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Hispania Céltica - page 2

Claves fundamentales de la Hispania Céltica

en Cultura Celta/Historia por
Claves fundamentales de la Hispania Céltica.

Nuestro estudio de tesis doctoral sobre la Hispania Céltica y su Tradición Guerrera, nos permitió abrir enormemente el abanico expositivo del mundo hispano céltico a medida que avanzaba el trabajo. Pero llegada la conclusión final tras tantas páginas de exposición y reflexión, se impuso una síntesis última que destilase lo más esencial de nuestro estudio. Síntesis que asegurara mojones firmes en el camino, líneas maestras desde las que abordar seguros el conocimiento y comprensión de mundo hispano céltico…

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Remarcaremos de este modo seis claves fundamentales de la Hispania Céltica.

Cada uno de ellas remitida a su vez en cuanto a referencias bibliográficas, a su correspondiente apartado en el índice general de la tesis doctoral. Del mismo modo y respecto de la terminología empleada nos remitiremos al Glosario.

Si en La Forja y la Espada consideramos a la Hispania prerromana y sus luchas contra Roma como una suerte de “patria originaria” o Urheimat. Aquello que fue fundamental en aquel tiempo, quizás lo pueda seguir siendo a día de hoy…

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La cuestión étnica:

Afirmamos la existencia en el marco de la Hispania prerromana, de una Hispania céltica. Un mundo hispano céltico que se extendería por el tercio norte y el noroeste, las Mesetas y el interior, la fachada atlántica y gran parte del valle del Ebro. Un amplio territorio de celticidad hispánica que aún diversa y heterogénea, y dotada de particularidades propias, formará parte legítimamente y de manera fundamental, de lo que sería la “Céltica Europea”. De este modo su raíz originaria, al igual que ocurre en gran parte de las culturas de la Europa protohistórica, se encontraría en el fondo común indoeuropeo.

Dicho lo anterior, dentro esa celticidad hispánica, habremos diferenciado entre un polo de celtismo arcaico ubicado en lo que sería el arco lusitano-galaico al oeste y noroeste Peninsular. Y un polo de celticidad “más plena”, cercano a la celticidad que se pudiera estar en dando en áreas de la Europa continental, en lo que sería el mundo celtibérico. El primero de estos polos estaría más próximo al fondo indoeuropeo protocelta, y el segundo habría surgido como desarrollo de dicho sustrato protocéltico a partir de influencias provenientes de allende los Pirineos.

Entre ambos polos de celticidad arcaica y plena, se daría un amplio territorio de transición entre uno y otro, con diversos grados y matices, así como influencias provenientes de áreas de cultura ibérica. Siendo esta heterogeneidad dentro de la propia Hispania céltica, lo que dará ese carácter tan particular al celtismo hispánico. Carácter que tendrá precisamente y a nuestro parecer en la propia denominación de “celtibérico”, claro signo de su singular naturaleza.

Este mundo céltico de la Hispania prerromana y como ya hemos señalado, será una de las ramas de la céltica europea, y en su propio proceso de etnogénesis y más allá de sus propias particularidades, reproducirá procesos análogos a lo que se puedan encontrar en otras ramas de dicha céltica europea.

Este planteamiento nos permitirá contemplar la Hispania céltica desde un marco más amplio e integrado. Un marco que incluye las culturas de la Edad del Hierro, las distintas áreas célticas de la Europa protohistórica, y el ámbito de unas raíces compartidas en el fondo común indoeuropeo. Todo ello sin perder de vista y en ningún caso, los propios matices de dicha celticidad hispánica así como sus diversas particularidades.

Este mundo hispano céltico de antiguas raíces indoeuropeas convivirá en el solar Peninsular con el mundo ibérico. Éste en el sur de Hispania, el Levante, áreas del sureste manchego, la margen derecha del Ebro y los Pirineos hasta territorio vascón. Un mundo ibérico del que aún hoy es difícil señalar sus orígenes, pero que también hará parte fundamental de esa “patria originaria” que fue la Hispania prerromana.

Como ya hemos dicho en otras ocasiones de aquellas gentes célticas, ibéricas y celtibéricas descendemos. Más allá de la Prehistoria, ellos no son sino nuestros primeros antepasados…

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La cuestión socioeconómica:

Conforme a lo estudiado en este trabajo, entendemos que la organización socioeconómica de la Hispania céltica, se dará en primer lugar a través de grupos de parentesco, a través de modelos de familia extensa, también llamados gentilidades y coloquialmente “clanes”.

