura sea concebida como la suprema dignidad, entonces alcanzará la categoría de Princeps, es decir primero tanto en poder efectivo como en honor (Bueno 1999: 186). El ejercicio del poder adquiere de este modo un matiz más complejo, más que meramente militar o guerrero, y se convierte en representación y símbolo de “algo más”. Este planteamiento que se inicia con César (Dión Casio XLIII, 44), tendrá su continuidad cuando Virgilio defina la misión de Augusto (Eneida, VI, 851) y diga: “Tu regere imperio populos, Romane memento”. Por tanto, la facultad del Imperio (emanada en este caso de Roma), encarnada en un “Príncipe” llamado a regir distintos pueblos (Bueno 1999: 186-187).  Hay que resaltar aquí que en Roma, a los jefes se les consideraba dotados de una virtud mágica cuyos efectos prácticos, se traducían en la obtención de la victoria. Poseían así derecho a tomar auspicios, y en el campo de batalla eran intérpretes de la voluntad divina. Su victoria en este sentido era prueba del favor divino, y justificaba que las tropas aclamaran al jefe como Imperator   (Roldán Hervás 1997b: 281). Esta “mística” romana alrededor de la jefatura, como vamos a poder ver, será importantísima para lo que queremos plantear en este apartado.

Del mismo modo la capacidad militar del Imperator y su dignidad de Princeps, (clave en la ideología del Imperio), tiene su correlato subsiguiente en la idea de un espacio sobre el cual se ha de ejercer la acción de ese Imperio. O dicho de otra manera, el ámbito sobre el cual ese poder militar se puede hacer efectivo y por ende, esa dignidad superior también puede ser expresada. Siendo entonces que para una diversidad de pueblos, esa dignidad se constituye como centro superior de poder, y dichos pueblos se convierten en vasallos, en tributarios, en subordinados al Imperio o incluso en “leales” al Imperio. En nuestro caso hablamos de Roma, que llegadas las postrimerías de la República, con César primero, y sobre todo ya con Augusto, se configurará como un poder pero también como una idea transnacional, que vehiculizada por Roma, se expresaría en su Emperador y en el culto imperial.

Nos encontramos llegado este punto, con la propuesta que queremos tratar en este apartado; que la idea de Imperio en su sentido más eminente, es una idea con capacidad de sugestión, evocación y aceptación por los pueblos prerromanos Peninsulares y conforme a su ideología guerrera: El Imperio Romano no es ya un simple estado depredador que se impone por la fuerza de las armas, sino que es expresión de una dignidad superior que los nuevos pueblos integrados en su seno, reconocen como tal. Dicha dignidad superior se plasmaría precisamente en la figura de una jefatura militar suprema, en la figura del Emperador. El Emperador, no solo deviene así en Princeps-primero en dignidad y honor-sino que además, y en virtud de dicha dignidad superior, se convierte también en Pontifex, en el “hacedor de puentes”, en quien une lo Sobrenatural y lo Natural. El Emperador como si fuera un “sumo sacerdote”, un “representante de Dios en la Tierra” (Bueno 1999: 201). La posesión del título de Imperator por el “príncipe”-el “primero” de Roma, su “conductor” y su “guía”-a partir de César y Augusto, conferirá así un prestigio particular: si no el de una divinidad, sí al menos el de una “predestinación” a ser dios. El reconocimiento en él de una naturaleza divina o sobrehumana, que se afirmaba en el curso de su gobierno si no dejaba degenerar su poder en tiranía, y que merecía entonces llegada la muerte, los honores de la apoteosis. Situándosele entre el número de las divinidades reconocidas por la religión oficial (Grimal 2000: 12).

