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Año 2015: España en el Laberinto

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España en el Laberinto del minotauro.

En el 2015 se cumplen 40 años de la muerte de Franco, lo que es tanto como decir que hace 40 años que comenzó para España un nuevo periodo histórico que hoy día parece afrontar un cambio de etapa. Un cambio en el que la propia realidad de España se desdibuja y es puesta en solfa, y en el que antiguas problemáticas respecto de nuestra identidad y realidad nacional se enredan una vez más, generando confusión y zozobra.

Repensar España será así tarea fundamental de nuestro tiempo y aunque solo sea para a nivel personal resistir a la propaganda, la demagogia y la confusión, planteamos seguidamente algunas pautas y reflexiones que a modo de “Hilo de Ariadna”, permiten salir del Laberinto…

España sufre a día de hoy una Crisis de Nación, una Crisis de Identidad. Sin esta crisis el independentismo sería marginal e irrelevante para la vida política española.

Gran parte de esta crisis es debida al nacionalismo. A la ideología nacionalista. Ya sea por lo que fue en el pasado el nacionalismo por decirlo así “españolista” del franquismo, ya sea por el nacionalismo secesionista y antiespañol del separatismo catalán o vasco de nuestro tiempo. Este nacionalismo de un lado y otro enturbia y confunde la cuestión identitaria española.

Frente a este problema tanto la izquierda como la derecha españolas actuales parecen no saber dar una respuesta ni entender el problema. La izquierda, porque aparenta estar completamente fuera de juego respecto de la cuestión identitaria española, de la que parecen no tener si quiera conciencia. Y la derecha, tecnocrática y economicista, en la que a un aparente desinterés por la comprensión de la realidad desde las Humanidades, acompaña una obsesión por lo que llaman “marca España”, que poco o nada tiene que ver con la dimensión y cuestión identitaria de lo español y sus problemáticas.

Los orígenes de la problemática identitaria española pueden posiblemente rastrearse en las problemáticas de la España tradicional y premoderna a la hora de engarzarse en la propia Modernidad. Problemáticas que se traducirán en las dificultades para dar a luz un auténtico proyecto español de comunidad política y cultural en el Mundo Moderno.

En todo caso, y más allá de la reflexión y discusión sobre dichos orígenes, en lo que ahora nos atañe la cuestión fundamental es que el problema no lo tenemos tanto con el “hecho diferencial” catalán, vasco, gallego o andaluz… como con la ideología nacionalista propiamente dicha, y la ausencia a su vez de una verdadera conciencia identitaria española.

No tenemos así un problema con lo identitario catalán, vasco o gallego… tenemos un problema con el nacionalismo y el uso que éste hace de lo identitario. Uso que solo puede prosperar y resultar verosímil en sus tergiversaciones, en el contexto de una ignorancia e inconsciencia de la identidad común española. En el contexto de una suerte de “ignorancia de nosotros mismos”.

Paradójicamente, dará la impresión de que dicha carencia de una consciencia identitaria española, dicha combinación de “ignorancia, indiferencia y complejo” respecto de lo español, habrá nacido en gran medida como consecuencia del nacionalismo franquista y su uso abusivo e ideológico, unilateral y de parte de España y lo español.

Apropiación del nacionalismo franquista de la cuestión identitaria española, que una vez agotado el franquismo, parecería habernos dejado acomplejados y confusos respecto del valor y sentido de la propia españolidad. Toda vez que además dicho nacionalismo franquista, tiene en frente suyo los distintos nacionalismos secesionistas como “contra imagen y sombra” de su propio existir y accionar. Nacionalismos secesionistas que como en un movimiento pendular han hecho de los últimos 40 años una ocasión para su desarrollo, aprovechando dicho complejo y confusión.

El problema que afrontamos es así un problema no tanto político o económico como ideológico. Un problema con la ideología nacionalista, de un lado y del otro, y sus consecuencias y proyecto.

Insistimos en este sentido en que no hay un verdadero problema con el “hecho diferencial” catalán o vasco, sino con el plan que el nacionalismo separatista, desde el comienzo mismo de la democracia del 78, ha tenido, mantenido y cultivado con la excusa de dicho “hecho diferencial”. Plan que responde más a la ideología que a la realidad, para el que apenas cabe autocrítica ni cuestionamiento interno, y que a su vez no hubiera en ningún caso prosperado si no hubiéramos vivido en ausencia de una conciencia identitaria española. Ausencia larvada paradójicamente en otro nacionalismo, el nacionalismo franquista.

El problema es así el nacionalismo en sus diversas formas: centralista y separatista, pero nacionalismo en todo caso. Vicio y perversión de la virtud del patriotismo y adulteración y malversación de la sana conciencia identitaria.

En este orden de cosas creemos que no es exagerado decir que España se encuentra, desde hace quizás algo más de 100 años, en ausencia de un principio espiritual de cohesión nacional. Y es en ausencia de dicho principio, que ha prosperado entre nosotros el nacionalismo en sus formas más perniciosas. Si dicho principio hubiera estado asentado, el nacionalismo y sus problemáticas nunca hubieran llegado hasta el punto en que ahora se encuentran y estamos convencidos de que a día de hoy estarían en el ámbito de la marginalidad política.

Repensar España es así tarea fundamental de nuestro tiempo y en ella la conciencia identitaria española, común y a su vez diversa y heterogénea, debe saber imponerse a las adulteraciones de todo nacionalismo, cuyas argumentaciones difícilmente resisten la objetividad. Debiendo llevarse a cabo esta labor de mano de la reelaboración de esos principios espirituales de cohesión fraternal, sin los cuales la deriva nacionalista y el laberinto en el que nos ha metido no terminará de quedar atrás.

En este sentido y aunque solo sea para a nivel personal resistir a la propaganda, la demagogia, la confusión, y no dejarnos llevar por los disparates nacionalistas o desanimarnos frente al paramo identitario español, planteamos seguidamente algunas pautas y reflexiones.

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En primer lugar, España, en su recorrido histórico político, étnico cultural y desarrollo antropológico, es una raíz común de la que surgen los distintos pueblos y regiones de España. España no es así una comunidad de vecinos de la que se entra y se sale sin más. No somos pueblos extraños entre sí conviviendo en un mismo lugar. Somos un conjunto de pueblos hermanos de cuya, por decirlo así, “consanguinidad” histórico cultural no podemos sustraernos sin romper la unidad familiar, sin afrentarnos entre hermanos, sin faltar a nuestra raíz común.

Tenemos de este modo las mismas raíces y somos las mismas gentes pero con diferentes “ramas”, “estilos” o personalidades colectivas. Pueblos hermanos que, cada cual a su manera, participa de una genérica “cultura española” o “ser español”, que todo visitante extranjero reconoce en cuanto pisa nuestra tierra. Hermanos así en una suerte de España pre política. Una España cultural y antropológica anterior a su cristalización en un proyecto político concreto. Una España de la que en este sentido se es no por sentimientos o filiación política, sino como el universo cultural, antropológico y étnico de hecho, a partir del cual hacemos nuestra vida y nuestra persona. Españolidad de hecho para la que nuestros sentimientos de españolidad o inclinaciones políticas ni aportan ni quitan nada al hecho de ser españoles. Pues en este ámbito, se es español no por filiación política o sentimental sino por identidad cultural y antropológica. Se tenga conciencia de ella o no.