Cada una de estas gentilidades se considerará descendiente de un antepasado común, y a su vez podrá integrarse con otras gentilidades afines formando grupos más amplios en las correspondientes unidades de poblamiento, ya sean éstas castros u oppida. Siendo este modelo de gentilidades la base de la estructura social de la Hispania céltica.

Desde un punto de vista estrictamente económico, estas sociedades hispano célticas serán fundamentalmente sociedades agropecuarias. Sociedades de pastores y agricultores para las que dicha actividad económica, se convierte en uno de los ejes vertebradores de su modo de vida. En este sentido asociada a dicha actividad económica y el consiguiente control y protección de vías de comunicación, fuentes de agua, pastos, cabezas de ganado o tierras de labor, se desarrollará una vocación fuertemente competitiva. Un panorama de pastores armados que guerrean tanto por la defensa de sus territorios, como por la obligada ampliación de éstos en orden a conferir un mayor margen de seguridad a su actividad económica. Siendo entonces que la actividad guerrera aparecerá como elemento característico de dichas culturas, vinculada en gran medida a la propia actividad ganadera. Llegando a funcionar como una verdadera cobertura y complemento de ésta.

Por otro lado los modelos de ocupación del territorio se podrán sintetizar en dos: El modelo que hemos denominado “cultura de castros”, y el modelo que hemos denominado “cultura de oppida”.

El primero de ellos será el modelo más básico, teniendo al castro como centro y a toda una serie de granjas y cabañas, como módulos vinculados a dicho castro. El castro será una unidad de poblamiento preurbano carente de una verdadera estatalidad. No siendo nunca su territorio de control y explotación demasiado extenso.

Este modelo de poblamiento parecerá corresponder a modelos arcaizantes y así en Hispania, tendrá especial presencia en el arco lusitano-galaico.

El segundo modelo, el que hemos denominado “cultura de oppida”, corresponderá por su parte a formas más evolucionadas de poblamiento, formas dotadas ya de un incipiente urbanismo y estatalidad capaz de controlar y explotar ahora sí, unos territorios más amplios. Dichos territorios se organizarán a través de un oppidum central que ejerce las funciones de capital, toda una serie de castros menores, dependientes de dicho oppidum central, y luego toda una serie de granjas o aldeas, dependientes a su vez de dichos castros.

Este modelo y “cultura de oppida”, se encontrará un escalón por encima del mero modelo castreño y correspondiendo a sociedades más desarrolladas, en Hispania tendrá especial presencia en el mundo celtibérico. Debiendo tenerse presente que se darán amplias áreas de transición entre un modelo y otro, con mayores o menores grados de “celtiberización”, así como con mayor o menor grado de pervivencia “castreña”.

El caso de Numancia, como capital y oppida de un amplio territorio, será un ejemplo claro de estas incipientes polis célticas de Hispania.

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La cuestión de las élites:

Estas sociedades hispano célticas, organizadas a partir de grupos de parentesco, que ocupan el territorio a través de modelos preurbanos castreños o de modelos protourbanos de oppida, y que basan sus economías fundamentalmente en la ganadería y la agricultura, serán también sociedades fundamentalmente aristocráticas y jerarquizadas. Sociedades que hemos llamado de jefaturas y en las que tendrán un papel preponderante la élite guerrera.

Nuestro estudio nos ha llevado a reconocer para la Hispania céltica, sociedades fuertemente jerarquizadas coronadas por unas élites aristocráticas de carácter guerrero. Élites que a través de una serie de instituciones (hospitium, clientela y devotio) se articulan internamente y generan estructuras de interrelación social. Estructuras que a su vez se manifiestan y refuerzan en creencias, practicas rituales y estilo de vida en lo que hemos llamado “la cultura de las mannerbünde o de las fratrias guerreras”.

Estas élites guerreras, serán las dirigentes de la comunidad, así como las encargadas de la salvaguarda de la misma. Siendo reflejo y su vez transmisores de unos valores éticos que vertebran espiritualmente a la comunidad, y que tienen en la figura arquetípica del “Héroe” su máxima idealización.

El carácter guerrero de estas élites aristocráticas, lo encontramos íntimamente asociado a la posesión de ricas panoplias de armamento, así como a la posesión de los llamados elementos de prestigio que señalan el carácter preeminente de estas élites. Aquí junto a torques, broches y joyas, jugará un papel fundamental la figura del caballo. La posesión y el uso del caballo como uno de los símbolos principales de la jefatura y la preeminencia guerrera. Tanto así que las jefaturas y elites de la Hispania céltica, podrán ser consideradas o caracterizadas como élites ecuestres.