En la base de estos procesos sociopolíticos que alumbran la institución imperial y ponen fin a la República, parecerá permanecer en todo caso el trasfondo de un aura mística en torno a la jefatura, por la cual el príncipe habría sido puesto en el poder por Júpiter. Y esto conforme a una concepción sacra de la Auctoritas que se remontaría a la Roma arcaica e incluso a los etruscos (Grimal 2000: 11).  En esta línea parece expresarse el romano Servio (Aeneid. III, 268) cuando dice: “Fue costumbre de nuestros antepasados que el rey fuera simultáneamente pontífice y sacerdote”, e ideas parecidas se estarían dando en el mundo helénico donde desde tiempos de Homero, la tradición repetía que los reyes eran “hijos de Zeus” (Grimal 2000: 12). Incluso quizás estas mismas ideas podrían encontrarse en la antigua tradición céltico-galesa del Mabinogion  y en torno al “rey” o el “jefe”, como “puente” o intermediario con lo sobrenatural (Cirlot 1988).

Desde esta perspectiva, el orden político y jurídico            que enmarca la idea de imperio, estará determinada no solo por factores materiales o por la posesión y administración de un vasto territorio, sino fundamentalmente por una idea. Idea de orden espiritual que convierte al Imperator en Princeps y a éste, en Pontifex. Todo ello a partir de un concepto de la Auctoritas que termina por unificar poder militar, político y religioso, y cuya supremacía justifica su preeminencia legítima sobre pueblos y territorios.

Así un Imperio no es un reino que se impone a otros reinos y los explota. Es por el contrario un centro y eje que integra y ordena diferentes reinos, manteniendo las élites correspondientes, pero conforme a una integración y lealtad común a un mismo símbolo e institución. Institución que encarna la Trascendencia y cuyo símbolo sería la “corona” imperial. Lo esencial en el Emperador está en que su poder se fundamenta en que encarna un principio espiritual que va más allá de la pura posesión de territorios. Va más allá de lo puramente contingente y está llamado a ser símbolo de la verdadera autoridad, y por ende, “puente” entre “el Otro mundo” y nuestro mundo: Imperator y Pontifex. Siendo entonces objeto de una Fides e inspiración para una Areté, que  a  nuestro parecer, no será demasiado distinta a la que en origen podemos encontrar en las sociedades de jefaturas de la Edad del Hierro que hemos descrito anteriormente. Sociedades que se integrarán ahora de mano del imperio romano, en una institución sociopolítica de mucho mayor alcance y calado.

La figura del Emperador se configura así como soberano de príncipes y reyes, de caudillos y líderes locales, que reina sobre reyes y no sobre territorios, y al que los reyes rinden obediencia y lealtad como representante de un principio espiritual que trasciende las comunidades cuya dirección asume. Lo hemos visto en la anterior cita de Virgilio (Eneida, VI, 851), y estaría presente como culminación de un proceso de disociación entre el Rex Romanorum, y el Imperator totius Orbis (Bueno 1999: 226).

Vemos de este modo cómo el poder del Emperador y la ideología del Imperio, se manifiestan como un “orden bendecido de los Dioses” en cuya cúspide se aúnan el pontífice, el príncipe y general victorioso. Siendo ésta, una idea que de alguna manera no terminaría de ser ajena al culto a las jefaturas que se practicaba en el mundo hispano céltico, no terminaría de ser ajena al mannerbündprinzip de la “sociedades de jefaturas” de la Hispania céltica, con lo que cómo venimos indicando, podrían entonces amoldarse al proyecto imperial romano sin sufrir una verdadera desnaturalización.