Somos en este sentido una de las identidades colectivas de Europa, como puedan serlo los británicos o los escandinavos, y con mayor o menor acierto, y conforme a nuestras circunstancias y vicisitudes históricas, hemos conseguido “no dejar de ser españoles” y darnos un proyecto político común de siglos de antigüedad.

Dicho esto, España no solo será así una raíz común cultural, antropológica e histórica, sino que además, habrá sido con distintas formas y peculiaridades, un proyecto político común para dicha raíz y su diversidad de pueblos y regiones. España es también, y valga la redundancia, el proyecto político para las gentes de España.

Desde la Hispania Romana, que aglutina en un mismo ente administrativo a los distintos pueblos de la Hispania Antigua, al Reino godo de Toledo, primer “Regnum Spaniae” y, por ende, proyecto político común para toda España. Del ideal neogótico que en algún momento informó a todos los reinos de la España cristiana frente al Islam; León, Navarra, Aragón o Portugal… a esos primeros “españoles” que se mencionan en el Reino Franco para referirse indistintamente a los habitantes de Aragón, los condados catalanes y en general la Marca Hispánica. De la unión territorial de los Reyes Católicos y el rey Fernando afirmando que dicha unión “restaura” la unidad del reino godo de Toledo, a un Cervantes o un Lope de Vega que en repetidas ocasiones afirman su condición de españoles y su convicción política española.

España como proyecto político no es así un invento de Franco… no es una cascara vacía sin refrendo histórico a lo largo de los siglos. La España política es por el contrario una larga andadura, con luces y sombras, aciertos y desaciertos, mayor o menor consciencia por parte de los españoles, pero realidad inapelable que, desde la objetividad, no puede ser negada…

Dicha España política, por otro lado y como hemos señalado anteriormente, no se habrá construido sobre una miríada de pueblos extraños, naciones en sí mismas sin mayor vínculo entre sí que la vecindad territorial… No, no habrá sido así… La España política se ha proyectado y desarrollado sobre pueblos hermanos de raíces comunes, partícipes todos de una diversa pero fehaciente “cultura española” o “ser español”. Lo que nos configura como uno de los grupos étnico culturales de Europa (el de los españoles) grupo que como conjunto poseerá a su vez subgrupos dentro de sí, como puedan ser los catalanes, castellanos, vascos, extremeños o andaluces. Pueblos hermanos que no vecinos.

Vecinos tenemos. Marruecos y el Magreb son nuestros vecinos, y a la vista está que no son españoles ni nosotros marroquíes. También a la vista estará que si Marruecos y el Magreb son vecinos, Cataluña y Aragón son algo más, son pueblos hermanos…

Es mucho más lo que nos une que lo que nos separa, ningún pueblo de España existe por sí mismo como raíz propia desvinculada del tronco común de lo español. No somos una comunidad de vecinos… esto no es verdad. No hay distancias insalvables en nuestros distintos perfiles y personalidades colectivas como para considerarnos gentes extrañas. Somos pueblos hermanos y como tales políticamente debemos actuar.

Todo ello nos conduce en puridad a afirmar la existencia de un ámbito cultural español del cual participan los distintos pueblos y regiones de España, una “dimensión identitaria española”. Además, nos conduce a aspirar, más allá de desavenencias, desencuentros y rencores, a un proyecto político común para todas las gentes de España. A una España política que, unida en la diversidad y diversa en la unidad, de traducción política a nuestra hermandad antropológica, histórica y cultural.

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Castilla, finalmente y en gran medida, capitaneó el proceso político de reunificación que supone el Medievo español tras la invasión islámica y la caída el reino godo de Toledo. Pero esa capitanía fue disputada por todos en algún momento del Medievo, ya sean Navarra, Aragón o Portugal, y todos ellos, al igual que Castilla, conforme al mismo ideal neogótico y la misma vocación de protagonismo e impronta en las distintas regiones de España. Castilla finalmente fue la que se impuso por los motivos que fuera y el castellano ha terminado siendo, desde hace mucho tiempo, la lengua común de toda España. Esto, sin detrimento de que existan otras lenguas españolas, como el catalán, el gallego o el vascuence, que siendo españolas no han tenido la repercusión del castellano. Esta preponderancia del castellano solo desde la ideología nacionalista puede usarse como arma arrojadiza, ya sea para laminar las otras lenguas de España, ya sea para hacer valer un independentismo antiespañol.

Por otro lado, este Medievo español nunca puede ser entendido si obviamos al reino godo de Toledo y su “Regnum Spaniae”. Su “Reino de España”, primera realidad política de una España unida que, como ideal de “unidad perdida”, alimentará el discurso neogótico de todos los reinos cristianos surgidos en España tras la invasión musulmana. Unidad perdida que afirmará el propio Fernando el Católico al hablar de “restauratio” con la conquista de Granada y que afirmará el pueblo llano cuando, en sus romances sobre la invasión islámica, la llamen literalmente: “La Pérdida de España”.

Españoles que como tales ya son señalados, en la Edad Media y en el mundo franco, los habitantes de la Marca Hispánica – ya sean aragoneses o catalanes – o donde Navarra y Aragón son señalados como reinos de España, en los versos del Cantar de mío Cid.

Del mismo modo, los conflictos entre foralismo y centralismo, entre federalismo medieval y austracista y centralismo borbónico, son conflictos no entre naciones sino entre modelos administrativos fruto de diferentes filosofías políticas. No son conflictos identitarios y de nación a nación, sino que para el caso concreto de la Guerra de Sucesión, suponen el enfrentamiento entre un modelo territorial de raíces medievales, y por tanto sesgos confederales, y un modelo centralista de raíces modernas e ilustradas. Modelo austracista y modelo borbónico que, en ningún caso, podrá suponer una lucha nacional de Cataluña contra España y que, por el contrario, es reflejo de las convulsiones que en toda Europa está produciendo el paso de la Europa tradicional a la Europa moderna. Conflicto que se prolonga durante el siglo XIX y al que también podrán adscribirse las Guerras Carlistas, enarboladas en no pocas ocasiones por el nacionalismo vasco como excusa justificadora de su discurso.

En este sentido, el largo, problemático y cruento proceso de cerca de tres siglos a través del cual España se va incorporando a la Modernidad (proceso que casi nos atrevemos a decir que concluye con la muerte de Franco), no es escenario de luchas nacionales por la independencia, sino escenario de guerras civiles entre españoles. Guerras civiles que no son sino la parte española de la “guerra civil europea” que supuso el tránsito de los modelos tradicionales de raíces medievales, a los modelos modernos enraizados en la Ilustración y la Reforma Protestante.