Este carácter aristocrático, ecuestre y guerrero de las élites dirigentes, su organización a través de jefaturas y clientelas, y la jerarquización territorial de su poblamiento, nos sugieren un modelo que nos atreveremos a describir como: de “embrionario carácter feudovasallático”. Un carácter que a nuestro parecer, quedará aún más refrendado cuando en los siguientes puntos, nos aproximemos a las propias dinámicas y modo de vida de las bandas guerreras, así como a los principios y creencias que las informan y orientan.

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La cuestión de las Bandas Guerreras:

A partir del reconocimiento de la existencia de una aristocracia guerrera y el papel preponderante de ésta liderando las sociedades hispano célticas, hemos podido estudiar la propia realidad interna y funcionamiento de dicha élite. Siendo en este ámbito donde nos hemos adentrado en el mundo de las “Bandas Guerreras” y en lo que hemos llamado la “cultura de las mannerbünde”. En dicho ámbito, lo primero que debe ser resaltado es la formación de unos grupos armados alrededor de unos jefes, vinculados a éstos mediante las instituciones de la clientela y la devotio. Siendo estas agrupaciones, la célula fundamental a partir de la cual se constituyen propiamente la sociedad de jefaturas y las mannerbünde. Es decir, la “célula guerrera básica” a partir de la cual se formará la estructura, el poder y el prestigio militar de estos pueblos.

Estas mismas “sociedades de hombres” o mannerbünde, serán el origen de esas bandas guerreras que las fuentes recogen y que cíclicamente, caen sobre territorios alejados de su lugar de origen en campañas de saqueo. Campañas fundamentalmente dirigidas al robo de ganado y de cosechas: nos referimos a las “razzias”, verdadera actividad protagonista en el mundo de las bandas guerreras. En éstas sin embargo, siendo la razzia la manifestación más evidente de su actividad guerrera, consideramos que se debe tener en cuenta la existencia de todo un conjunto de elementos de carácter ceremonial, vinculados a la aceptación, pertenencia y relaciones sociales específicas de las bandas guerreras. Habría así todo un entramado mágico y religioso que daba un contenido simbólico y ético a las mannerbünde. Entramado que nos permite caracterizarlas como “cofradías guerreras”.

Una expresión de este nivel espiritual y simbólico de las mannerbunde, serán los ritos de iniciación guerrera. Siendo éstos, todo un universo ritual, ceremonial y mágico, a través del cual los jóvenes neófitos, entrarán en el mundo ideológico y espiritual de las “fratrías guerreras”. Siendo durante estas ceremonias donde serán imbuidos e instruidos en los valores, deberes y derechos que les llevarán a las elaboradas y particulares concepciones que de la vida, la muerte y la guerra tienen los integrantes de las mannerbunde. Es lo que hemos denominado ética y espiritualidad heroicas.

A dicha iniciación guerrera, le ira asociada toda una serie de prácticas ceremoniales y mágicas, tendentes a despertar y potenciar las facultades guerreras del iniciado. Siendo estos los ritos en los que el neófito es adiestrado en una serie de comportamientos de combate que caracterizamos asociándolos al furor y el ímpetu arrollador, la aparente invulnerabilidad o indiferencia al dolor, y la intención de sugestionar en el contrincante un terror paralizante. Para dicho ámbito de “magia guerrera” habremos hecho referencia a la idea de una licantropía ritual.

También en el marco de unas prácticas rituales de hondo calado en las bandas guerreras, hemos hecho referencia y en el ámbito de la interacción social, a la institución de la devotio. A la existencia de unos “guerreros consagrados” que vinculan su vida a la de sus jefes, hasta el punto de quitarse la vida en el caso de caer sus jefes antes que ellos. Siendo así la devotio una forma de clientela extrema para la que habremos señalado una marcada dimensión espiritual, alrededor del principio de la fides.

Para este universo ritual, mágico e iniciático de las mannerbünde, habremos señalado la existencia unas divinidades propias. Dioses asociados a la muerte, la magia y el tránsito al Más allá, que se invocan o manifiestan en los juramentos de la devotio y en la magia guerrera del “furor”.

Representación de un rito de magia guerrera y licantropía a partir de las ideas recogidas en este trabajo. Dibujo de Nuria Román.
Representación de un rito de magia guerrera y licantropía a partir de las ideas recogidas en este trabajo. Dibujo de Nuria Román.

Representación de un rito de magia guerrera y licantropía a partir de las ideas recogidas en este trabajo. Dibujo de Nuria Román.