Debemos entender así que el Imperio tiene un fundamento que no se remite a un simple poder material, sino que más aún apunta a un sistema de lealtades y clientelas en torno a un mismo “eje” unificador y vertebrador. Eje que tiene en la figura del Emperador su más alta plasmación, Emperador al cual se rendirá lealtad como representación de un orden querido por los Dioses, símbolo en la Tierra de una realidad Superior y Trascendente, capaz de traer la Pax a los Hombres: “Todo el género humano fue reunido en una paz universal y verdadera” (Floro, Epítome, II, 34). Entramos ya aquí en la sugestiva idea del Dominus mundi, “señor de la Paz y la Justicia”. El Imperio y el Emperador entonces, no como un poder arbitrario y depredador, sino como un poder llamado a regir a los pueblos del Mundo para mantenerlos en equilibrio, convivencia y paz[1]. La institución del Emperador como autoridad que ya no “impera” formalmente en cuanto rey de un estado, sino en cuanta autoridad orientada al “co-orden” de todos los estados incluidos en su propio espacio (Bueno 1999: 187-188 y 207). Roma se presenta de este modo como un Imperio que se eleva por encima de reyes y el interés particular de éstos, y recibiéndolos en su Fides, los protege. Suetonio de modo revelador nos habla así de “reyes clientes” del Imperio (Grimal 2000: 17).

En este sentido no debemos dejar de mencionar cómo el Emperador, unificará poder político, militar y religioso, y que a él le corresponderán los ritos sagrados que como “sumo pontífice”, renuevan y aseguran las armonía de los Hombres con los Dioses. Idea que como ya hemos indicado anteriormente, se daría también en las jefaturas guerreras hispano célticas. El Emperador se convierte así en el eje que en la cima de la cúspide social, renueva y asegura la armonía entre “el Cielo y la Tierra”. Siendo aquí que cobra especial sentido ese “misterio iniciático” en torno a la realeza sagrada-adytum et initia regis-considerado inaccesible al común de los mortales (Varrón, De lingua latina V, 8). De hecho en este pasaje de Varrón, se nos habla de diferentes grados del conocimiento, y de la existencia de unos saberes superiores que solo puede alcanzar el “rey”. En la misma línea entendemos que deberá situarse la virtud taumatúrgica de los Emperadores recogida por ejemplo sobre Vespasiano (Tácito, Hist. IV, 81 y Suetonio, Vespas. VII), así como la investidura divina recibida por Trajano (Hidalgo de la Vega 1995: 123).

De acuerdo a este planteamiento la palabras del propio César son clarificadoras: “(en mi estirpe está) el signo sagrado de los reyes que sobresale de entre los Hombres, y la veneración de los Dioses inmortales, bajo cuya potestad está el poder de los reyes” (Suetonio, Caesar, VI). En la misma línea se interpretaría la suelta de águilas a la muerte del Emperador remontando el vuelo como símbolo del alma que se eleva a las alturas (Dion Casio, LVI, 34) (idea análoga a la que hemos estudiado en el papel psicopompo de los buitres en la Celtiberia), y también en este mismo sentido entendemos que podrá leerse el canto y anuncio de Virgilio a una suerte de “nueva Edad de Oro” asociada al Imperio Romano: “La edad última de la profecía cumana por fin ha llegado. He aquí que renace el gran orden de los siglos. Retorna la Virgen, retorna Saturno (dios de la Edad de Oro) y una nueva generación desciende de lo alto de los Cielos. Dígnate, oh casta Lucina, de ayudar al nacimiento del Niño con el cual la raza del hierro (la raza de la última edad) concluirá y sobre el mundo entero se levantará la raza del oro, y he aquí, que reinará Apolo (…). Vida divina recibirá el Niño que yo canto, y verá a los Héroes mezclarse con los Dioses, y él mismo con ellos (Eclog., IV, 5-10, 15-18).

El tono heroico e intención profética de los cantos de Virgilio y respecto del papel del Imperio Romano, se ven reforzados en los pasajes que hacen referencia a la muerte de la Serpiente (Ibid. 24), a un grupo héroes que afrontará de nuevo la empresa de los argonautas (Ibid. 33), y a un nuevo Aquiles que repetirá la guerra de los Aqueos contra Troya (Ibid. 36). Todo ello imágenes simbólicas de un canto al papel de Héroe en la reordenación y restitución del Mundo, a la Edad de Oro que anuncia y trae Roma.