Solo la ideología nacionalista es la que haciendo uso tergiversador e interesado de la Historia, pretende que dicho proceso histórico sea reflejo de una lucha nacional por la independencia. Solo la ideología nacionalista, considera que aquellos conflictos son albur de una “lucha contra España y por la libertad”. Y es que como hemos señalado anteriormente, nuestro problema no es con el “hecho diferencial” de unos u otros, sino con el discurso que el nacionalismo quiere hacer de dicho “hecho diferencial” aún a riesgo de manipular la Historia.

En este sentido hay que insistir en que el problema que plantea el separatismo es en gran medida un falso problema, pues existe fundamentalmente porque hay nacionalistas. Y la razón de ser de los nacionalistas en primer lugar, e independientemente de todos lo demás, es crear su nación. Esto aún a costa de falsear y retorcer la Historia, falsear y retorcer las palabras y conceptos, exacerbar las identidades colectivas, enfrentarlas entre sí o dividir la sociedad. Y claro está, desde 1978 el nacionalismo no habrá hecho sino avanzar paulatinamente hacia donde indefectiblemente su propia naturaleza le tenía que conducir: la revuelta contra el Estado. Obviamente dicha revuelta se habrá visto precedida de la correspondiente demagogia y victimización en torno a ofensas y agravios a los que solo ya la independencia podría dar una respuesta digna…

Y sin embargo, la verdad es que si no existieran nacionalistas o, mejor aún, si la ideología nacionalista hubiera quedado desenmascarada, difícilmente se habría llegado al punto en el que ahora nos encontramos y los nacionalistas no dejarían de ser una opción minoritaria y marginal.

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Ahora, dicho todo esto, hay que hacerse cargo de que nos enfrentamos a “generaciones perdidas” para las que nada de lo que se pueda argumentar les va a hacer cambiar de opinión. Tenemos enfrente nuestro numerosísimas personas con las que difícilmente se puede argumentar racionalmente, pues han hecho una adhesión sentimental y casi religiosa a los dogmas del separatismo. “Suras del separatismo” que repiten como consignas de una religión revelada en las que la posibilidad de dialogo argumental, objetivo y racional es apenas posible. Y aún siendo evidente que no estamos hablando ni de religión ni de sentimientos, la deriva dogmática y sentimental está tan presente en no pocos ámbitos del nacionalismo separatista que tenemos que hacernos cargo de que el diálogo será prácticamente imposible. Pues sin un basamento de objetividad y racionalidad el diálogo político no es tal.

Del mismo modo, ya sea por el Franquismo, ya sea por la Guerra Civil, ya sea por alguna otra razón que se nos escapa, en esos mismos ámbitos del separatismo más acérrimo es fácilmente reconocible una profunda endofobia. Un odio a España y lo español y a todo lo que pueda simbolizar la presencia y realidad de España (más aún en el contexto de las regiones que se quieren independizar), que de nuevo nos retrata un perfil y discurso de difícil contra argumentación racional[1]. Pues lo que tenemos en frente es una exacerbación sentimental y prejuiciosa en la que España es caricaturizada de manera denigrante a través de tópicos casposos, que se enarbolan a modo de prueba fehaciente del carácter fracasado y rancio de una nación a la que no se pertenece y hay que dejar atrás.   De nuevo, frente a planteamientos como estos, poco o nada se puede hacer desde el diálogo. Y guste o no lo que estoy diciendo ahora, será una triste realidad el saber que en muchas ocasiones, en frente nuestro y en este debate, tendremos personas con las que será dificilísimo conversar de acuerdo a un horizonte de objetividad. Ni que decir tiene que en dichas posturas habrá mucho de contra imagen del discurso análogo pero antitético, que durante años se mantuvo por parte de algunos sectores del franquismo. Resultará así paradójico pensar que los últimos coletazos del franquismo no están tanto entre los nostálgicos del 20N, como entre quienes siguen luchando contra Franco 40 años después y desde el nacionalismo separatista…

Por otra parte, y quizás por el mismo motivo, la izquierda española no ha hecho sino ponerse de perfil con esta cuestión. Como acomplejada por España ha trasmitido, en no pocas ocasiones, la impresión de entender España más como un entramado jurídico que conforma un estado que como una realidad cultural, histórica y antropológica que conforma una nación de la cual dicho estado no es sino su plasmación política. Es sintomática la insistencia en no pocos sectores de la izquierda en hablar de “Estado Español” para referirse a España, y poner entonces el acento de la realidad nacional no en España sino en Cataluña, País Vasco, Galicia e incluso Castilla. España no tendría así sustancialidad nacional, y sí la tendrían sus regiones, siendo entonces que el estado central a la mínima resultará sospechoso de “españolismo”, de “franquismo”, de “centralismo”, de “fascismo”… Hasta tal punto llegará este dislate que el ámbito de la cultura popular afectada de endofobia y en maridaje de nacionalismo separatista e izquierda irredenta, a la música hecha en España se la llama “música estatal”, “rock estatal” o “movida estatal”. Negándose a decir que tal o cual banda de Rock es una banda de Rock español o de Rock hecho en España… En fin, otra muestra más de la dimensión casi patológica que alcanza el separatismo, así como del lenguaje cargado de sofismas con el que insistentemente se adultera el debate y confunde deliberadamente las cosas.

Ni que decir tiene que la derecha tampoco habrá hecho mucho para corregir esta irregularidad de nuestro país y en ella los complejos también estarán presentes. España apenas es reconocida así desde la derecha como realidad identitaria y su existencia y defensa se centrará en la Constitución, la “marca España”, los éxitos internacionales de unos pocos empresarios españoles y los éxitos deportivos cuando los hay. Una España sin arraigo y sin apenas raíces en la Historia que parecerá poder solo ofrecerse y defenderse desde “el patriotismo constitucional”, la obsesión por la estabilidad económica y el triunfo en las competiciones deportivas.

Con un panorama tan enclenque, tan acomplejado, tan confuso respecto de qué cosa es España y quiénes somos y qué nos une, no nos debe extrañar la indiferencia con la que no pocos españoles viven estas cuestiones. Como si la identidad nacional común y su plasmación política en un estado fuera cosa de segundo orden, en la que todos pecan de nacionalismo (tanto los separatistas como los que se oponen al separatismo), repitiéndose entonces el “mantra” de que el problema territorial es un problema de choque entre dos nacionalismos obcecados. Siendo entonces la solución una suerte de relativización de lo nacional y un repliegue a las preocupaciones individuales del ámbito más puramente personal: nuestro trabajo, los ingresos, la nómina, la hipoteca…

Obviamente una sociedad en la que la cuestión identitaria es vivida de manera exacerbada desde el nacionalismo o vivida desde la más pura indiferencia individualista y relativismo, es una sociedad con un problema grave de auto conciencia y auto conocimiento. Con un problema de identidad.