Todo estos rituales se llevarían a cabo por medio de todo un “entramado litúrgico” en el que parecerá que el agua, el fuego y los baños de vapor; la noche, los solsticios y plenilunios y la figura del lobo; la licantropía, la muerte y resurrección simbólica, y el enfrentamiento con alguna bestia real o imaginaria; el derramamiento ritual de la propia sangre, la ingestión de bebidas alcohólicas, plantas alucinógenas o el corazón o los sesos de animales salvajes; así como la música ritual, la caza o los periodos de vida en el monte y el bosque, como apartados de la comunidad; jugarán todos ellos un papel esencial. Papel que cargará de símbolos propios todo el universo de las bandas guerreras que tiene entonces, en todas estas prácticas y cargas simbólicas, un nivel fundamental de expresión, reconocimiento propio e identidad.

Por otra parte, parecerá lógico pensar que todo este mundo ritual que se desarrolla en el marco de las mannerbünde, contaría con “especialistas” de dicho ceremonial mágico e iniciático. Unos especialistas del mundo de lo “sobrenatural” que íntimamente asociados a las “cofradías guerreras”, posiblemente surgirán y adquirirán ese papel en el interior de las propias mannerbunde.

Finalmente, este mundo y cultura de las mannerbünde que hemos rastreado en la Hispania céltica, constituido en bandas guerreras articuladas a través de jefaturas, de sus correspondientes clientelas y “devotos”, y vertebradas por los ejes fundamentales de las razzias, la iniciación y la magia guerrera; tendrá también su correlato en otras áreas de la Europa del Hierro. Así encontramos formas análogas en el soldurio de la Galia, en el comitatus germánico, en las cofradías de los jóvenes guerreros celtas de los fianna irlandeses, en el druht escandinavo o también tiempo después en los conocidos guerreros berserk de las sagas vikingas. Todo ello invitándonos a abundar en la idea de un ámbito de raíces comunes, alrededor de las culturas de la Edad del Hierro.

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La cuestión de los principios, valores y creencias.

Hemos identificado en los pueblos del mundo hispano céltico una cultura guerrera, que está en la misma vertebración socioeconómica de dichos pueblos, y que tiene en las élites ecuestres y las mannerbunde, la expresión más palpable de dicha personalidad guerrera. Dicho esto, desde el punto de vista ideológico y en nuestra tesis, hemos caracterizado a dicha tradición guerrera, como una “cultura heroica”. Concretamente la hemos retratado embebida de los conceptos de una ética y espiritualidad que hemos llamado heroicas y en las que destacará en primer lugar la idea de la “muerte triunfal”. La idea de la muerte gloriosa en combate como cenit de un modo de vida que ha ensalzado los valores del coraje, el honor, la lealtad, el desprecio por la propia vida y el aprecio por la propia muerte. Valores de una ética heroica y agonística que tienen su meta final en la muerte gloriosa, en la “bella muerte” del que entrega su vida en batalla, y cae en un acto final de valor. Muerte heroica que testimonia y ejemplifica unos ideales y que como tal, alimenta el planteamiento ideológico del que se nutre para convertirse en un referente del imaginario colectivo de su comunidad.

La exposición de los caídos en combate a los buitres, la escenificación de provocaciones guerreras antes de la batalla, el desafío y el combate singular, el suicidio ritual en la devotio, la caída de Numancia y la muerte de Retógenes, o los propios funerales de Viriato, serán claras imágenes de dicho trasfondo ético de tipo heroico y agonístico. Del mismo modo la propia manera de hacer la guerra que encontramos entre los pueblos hispano célticos, abundará de nuevo en esta idea. Con un escenario de guerra cíclica y estacional, que no pretende tanto ocupar territorio, como ser fuertemente depredadora. Lo que genera un desarrollo táctico de saqueos y golpes de mano en los que el combate es puntual, breve y siempre intenso. Y en el que se presenta un ámbito de actuación guerrera protagonizado casi siempre, por combates singulares donde el valor y la destreza individual, son la clave de la victoria.

Acompañando a esta ética heroica, existiría un trasfondo espiritual en el que dicha muerte en combate, meta suprema de la cultura guerrera, se ve coronada con una sublimación post mortem del alma. Con una elevación del alma tras la muerte del cuerpo, a la esfera superior de los Inmortales: la esfera de los Dioses y los Héroes. Esfera que será también de los antepasados, del héroe fundador de la estirpe y la comunidad, y de su séquito de Inmortales que desde el Más allá, a la manera de una “mannerbünde sobrenatural”, vela por los destinos de sus descendientes y camaradas en la Tierra.