Llegado este punto de nuestra exposición, la carga simbólica de la idea de Imperio y Emperador, se nos muestra con claridad, y en la misma, podemos ver la fuerza sugestiva que dentro de las coordenadas éticas de las comunidades guerreras de la Hispania céltica-jefatura, Areté y Fides-pudieron llegar a tener el Imperio romano y el culto imperial. Culto imperial que entenderemos intentaba propiciar la idea de una Roma más allá de todo particularismo étnico y religioso, señalando una Fides superior ligada al principio sobrenatural encarnado por el Emperador, y ubicado por encima de toda lealtad específica, ya sea religiosa o “nacional”. Es así que aunque tardíamente y con cierta nostalgia, Namaciano (De red. suo. I, 62-65) evocará una Roma “(capaz de hacer) de los diversos pueblos una única nación”.

 

[1] En las postrimerías de la Antigüedad y en línea parecida, san Agustín en sus teorizaciones políticas nos dirá que la “Ciudad Terrena”, si no se ordena conforme al ideal universal de la “Ciudad de Dios”, solo se diferencia de una “partida de piratas” en el tamaño.

La Realeza Sagrada

en Espiritualidad por
Lo Celestial y lo Telúrico y la Soberanía y la Magia en el mundo Indoeuropeo: La Realeza Sagrada.

Lo Celestial y lo Telúrico y la Soberanía y la Magia en el mundo Indoeuropeo: La Realeza Sagrada.

Comprender el mundo espiritual de la antigua Hispania céltica, supone en gran medida conocer los paradigmas fundamentales del mundo indoeuropeo, y repensarlos a la luz de los avances del estudio histórico en el ámbito concreto de la céltica hispánica.

 

Aquí, más allá de la ordenación jerárquica en tres niveles de las culturas de raíz indoeuropea: “Soberanía, Guerra y Prosperidad”, podría estar dándose una distinción general entre “lo Celestial y lo Terrenal”. Y en lo Terrenal un nivel intermedio que llamaremos “Telúrico”, objeto del ritual mágico propiciatorio. Siendo la institución de la jefatura guerrera la que tendrá, tras la correspondiente iniciación, la prerrogativa de dicho ritual mágico. Conformándose de este modo las jefaturas guerreras como soberanías políticas y mágico-religiosas, que prefigurarán la idea de “Realeza Sagrada”.

 

Georges Dumézil será un conocido filólogo e historiador francés que realizará una contribución capital al estudio y comprensión de la cultura y religiones indoeuropeas. Comparando los antiguos mitos de numerosos pueblos indoeuropeos desde los mismos textos de dichas tradiciones, mostró como todos ellos podían estar obedeciendo a unas estructuras narrativas muy similares. Fundamentalmente señalando una visión de la sociedad y el universo dividido en tres funciones y niveles: la función soberana, la función guerrera y la función de mera producción material y económica. Este esquema trifuncional habría sido la estructura básica y de fondo del mundo cultural indoeuropeo, y el propio Dumézil la habría llamado “ideología tripartita indoeuropea” (García Quintela 1999: 18-19). Dicha ideología se repetiría en numerosas mitologías y tradiciones; desde la sociedad de castas de la India, hasta los relatos de fundación de la antigua Roma, pasando por los mitos recogidos en las Eddas escandinavas o la mitología céltica irlandesa. Del mismo modo se podría rastrear en la organización social del mundo medieval, o en la sociedad ideal diseñada por Platón en La República.

Siendo así el planteamiento de Dumézil un verdadero clásico para el estudio del mundo religioso del ámbito indoeuropeo, creemos posible a su vez remitirlo a un paradigma superior que venimos señalando en nuestro estudio y que englobándolo dentro de sí, permitiría entender la función soberana así como la función guerrera, como funciones que remiten al “Más allá Celestial”. Siendo entonces la tercera función (la económica y productiva), la que le corresponderá el plano natural y sus divinidades y genios menores provenientes de la esfera “telúrica” de la realidad. De la “esfera intermedia” entre lo natural y lo Sobrenatural, esfera que hemos denominado “Más allá Telúrico”.