En este orden de cosas no estará de más que al patriotismo social, del que se hace gala en algunos ámbitos políticos – que con razón señala como enemigos de nuestro país a la corrupción, la desigualdad, el paro, la falta de oportunidades, la agresión al medioambiente o la falta de empatía y solidaridad para con los más desfavorecidos – se le una también un patriotismo identitario capaz de defender sin complejos la realidad de España. Un patriotismo identitario que afirme nuestras raíces comunes como un valor y vector de fuerza y apoyo mutuo; y nuestra diversidad y nuestra unidad como realidades que nos constituyen y enriquecen, y que no deben ser manipuladas por ningún nacionalismo de un sesgo u otro. Un patriotismo en el que la lucha contra el separatismo sea también un frente del patriotismo social, pues detrás de dicho separatismo hay casi siempre una renuncia a la fraternidad entre pueblos hermanos y una llamada a la insolidaridad.

Por desgracia, no parece que entre los partidos que hacen bandera del patriotismo social, la más mínima conciencia identitaria común tenga lugar; y compran la “mercancía averiada” y “jerga falsaria” de los separatistas, llamando “derecho a decidir” a lo que no es sino “derecho de autodeterminación”, defendiendo incluso referéndums vinculantes para regiones concretas de España. Como si la propia ejecución de dichos referéndums no supusiese ya una decisión unilateral de una parte respecto de un todo, que nos afecta y vincula a todos

La ausencia de un sano patriotismo identitario común para todos, afirmado en la diversidad pero español y sin complejos, en unión con un imprescindible patriotismo social, capaz de señalar los desafueros de un sistema en el que dinero pesa más que las personas, será una de las carencias más lacerantes del panorama político español.

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Tenemos así por delante una auténtica batalla cultural que trasciende el ámbito de la disputa política entre partidos; porque los complejos y limitaciones de las respuestas al separatismo desde la derecha y la izquierda, unido a la vivencia fuertemente ideologizada y sentimentalmente victimizada, exacerbada y en ocasiones incluso fanatizada del nacionalismo separatista, ha provocado la hegemonía cultural de este último. Una hegemonía en la que solo la adhesión a sus postulados o a la ambigüedad respecto de la realidad nacional española son tenidas por respetables, dejándose caer sobre cualquier otra opción un manto de sospecha de “españolismo”, “fascismo” o pensamiento reaccionario. Como si para el ámbito de la cuestión territorial solo en el nacionalismo separatista o en la relativización del valor de la unidad de España pudiera encontrarse una actitud de progreso y modernidad. Siendo la defensa de la Unidad posible prueba de una mentalidad casposa, rancia y anticuada… Defensa en la que no pocos creadores de opinión en radio y televisión evitan entrar, aun no siendo ellos nacionalistas y por un prurito de progresía que podría ponerse en duda si frente a los separatistas no muestran paños calientes… Hasta tal punto habrán llegado aquí los complejos que en España hemos tenido que aguantar cómo políticos de la más alta responsabilidad se manejaban con remilgos a la hora de reconocer la realidad nacional e histórica de España…

Es así a nuestro entender que en esta batalla cultural habrá que dar el Do de pecho, y esto independientemente de por donde vaya a discurrir nuestra malhadada situación política o económica. Es decir, más allá de cómo se desarrolle el conflicto territorial en las disputas políticas entre partidos, es el ámbito de la cultura donde tendremos que asentar en nosotros mismos y afirmar allá donde fuera necesario, y conforme a nuestra circunstancia personal, el convencimiento racional de que España existe y es una realidad histórica, étnico cultural y antropológica objetiva. Que diversa y heterogénea es un conjunto de pueblos hermanos de raíces comunes que tienen más que ganar que perder en la constitución de un proyecto político común. Proyecto solidario, de esfuerzos, fatigas y alegrías compartidas que, independientemente de su flexibilidad territorial, no puede quedar socavado en su unidad. Que ha llegado el momento de que, sin complejos ni veleidades nacionalistas, recuperemos una concienciación identitaria común respecto de nuestra condición de españoles. Españolidad que no será sino una rama más del gran árbol de la identidad europea. Afirmando desde aquí un patriotismo social en el que ninguno de nosotros pueda quedar tirado en la cuneta sin mayor culpa que haber sido una persona humilde y honrada, pero en el que tampoco vayamos a aceptar que se levanten fronteras entre pueblos hermanos. Una nueva España, regenerada y reubicada en su Historia e Identidad, reconciliada consigo misma, unida en la Fuerza, diversa en la Riqueza, solidaria y fraternal, que pueda ofrecerse a las generaciones que vienen como horizonte de esperanza y compromiso más allá del laberinto en el que unos y otros la han metido…

[1] Aquí el caso del separatismo etarra habrá sido especialmente horroroso, con un fanatismo nacionalista que no ha puesto freno al odio y se ha entregado de manera obscena al asesinato, el secuestro y el crimen sin hacer examen de conciencia, y en permanente auto justificación demagógica a partir de todo tipo de excusas y en la más flagrante insolvencia ética y moral.

La Etnología, la Tradición y el Folclore.

en España por
Parque Nacional de Cabañeros

La Etnología, la Tradición y el Folclore como fundamento identitario y recurso económico.

Conferencia impartida en las segundas jornadas etnológicas del Parque Nacional de Cabañeros. En ella planteo que el patrimonio folclórico, etnológico y natural puede ser tanto un recurso económico sostenible, como una fuente de construcción espiritual de la persona y afirmación identitaria de la comunidad.

Itunes

El fenómeno del Celtismo

en Cultura Celta/España/Historia por
El fenómeno del Celtismo

La Cultura Celta, más allá de su realidad histórica, ha llegado a ser un referente de determinadas formas de cultura popular de nuestro tiempo. Es lo que nosotros llamamos “El fenómeno del Celtismo”. A dicho “Celtismo” del siglo XXI y su relación tanto con la cultura celta propiamente dicha, como con las pervivencias que de ésta puedan quedar en Europa así como de uso espurio que pueda hacerse de la misma, hemos dedicado un anexo de nuestra tesis doctoral. A partir de dicho anexo hemos podido escribir un libro llamado precisamente “El fenómeno del Celtismo” del cual extraemos este fragmento para colgarlo en nuestro blog.

 

En el mismo teorizamos sobre el por qué de un “Celtismo Moderno”, cómo es que puede haber surgido una fascinación por la Cultura y el Mundo Celta en nuestro tiempo, y que de bueno podríamos encontrar al respecto.

 

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El Celtismo en el Mundo Moderno:

La fascinación por la Edad del Hierro y la búsqueda de las esencias perdidas.

Situada a caballo de la Prehistoria y la Edad Antigua, la Protohistoria Europea y su correspondiente Edad del Bronce y Edad del Hierro del Hierro, se han configurado para el imaginario colectivo como una suerte de germen, en el que por un lado se superaría el primitivismo prehistórico y por otro, se habrían dado los pasos previos para la formación de las culturas y civilizaciones propiamente Históricas de la Antigüedad (principalmente el mundo grecolatino). Tiende así a ser tenida en no pocas perspectivas populares, como un firme, puente o enlace, que llevándonos más allá de la Prehistoria, prepara y anuncia los tiempos Históricos posteriores. Siendo entonces que como veremos, para según qué corrientes y a veces modas, la pervivencia de dichas culturas del Hierro en grandes áreas de Europa en tiempos de Roma e incluso posteriormente, en época medieval, hacen de dicho universo protohistórico una realidad de gran poder de sugestión. Más aún si nos detenemos en su enfrentamiento con Roma en la Antigüedad, o con la cristiandad medieval en tiempos de Carlomagno o de las invasiones vikingas.

De alguna manera, ese carácter de estadio previo a la Antigüedad y estadio superior a la Prehistoria, parecerá cargarla muchas veces como de un aura mítica y legendaria. Como de primeras y ancestrales “esencias puras” en las que se podrían encontrar los mimbres del posterior desarrollo de la Civilización, y del despliegue mismo de la historia de Occidente. Ese carácter como “esencial”, esa carga mítica y legendaria, provocará en no pocos aficionados y estudiosos, una fuerte fascinación. Como si en los tiempos protohistóricos de Europa pudiéramos encontrar una fuente primera en la que volver a beber desde la distancia de nuestro presente ciclo histórico, y desde una determinada concepción “decadente” de la Modernidad. Reencontrando entonces en la Edad del Hierro una “pureza” y un “sentido” que muchas veces se considerarán perdidos.

El tiempo histórico moderno duda así de sí mismo y busca una reorientación en el pasado, siendo entonces que algunas miradas se deleitan en la grandeza de la Antigüedad y en la cultura greco-romana, donde se tiende a decir que habría “empezado todo”. Otras miradas se detienen en el Medievo, cargándolo de un aura romántica e idealizada: con sus Cruzadas, Templarios, castillos, Reconquista o monasterios… Y otras miradas, quizás precisamente porque “todo empezó” con Grecia y Roma, y porque el Medievo en todo caso y en razón de su cristianismo, no era “todo lo puramente europeo que debería ser”, dudan también de uno y otro y quieren ir más atrás… Como si la semilla de la decadence se hubiera sembrado ya en el mundo grecolatino y el cristianismo medieval por su parte, hubiera adulterado las esencias de lo propiamente europeo. Siendo entonces que la “Pureza y la Autenticidad”, el “alma misma de la Europa ancestral”, pudiera estar en ese estadio en el que dejamos de ser “salvajes”, pero todavía no nos hicimos “civilizados”… En la Edad del Hierro.

Edad del Hierro en la que Celtas y antiguos Germanos, sin las grandezas de la Antigüedad o la Edad Media, y con una cultura material más humilde y a veces también más tosca, parecerán conocer sin embargo y con mayor claridad y certeza, “el Sentido auténtico de la vida y el Mundo”. De la valía personal y el heroísmo, la comunidad de sangre y los ancestros, la unión con la naturaleza y “sus fuerzas mágicas y misteriosas”… Si a esto unimos la incuestionable carga épica del guerrero celta o el guerrero vikingo, en su lucha contra Roma o en sus aventuras y saqueos por el Mar, el cuadro idóneo para una idealización estará servido.

Ciertamente, cabría plantearse para este argumento que venimos desarrollando, una suerte de “nostalgia” por “las esencias perdidas” que desde un cierto romanticismo e idealización, anhelase para la existencia humana algo más de “Espíritu”. Algo más de “Autenticidad” más allá de la vida moderna y sus rutinas burguesas. Algo más de épica, heroísmo, fuerza, pureza y sabiduría y en una época, la Moderna, en la que todo pareciera poder reducirse a categorías puramente materiales, económicas y técnicas… Es entonces que el Medievo, con sus caballeros templarios y su fervor religioso. Roma, con su grandeza y sus legiones. Grecia, con sus duros espartanos y al tiempo sus filósofos, artistas y poetas. Y claro está, los Celtas o los Vikingos, con sus guerreros “furibundos e indomables”, sus dioses terribles y a veces oscuros, su ruda sencillez y su comunión con la naturaleza, los animales, los árboles o las tormentas… terminan por configurar “un manantial de inspiración” al que acercarse a beber, si es que se busca “un reencuentro” con las “esencias perdidas”…

Este “esencialismo”, a nuestro humilde entender, hará parte importante de la fascinación por la Cultura Celta, así como por general de los fenómenos análogos al Celtismo propiamente dicho. Ya sea la fascinación por los Vikingos, los Espartanos o las legiones de Roma. Y creemos posible reconocerlo claramente y con diversas vestiduras o formas, en no pocos movimientos identitarios y neoespirituales de la actualidad. Pudiendo decirse que en gran medida, a través de dichos fenómenos de idealización e inspiración por las culturas del pasado, se planteará un horizonte de regeneración espiritual, cultural y casi “antropológico” para nuestra época. Horizonte de regeneración que de acuerdo a un sentimiento o visión crítica de la Modernidad, apelará a la “búsqueda de la Esencia” en el ámbito de “la Tradición”. Entendida ésta, como un pasado en el que el Hombre se hizo reflejo o portador, de una visión más auténtica, verdadera y elevada de la vida.

Más allá de las consideraciones sociológicas que pueden establecerse con respecto a tan singulares perspectivas y movimientos, y de los interesantes síntomas que parecen traslucir: desafecto hacia la Modernidad y el materialismo, sensación de identidad perdida y pérdida de valores, búsqueda de la esencia europea, recuperación de la idea de los ancestros, de nuestro antepasados, etc… lo cierto es que para acercarnos al estudio riguroso de la Edad del Hierro, será condición indispensable estudiar a aquellos pueblos de Europa que en tiempos ya históricos y frente a Grecia y Roma, entran precisamente en la “Historia” a través del enfrentamiento e interactuación con dichas potencias mediterráneas. Configurándose entonces como el paradigma de la “Europa bárbara” frente a la “Europa civilizada”.

Dichos pueblos serán fundamentalmente los pueblos celtas y germanos, pueblos que conoceremos principalmente por las fuentes clásicas, la arqueología y los correspondientes estudios de la ciencia histórica. Si bien, de dichos pueblos y culturas podremos tener otras referencias, en este caso provenientes directamente de las tradiciones “bárbaras” y su propia manera de ver el mundo. Nos referimos aquí a textos y tradiciones conservados básicamente a través del Medievo y a pesar de la “romanización” y el “cristianismo” (o más allá de la “romanización” y el “cristianismo”) que podrán funcionar como pequeñas ventanas a la Edad del Hierro. Ventanas por las que asomarnos al mundo espiritual, ético, mítico y religioso de aquellos pueblos de Europa que “siguieron unidos” a la Edad del Hierro, cuando Europa entraba ya en su ciclo “propiamente histórico”. Nos referimos claro está a la mitología irlandesa y a las Eddas y sagas escandinavas. Pudiendo encontrarse también y en cierta medida “apuntes” de esa “originaria” cultura del Hierro, en los cantares de Gesta del Medievo, en leyendas y romances también medievales, o en el ciclo Artúrico y del Grial. Así como también y en menor medida, en algunas costumbres, leyendas y fiestas folklóricas, conservadas en regiones más o menos “remotas” de Europa (dedicaremos más adelante un capítulo entero a desarrollar esta idea).