Trayendo aquí a colación lo recogido en nuestro glosario, diremos que el “Más allá Celestial” hará referencia al plano invisible superior y trascendente, “sede de los Dioses y los Héroes”, de las “esencias puras y la Eternidad”, que descondicionado de toda contingencia natural o preternatural, es el fundamento y horizonte de la Areté. Del ejercicio de la Virtud.

Siendo el “Más allá Telúrico” el plano invisible, inferior, intermedio e inmanente, sede del Numen, de las divinidades menores y de los difuntos, que asociado a las fuerzas ocultas de la tierra y dependiente del plano meramente natural, es fundamento y horizonte del ritual mágico. De la magia como techné con la que operar sobre dicho plano intermedio o “preternatural” de la realidad.

Tenemos así que el clásico esquema trifuncional de Dumézil, podrá a su vez remitirse a un panorama metafísico que distingue entre lo Celestial y lo Terrenal, así como “lo intermedio” entre uno y otro en el ámbito de lo “telúrico o preternatural”. Con el ejercicio de la Virtud (Areté) como vía hacia “los Cielos” y la Magia, como “técnica” para accionar sobre el plano intermedio de la realidad. Sobre esa suerte de “Alma del Mundo” o Anima Mundi a la que nos remite la idea del “Más allá Telúrico”.

Siendo aquí importante destacar cómo, la primera función del esquema de Dumézil, la función soberana, es no solo soberanía política y jurídica sino también mágica (García Quintela 1999: 18-19), y que por tanto la aproximación y vivencia del plano Celestial no solo genera Auctoritas en el ámbito político jurídico, sino también en el ámbito mágico. Siendo así una soberanía cuyo “ordeno y mando” también alcanzará el plano del numen.

Teniendo en cuenta que estamos frente a culturas que tienen en la guerra el escenario propio para el cultivo de la Areté, será entonces que de la función guerrera no solo surgirá la jefatura y por ende la soberanía, sino también la prerrogativa del ritual mágico y propiciatorio. Son así jefaturas guerreras y mágicas. Portadoras también de la legitimidad y operatividad para el rito.

Obviamente con características como éstas, más o menos desarrolladas o concretadas según el momento y las circunstancias, en ellas parecerá prefigurarse una idea de “Realeza Sagrada” que como veremos en otro capítulo, quizás encontró definitivo refrendo en el Imperio Romano.

En todo caso, lo que queremos destacar aquí es que el ritual mágico, será mayormente prerrogativa de la función soberana, de la primera función. Y que es entonces que en el mundo indoeuropeo la jefatura es jefatura guerrera, y ésta a su vez es jefatura ritual y mágica, siendo así los dioses de las mannerbünde[1], dioses vinculados a la Guerra, el Más allá y la Magia (Peralta Labrador 2000: 214-217 y Bernárdez 2002: 195-211). En este sentido tenemos que reparar en que el ritual mágico, siendo en definitiva una acción de autoridad sobre las “fuerzas ocultas” del mundo natural (lo Telúrico), corresponderá precisamente al portador de la Auctoritas, al portador del Imperium. Esto es, al soberano, al representante de la primera función. El cual no solo gobierna y rige conforme a un determinado prestigio guerrero y Areté, sino que además, dicho prestigio y Areté le hacen portador de la fuerza espiritual que permite llevar a cabo el ritual mágico. Es decir, que le hacen capaz del “ordeno y mando” sobre las potencias del ámbito telúrico y preternatural.

Es en este punto donde claro está, entra en juego la cuestión de la iniciación guerrera y de la asociación del ritual mágico, al ingreso en las mannerbünde (Peralta Labrador 2000: 168-180, Dumézil 1929 y Eliade 1984). A la idea de que la “cofradía guerrera” a través de la iniciación trasmite al neófito una fuerza o “carisma” espiritual, capaz de hacer él un vector de autoridad frente a las potencias del Más allá Telúrico.