El mundo céltico fue básicamente absorbido por la romanización, especialmente en Hispania y las Galias, donde además y posteriormente se sufrirán las invasiones bárbaras y la consiguiente germanización. Todo a lo largo de un proceso de siglos en el que también la cristianización, contribuirá a laminar la antigua Céltica, quedando ésta reducida entonces a un fenómeno muy marginal, conservado únicamente en zonas especialmente aisladas o apartadas, así como en algunos de los finisterres atlánticos de Europa. Nos referimos aquí y principalmente a las islas Británicas, en las que la romanización fue más débil y a pesar de las invasiones sajonas, tanto en Gales como en Cornualles, en las Tierras Altas de Escocia, y sobre todo en Irlanda, se conservarán interesantísimas pervivencias del antiguo mundo céltico. Especialmente en un rico y profuso folclore popular, así como en la anteriormente mencionada mitología celto-irlandesa, su ciclo de Ulster, el “Libro de las Invasiones” o los guerreros fianna.

Debemos entender en cualquier caso que siendo las islas Británicas y en especial Irlanda las zonas más típicas de estas pervivencias del antiguo mundo céltico, no serán en ningún caso las únicas. En España podremos recoger también un rico fondo folclórico y popular cargado de elementos provenientes del ancestral substrato céltico. Nos referimos al mundo rural y sus leyendas en Galicia, Asturias y Cantabria y en general en todo el cuadrante del noroeste Peninsular. Lo mismo podrá decirse de amplias zonas del interior, en las tierras altas de la Meseta, en el altiplano soriano y en diversas áreas del sistema Ibérico, así como en zonas de Extremadura y del sistema Central. Siendo especialmente significativa y para todo el territorio de la antigua Hispania Céltica, la pervivencia de antiquísimas y coloridas fiestas populares, en las que las mascaradas y botargas, los ritos alrededor del fuego y el carácter invernal de las mismas, parece ser de nuevo una lejana pervivencia del antiguo sustrato céltico. Las fiestas del pueblo soriano de san Pedro Manrique en este sentido, han sido siempre reconocidas como especialmente significativas (también sobre esta cuestión volveremos más adelante en el capítulo correspondiente al papel del folclore).

Por otra parte y con respecto a esta idea de pervivencias y “ventanas” a la Edad de Hierro, debemos entender que dicho mundo cultural y espiritual, no se circunscribirá en exclusiva al mundo céltico. Como ya hemos señalado, también el mundo germánico, situado más allá de las fronteras de Roma y en sus regiones más septentrionales solo tardíamente cristianizado, conservará diversos elementos provenientes de ese ancestral fondo protohistórico prerromano y precristiano.

Aquí tendremos unos documentos de excepcional valor que serán las Eddas y sagas escandinavas, conservadas en la remota Islandia y a través de las cuales podremos en cierta medida conocer, el mundo mitológico, religioso y ético del antiguo mundo germánico. Los límites septentrionales de Europa, desde la península de Jutlándia y hasta la helada Islandia, se convertirán así también en áreas en las que el mundo de la Edad del Hierro europeo, habrá dejado importantes pistas de su trabazón espiritual y cultural.

Por otro lado y tal como hemos señalado anteriormente, podremos también tener en cuenta todo lo que sería la épica heroica de la Edad Media. Ésta, aunque situada ya en un marco histórico lejano a la Edad del Hierro, se construirá fundamentalmente con tradición grecolatina, cristianismo y tradición germánica y céltica. Siendo estas últimas la que, aún cristianizadas y encuadradas en un marco cultural tardo-romano, insuflarán al Medievo una ética heroica y guerrera propia del mundo espiritual de la Edad del Hierro. Esto marcará definitivamente dicho Medievo y cristalizará no ya en las órdenes de Caballería, las Cruzadas o el Feudalismo. Sino especialmente en los Cantares de Gesta y Romances medievales. En los que muchas veces se podrá respirar el mundo de imágenes y evocaciones heroicas propias de la ancestral Edad del Hierro, siendo en el caso del ciclo artúrico, que el antiguo fondo céltico, parecería resultar especialmente presente.

Finalmente y abundando en esa idea de un sustrato de creencias y valores comunes al mundo del la Edad del Hierro en Europa, deberemos tener que presente que aunque mayormente haya sido estudiado a través de las culturas célticas y germánicas, también la Grecia arcaica que recoge Homero en la Iliada, nos mostrará unos patrones heroicos y de conducta análogos en gran medida, a los que luego veremos al estudiar la Edad del Hierro propiamente dicha. De tal manera que en la Grecia primera, Aquea y Dórica, en los “campeones guerreros” de Homero, vinculados éstos al Bronce Final, encontraremos también una ventana por la que asomarnos al universo de la protohistoria europea.

Tenemos así que el mundo cultural del Hierro, ciclo protohistórico europeo desaparecido con el inevitable desarrollo de la Historia de Occidente, nos habrá dejado ventanas desde la que contemplar “cómo entre brumas” su “vida interior”, y estudiar quizás entonces ese “fondo primero”. La raíz desde la que dio comienzo más allá de la Prehistoria, el desplegar de la Historia de Europa. Siendo entonces inevitable el platearse la idea de los “primeros principios”, de búsqueda de “esencias ancestrales” que anteriormente hemos señalado y que nosotros consideramos, una de las claves del celtismo contemporáneo.

Se buscaría de este modo el fondo común y las potencialidades propias del alma de Europa, que ocultas o manifiestas, subyacerían a nuestra historia y a sus diferentes momentos culturales. Siendo entonces que desde nuestra Modernidad-para muchos descarriada o desnortada-, se pretendería recuperar el rumbo apelando a dicha esencia ancestral. Es decir, habría un anhelo de “Tradición”, de “espíritu, esencia e identidad”, en el fenómeno del celtismo. Así como en movimientos parecidos que pudieran tener como referente no ya a los Celtas, sino quizás a la Edad Media, los Vikingos y los antiguos pueblos germánicos, la antigua Esparta o en general, todas las tradiciones europeas premodernas en su conjunto. Hay de este modo a nuestro parecer en el fenómeno del celtismo y en fenómenos análogos, una vaga y difusa pero a su vez presente, búsqueda de “Raíces”. Búsqueda de “Espíritu” y “Tradición”.

Esta pretensión en principio, no solo puede ser perfectamente legítima y coherente con el estudio de los tiempos protohistóricos europeos, sino que además, entendemos que puede tener un lugar y un sentido no menor, en el ámbito del desarrollo de las culturas occidentales contemporáneas. Puede ser así algo necesario, bueno y útil, el “saber quiénes somos”, más allá de los paradigmas de la Modernidad. Y si bien es verdad que desde dicho supuesto “descarrilamiento” moderno, muchos podrían replantearse el rumbo echando la vista a las “raíces cristianas de Europa”, o a las “raíces griegas y romanas” también de Europa, o incluso a la propia “Razón Ilustrada” que sembró la semilla de nuestra Modernidad… No será de recibo platearse que quizás las “respuestas” podrían buscarse también, en ese mundo de “esencias primordiales” que supuestamente, habría sido la Edad del Hierro.