En este orden de cosas será importante resaltar que si bien la magia y sus ritos hacen referencia a la acción sobre el “Más allá Telúrico”, dicha magia será facultad propia de la primera función o función soberana. Precisamente por ser ésta la que en virtud de la Areté, tiene la autoridad “sobrenatural” y el “carisma” espiritual correspondiente para poder llevar a cabo el rito, y que éste sea efectivo. La idea sería así que asociados a esas jefaturas guerreras, se darían también ceremoniales de iniciación que otorgarían la prerrogativa del ritual mágico, a aquellos que van a detentar el poder político. Como si la “coronación” de la jefatura viniera precedida tanto del prestigio guerrero, como de la Iniciación Mágica. En este sentido la imagen del jefe guerrero y a su vez mago, la encontraremos meridianamente retratada en la preponderancia de Lug u Odín en los panteones de los Dioses célticos y germánicos (Peralta Labrador 2000: 214-216, García Fernández Albalat 1990: 205-204 y Tovar 1982). Dioses que estarán precisamente vinculados a la Guerra, el Más allá y la Magia…

Por otra parte y sin menoscabo de todo lo dicho, muy posiblemente se dio una “magia menor” al alcance de los miembros de la tercera función, así como un “estamento” guerrero desligado de las iniciaciones mágicas. Unos miembros de las bandas guerreras no “consagrados”, no iniciados en los rituales de las mannerbünde.

Esta distinción de grados dentro de la propia “clase” guerrera nos pone frente a la idea de que el desarrollo de los atributos propios de dicha clase, a partir de un determinado punto, elevan de categoría al sujeto y lo conectan con los atributos propios de la soberanía. Podríamos plantear así que la función guerrera allá donde alcanza su máxima cualidad y desarrollo, se trasmuta en algo más que “función guerrera” y adquiere el grado de “función soberana”. De señor de orden y justicia, así como garante y responsable del marco religioso y espiritual. La institución de la devotio podría ser en este sentido sintomática (Peralta Labrador 2000: 168-172 y 156-162; Bernárdez 2002: 61-65 y Dumézil 1929 y 1971).

Las jefaturas guerreras se convierten de esta manera y potencialmente en soberanías políticas y mágico-religiosas. Entendido esto último en el sentido de señores y oficiadores de los rituales mágicos que conectan a la comunidad, con la fuerza espiritual de los antepasados y armonizan a ésta, con “númenes” y “daemones”. La labor política es de este modo también entendida como una labor ritual, lo que nos invita a reconocer aquí y como hemos dicho antes, simientes de lo podríamos llamar una “Realeza Sagrada”.

El caso del dios Wotan-Odín del mundo escandinavo, será en este sentido paradigmático, pues se nos muestra como una divinidad que tiene en la sabiduría y la magia su máximo atributo, pero dichas sabiduría y magia lo son con especial proyección en el ámbito guerrero y soberano (Bernárdez 2002: 195-211 y Dumézil 1990 y 1986).

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A modo de resumen y hasta aquí, podremos decir que para la Hispania céltica, y en general para la Edad del Hierro europea, el mundo espiritual recogería un vasto y diverso “Universo Invisible” que genéricamente se estructuraría por un lado; con una realidad “Suprema y Celestial”, sede de los Dioses y de aquellos que conquistaron la Inmortalidad tras la muerte: los Héroes. Y por otro; con un mundo invisible e intermedio, telúrico y preternatural, vinculado a las fuerzas ocultas de la Naturaleza, sede de “daemones” y de difuntos, de diosas y “númenes” de las fuentes, las cuevas o los montes, al que se asociarán los ciclos cósmicos de muerte y regeneración.

Para la primera de estas realidades (el “Más allá Celestial”), se señalará un ethos guerrero, una Areté que impele a vivir el “Camino del Héroe” y conquistar la Inmortalidad. Para la segunda (el “Más allá Telúrico”), se dará un ámbito mágico y ritual mediante el cual armonizar o someter ese “plano intermedio”, a los intereses o necesidades humanas. Una religiosidad que podríamos llamar “propiamente pagana”[2], en la que el “operador”, por virtud del ritual mágico, tratará “de tú a tú” al mundo invisible pretendiendo que éste, favorezca sus intereses.

A partir de esta concepción mágica del mundo natural y en el ámbito de las jefaturas guerreras, se desarrollará la idea de una Auctoritas capaz de ejercer Imperium sobre el Más allá Telúrico. De unir en una misma institución soberanía, prestigio guerrero y acción mágica y ritual. Jefatura, acción política y acción ritual unidos conforme a un horizonte en el que se vislumbrará, la idea de la “Realeza Sagrada”. Idea que como podremos ver más adelante, podría haber encontrado especial plasmación en el culto imperial romano. Todo esto sin perjuicio y como ya hemos indicado, de que se diese una “magia menor” y “doméstica”, practicada por el común de la población.

En orden a clarificar lo expuesto sintetizamos seguidamente con un sencillo esquema lo que venimos planteando:

Lo Celestial y lo Telúrico y la Soberanía y la Magia en el mundo Indoeuropeo: La Realeza Sagrada.

[1] Mannerbünde: Término germánico que literalmente significa “sociedades de hombres”. Nosotros lo usaremos para designar asociaciones guerreras entorno a jefaturas, dotadas de un propio universo espiritual, ético y ritual de orden heroico, iniciático y mágico.

[2] El término “pagano” proviene del latín paganus: Literalmente, hombre del campo, campesino, aldeano o paisano. El término sin embargo será usado en clave religiosa cuando el cristianismo se convierta en la religión oficial del Imperio Romano, y se utilice entonces para denominar las antiguas religiones europeas. Éstas precisamente, estarían perviviendo en las zonas rurales cuando en los ámbitos urbanos, se habría impuesto ya la religión cristiana. En este sentido tendrá ya de por sí un carácter peyorativo, al asociar al pagi (aldea), y a sus habitantes los “aldeanos” (paganos), la pervivencia de las antiguas creencias precristianas. Más allá de esta aproximación histórica y etimológica al término, el término “pagano” nosotros lo hemos usado aquí, conforme a la idea de una religiosidad fundamentalmente naturalista y mágica. Ajena por tanto a una genuina concepción “sobrenatural” y ética de la Trascendencia y lo divino, al reducir ésta, a mero reverso invisible y numinoso del mundo natural. Por tanto y por decirlo así, una suerte de “panteísmo inmanente” muchas veces asociado a los ciclos naturales de muerte y regeneración para el cual, no parecerá reconocerse una verdadera esfera Superior y “Celestial”, y por ende no se remarcará y hará central una determinada vindicación ética. Quedando entonces en primer plano el ámbito mágico y ritual.

Cuando las religiones indígenas de la antigua Europa se vieron desplazadas por el cristianismo, posiblemente sobrevivieron únicamente y de forma residual en sus elementos más puramente mágicos y naturalistas, siendo sustituida su dimensión ética y trascendente por la religión cristiana. Este hecho contribuirá a relativizar el valor espiritual de dicho mundo precristiano al contemplarlo como una tradición carente de un genuino ethos, y de una verdadera Trascendencia.

Señalar aunque sea, pues escapa a las posibilidades de este estudio, cómo en dicha Trascendencia judeocristiana, el ser humano, podría verse obligado a confesar su entera y absoluta dependencia con respecto a la Divinidad (ocurre así marcadamente en el cristianismo protestante). Abundando entonces en la idea postración del Hombre frente al pecado y necesidad unilateral de “Gracia” y “Salvación”. Mientras que en la Trascendencia que venimos estudiando, en la espiritualidad heroica del mundo céltico e indoeuropeo, el ser humano es milites de la Divinidad en el mundo, y frente a ella lo que establece es una relación de Areté y Fides. De honor, lealtad y merito. Puede por decirlo así “por sus obras”, merecer los Cielos…

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