En gran medida y a nuestro parecer, los fenómenos actuales del neopaganismo y/o el neoceltismo, deberán contemplarse desde esta perspectiva.

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Dicho esto, y hablando ahora desde nuestra esfera más puramente personal, no tenemos reparo en pronunciarnos al respecto no solo y efectivamente con una mirada profundamente crítica para con la Modernidad, sino que además, apostaríamos por un sentido de la “Tradición” europea en el que desde la cristiandad medieval y hasta la Grecia clásica y homérica, pasando a su vez por el mundo celta, romano y germano, todo ello configuraría el “fondo” de la esencia e identidad de Europa. Esencia e identidad que desde las pistas y claves que otorga la “Tradición”, nos estaría señalando las vías hacia el “Universal y Perenne del Espíritu”. La “Vertical” desde la que siempre y para todo tiempo y lugar e independientemente de todo lo demás, es posible una regeneración…

Del Cantar de Mio Cid a las leyendas de Bequer

en Cultura Celta/España/Historia por
DEL CANTAR DE MIO CID A LAS LEYENDAS DE BEQUER

El Fenómeno del Celtismo.

La Cultura Celta, más allá de su realidad histórica, ha llegado a ser un referente de determinadas formas de cultura popular de nuestro tiempo. Es lo que nosotros llamamos “El fenómeno del Celtismo”. A dicho “Celtismo” del siglo XXI y su relación tanto con la cultura celta propiamente dicha, como con las pervivencias que de ésta puedan quedar en Europa así como de uso espurio que pueda hacerse de la misma, hemos dedicado un anexo de nuestra tesis doctoral. A partir de dicho anexo hemos podido escribir un libro llamado precisamente “El fenómeno del Celtismo” del cual extraemos este fragmento para colgarlo en nuestro blog.

 

En este fragmento traemos a colación los interesantísimos planteamientos de Martín Almagro-Gorbea sobre la presencia de elementos de la cultura celta, en obras fundamentales de la literatura tradicional premoderna española, así como en las leyendas de Bequer de temática soriana.  

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Del Cantar de Mio Cid a las leyendas de Bequer:

No podemos en este capítulo dejar de hacer referencia al ensayo de Almagro-gorbea Literatura hispana prerromana (2013), en el que se aborda la posibilidad de rastrear mitemas propios del mundo hispano céltico, a través del Cantar de mío Cid, el Códice Calixtino, el libro del Buen Amor, el Romance del conde Arnaldos o las leyendas de Bequer…

La idea que se plantea es así, que en la literatura tradicional y premoderna de España, así como en las reelaboraciones literarias de antiguas leyendas populares, se estarían recogiendo personajes, tramas, imágenes y creencias del antiguo sustrato céltico y prerromano de la Península. No siendo la presencia de dichos elementos de la Hispania céltica deliberada, sino fruto de una larga pervivencia de la cual los propios autores no tienen conocimiento pero son partícipes.

Es de este modo que en el Cantar de Mío Cid se describirá al comenzar su destierro, un doble augurio a través del vuelo de sendas cornejas: A la exida de Bivar vieron la corneja a diestra y entrando en Burgos ovieronla a siniestra (Mío Cid, I, 11-12). Augurios vinculados a córvidos que podremos encontrar íntimamente unidos al imaginario celta, casi siempre en contextos de guerra, pruebas o adversidades que debe afrontar y superar un héroe. Contextos análogos al que se plantea en el Mío Cid (Almagro-Gorbea 2013: 323-331).

En el códice Calixtino y de las leyendas surgidas en torno a la llegada del cuerpo del apóstol Santiago a Galicia, destacarán las leyendas de la Reina Lupa, el Bosque Ilicino y el Monte Sacro. Leyendas embebidas de elementos clásicos del imaginario celta que en Galicia, estarían perfectamente vigentes en pleno siglo XII. Perdurando en ocasiones en algunos de sus imágenes y personajes, incluso hasta época presente, lo que convierte las leyendas en torno a la tumba del apóstol Santiago y el “paisaje mágico” que lo rodea, en un ejemplo característico de la pervivencia prácticamente hasta nuestros días, de una narrativa propia del imaginario céltico (Almagro-Gorbea 2013: 344-360).

De igual modo la “triple muerte” o threefold death (ahogado, colgado y quemado), mitema clásico del mundo céltico, aparecerá recogido en el Libro del Buen Amor en el relato del hijo del rey de Alcaraz (Almagro-Gorbea 2013: 376-378 y 396-402). Pudiendo encontrarse por otro lado y en el Romance del conde Arnaldos, la tradición de los Ímmarama irlandeses.   Leyendas de “navegaciones mágicas” al Más allá o embarcaciones maravillosas capaces de llevaros al “Otro Mundo”, en travesías de no siempre regreso seguro (Almagro-Gorbea 2013: 361-375).

Finalmente podremos también traer a colación las leyendas sorianas de Bequer, llamando la atención los numerosos elementos del imaginario celta conservados en las mismas. Dichas leyendas, ubicadas también en el entorno del Moncayo, se basarán en cuentos y leyendas populares en los que el imaginario celta resultará incuestionable, lo que las convierte en prueba fehaciente de cómo la literatura popular, puede ser una fuente de conocimiento para la Hispania céltica (Almagro-Gorbea 2013: 332).

La leyenda del “Rayo de Luna” y sus “seres sobrenaturales” del aire, los bosques, las peñas y las aguas. La leyenda de “Los ojos verdes”, con el cazador que persigue al ciervo herido en los bosques del Moncayo y llega hasta una fuente en la que vive un “espíritu del mal”… Una mujer de ojos verdes, cabellos de oro y voz semejante a la más hermosa música, que castiga al que osa turbar la paz de la fuente. La leyenda de “La corza blanca”, historia relacionada con la caza y el “espíritu del bosque”, encarnado en una cierva blanca con capacidad para hablar, reír y conocer el futuro y de cuya existencia conocen los pastores del lugar si bien éstos, la relacionan con el diablo. La leyenda del “Gnomo”, donde reaparece el elemento de la fuente encantada y a través de la cual se llega a las profundas simas del Moncayo. Simas en las que al igual que en sus cumbres más solitarias, viven “espíritus del lugar”, que en este caso conocen las entrañas de los montes y sus caminos subterráneos y advierten: “Remonta mi corriente y… osa traspasar los umbrales de lo desconocido”. Y la leyenda del “Monte de las Ánimas”, con el mitema céltico como protagonista de los espíritus de los Muertos y su capacidad para relacionarse con los vivos la Noche de Ánimas. Todo en el contexto de una batalla funesta del pasado, un cazador perdido en el Monte de las Ánimas, situado junto al río donde están enterrados los difuntos y llegada la noche… Todo ello elementos reconocibles del imaginario celta (Almagro-Gorbea 2013: 333-341).

En consecuencia, las leyendas sorianas de Bequer ofrecen elementos inspirados en el imaginario tradicional que procede y refleja la mentalidad e ideología ancestral de las gentes celtas que habitaron la Celtiberia. Más allá de las recreaciones románticas del autor, el imaginario céltico de las tierras de Soria y el Moncayo, estaría manifestando una larga pervivencia y memoria que de nuevo y como ocurría en los casos anteriores del Mío Cid y demás, nos aproximará el universo mítico de los celtas de Hispania (Almagro-Gorbea 2013: 341-343).

El estudio así del “alma” de la Hispania céltica pasará también por saber leer las leyendas, romances y clásicos tradicionales premodernos de la literatura española. Muchos ellos imbuidos de un sustrato de tramas, imágenes y personajes que tendrán su origen no tanto en la mera imaginación de los autores, como en paradigmas ideológicos del antiguo mundo hispano celta. La obra de Almagro-Gorbea que en este capítulo hemos querido mínimamente glosar, puesta en relación con lo que hemos venido diciendo sobre el folclore popular en apartados anteriores, nos invita a un renovado horizonte de trabajo en el que a lo que nos llega a través de las fuentes clásicas y el registro arqueológico, se le añaden nuevos elementos de estudio, indagación e interpretación. Nuevos elementos que ahora sí y conforme a un trabajo multidisciplinar, pueden dejar atrás las estrecheces del empirismo y sin perder rigor, afrontar ese “estudio de las esencias” que como hemos indicado, será fundamental para una auténtica puesta en valor del Celtismo más allá de toda deriva espuria.

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Antes de cerrar este capítulo una última reflexión que en cierta medida está relacionada con lo que hemos venido diciendo en el mismo. Una reflexión en torno a lo que personalmente nos gusta llamar “El Hechizo del Sidhe”

Dentro de la fascinación que despierta la cultura celta entre el público aficionado, ocupa un lugar muy especial todo lo relativo al universo feérico de “seres mágicos” que vinculados a fuentes, bosques, pozos o cuevas, configuran una suerte “Más allá Telúrico” en el que pareciera que el agua, el viento, el fuego o los árboles, serían “seres animados” dotados de “alma” u hogar de seres invisibles de un “Otro Mundo Encantado”. Del “Reino de las Hadas” a los mouros gallegos, hemos hecho una breve referencia a ello en un apartado anterior. En la misma línea se encontrará la idea de fechas concretas: Todos los Santos, Noche de san Juan…. en las que dicho “Mas allá Telúrico” quedaría más próximo a nosotros y sería posible comunicarse o acercarse a él. La cantidad de leyendas populares a lo largo y ancho de Europa sobre dichos seres y dicho “Otro Mundo” es grandísima, siendo las más conocidas las leyendas irlandesas sobre duendes, si bien también serán muy abundantes en España. Principalmente en Galicia y Asturias.

Todos tenemos incluso una idea aproximada de las temáticas e imágenes propias de dichas leyendas: riquezas subterráneas custodiadas por “gnomos” o “hadas”. El paso a “Otro Mundo maravilloso” donde deleites y gozos pueden tornarse en pesadilla conforme al capricho de hadas y duendes. Los “niños robados” por las hadas o el volver del protagonista al mundo real, creyendo haber estado no más de una noche el “Reino Escondido”, y encontrar que en realidad han pasado cien años… Podríamos continuar deshilando las diversas temáticas de este tipo de relatos pero no creemos que sea necesario, pues en sus líneas generales son cosa conocida por todos.

Este universo feérico, sus “habitantes”, imaginería, fechas especiales y “santas compañas”, todo ello plasmado casi siempre con una estética entre “prerrafaelita” y romántica, configura un escenario altamente sugestivo que hace parte fundamental de las fascinación y reelaboración popular que desde el siglo XIX, se viene haciendo del mundo celta. El Sidhe del celtismo histórico y su concepción “mágica” del mundo natural, el Más allá y los difuntos, se convierte de este modo y por parte del hombre moderno, en una suerte de “reencuentro” con la idea de un “Universo Animado”. Un universo por decirlo así, “espiritualmente vivo”. Un “reencantamiento” del Mundo en el que el mecanicismo cartesiano queda atrás y el mundo natural y el universo, vuelven a responder más a la imagen de un inmenso ser vivo dotado de alma, que a la de un inmenso mecano similar a un reloj de cuerda…

En palabras de Platón: “Este mundo es de hecho, un ser viviente dotado con alma e inteligencia (…) una entidad única y tangible que contiene, a su vez, a todos los seres vivientes del universo, los cuales por naturaleza propia están todos interconectados” (Timeo 29, 30).

Esta idea de un Anima Mundi, tan cara en general al mundo pagano y ya en tiempos del cristianismo dejada mayormente atrás, parece volver así al hombre europeo de la Modernidad a través de la “antigua creencia celta en el Sidhe”. Creencia que es recibida como un reencuentro en algunas personas profundamente conciliador, consigo mismas y con la naturaleza. Como un volver a mirar el Mundo como un paraje encantado…

La literatura, el arte, la poesía, el cine…. son innumerables las obras culturales que reflejarían este “Hechizo del Sidhe” que es ya, una de las facetas más típicas del Celtismo contemporáneo. Loreena McKennit, con su aspecto de pelirroja prerrafaelita, tocando el arpa mientras canta con envolvente melodía el “Stolen Child” de William. B. Yeats, sería a nuestro humilde entender una plasmación clara de lo que venimos diciendo. En este caso de una manera especialmente acertada y hermosa en la que un autor de finales del XIX y “enamorado del Sidhe”, como Yeats, se convierte en música de nuestro tiempo de mano de una mujer también “hechizada” por el “mundo mágico” del Sidhe, como parece serlo la señora McKennit ¿Pero acaso no es ese el mismo hechizo que parece sostener las leyendas sorianas de Bequer? ¿Y no es acaso este mismo hechizo el que está detrás de ese marinero misterioso del Romance del conde Arnaldos, que “solo dice su canción a quien con él va”? ¿Y no hay algo de todo esto en las cornejas que a diestra y siniestra auguran al Cid cuando éste parte al destierro?…

La concepción del Mundo como un paraje animado y espiritualmente vivo subyace a todos estos planteamientos y frente a la aridez mecanicista que tanto éxito ha tenido en la Modernidad, se ofrece como un bálsamo purificador que parece invitar a una manera más profunda y empática de ver la Naturaleza. Una manera que de nuevo y más allá de las lamentables derivas espurias que tanto ha llegado a proliferar en según qué ambientes, puede ser puesta en valor como uno de los activos que debidamente entendido y encauzado, hacen del Celtismo un fenómeno que a pesar de todo, puede merecer la pena.

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