Dibujo inspirado en la escena recogida en la estela cántabra de Zurita. Destacar el ritual de exposición del cadáver del caído en combate a los buitres, el caballo como símbolo de las élites guerreras, y las pieles de lobo como señal del mundo simbólico de las mannerbünde. Dibujo de Nuria Román.
Dibujo inspirado en la escena recogida en la estela cántabra de Zurita. Destacar el ritual de exposición del cadáver del caído en combate a los buitres, el caballo como símbolo de las élites guerreras, y las pieles de lobo como señal del mundo simbólico de las mannerbünde. Dibujo de Nuria Román.

 

La vía del guerrero se convierte así también en un camino para conquistar la Inmortalidad, en un merecimiento de un lugar en el salón celestial de los Héroes, en el “paraíso” de los guerreros. Allí donde los antepasados, los Héroes y los Dioses de la mannerbünde, reciben a los caídos en combate y les reservan un lugar entre ellos. El recorrer y superar las dificultades de esta vía del guerrero, alcanzará su máxima expresión en la “bella muerte” o mors triunphalis, verdadero tránsito al paraíso de los Héroes.

El guerrero, siguiendo así el arduo “camino del Héroe”, en el momento de la “muerte triunfal”, puede liberarse de las ataduras terrenales e ir más allá de la esfera de lo meramente natural. La envoltura carnal del guerrero es desecha por la pira funeraria o por el ave sagrada, y esto libera el elemento espiritual del guerrero cuya alma sublimada por la batalla, se eleva entonces al reino de los Cielos.

La “vía del guerrero”, la ética heroica y agonística, se convierte así también y como no podía ser de otra manera, en una vía hacia la Trascendencia, en un “ir más allá elevándose”. Esta espiritualidad que con razón, podremos llamar heroica, a nuestro parecer estará en el centro mismo del fondo ideológico de las bandas guerreras de la Hispania céltica, no pudiendo entenderse la agonística de los pueblos hispano célticos, sin la correspondiente valoración de una ideología heroica.

Por otra parte y del mismo modo que hemos señalado en puntos anteriores, esta ética y espiritualidad heroicas, no serán patrimonio exclusivo del mundo hispano céltico, sino que serán también expresión del árbol común de las culturas del Hierro europeas. Pudiendo rastrearse formas culturales análogas en diversos pueblos del llamado mundo “bárbaro” europeo.

Por otra parte, si esta ética y espiritualidad heroicas, remitidas a un horizonte de Trascendencia, estarán en el cetro de la welstanchaaung del mundo hispano céltico. Esto será sin perjuicio de una concepción religiosa y mágica del mundo natural, mayormente vinculada a ritos propiciatorios y de fertilidad, y que se dará en general en el mundo céltico. Concepción a nuestro entender de segundo grado respecto de la ideología heroica propiamente dicha, y que remitirá a una suerte de “inmanentismo” mágico vinculado a las fuerzas de la naturaleza.

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La cuestión de la integración de las bandas guerrera en el Imperio Romano.

Hemos remarcado en diversas ocasiones a lo largo de nuestra exposición, el hecho de que nos encontramos frente a sociedades de jefaturas, organizadas a través de sistemas clientelares, dándose una célula básica de vertebración del sistema en las llamadas mannerbünde, “sociedades de hombres” o “cofradías guerreras”. Para todo este modelo la figura de los jefes y los juramentos de lealtad y compromiso con los mismos, serán una pieza fundamental. Pudiéndose reconocer en dichos jefes tanto atribuciones políticas, como muy posiblemente también atribuciones religiosas. Nuestro planteamiento ha sido entonces la hipótesis de una continuidad ideológica de fondo entre este tipo de sociedades, y el propio modelo del Imperio Romano con respecto al culto al Emperador o culto Imperial.

La figura del Emperador, como jefe supremo militar y religioso, jefe de jefes, cabeza del Estado, no resultaría extraña y ajena al mundo ideológico de las sociedades de jefaturas del mundo hispano céltico. Más aún, dicho Emperador podría ser un marco mucho más amplio de desarrollo y vivencia de los fondos ideológicos de dichas sociedades de jefaturas, respecto a la propia idea del valor de la jefatura, y respecto de las lealtades y ordenaciones sociopolíticas que derivan de dicho valor. En este sentido planteamos que el mundo de las mannerbünde, si bien pudiera desaparecer formalmente de mano de la romanización, continuaría sin embargo vigente en sus estructuras más íntimas de la mano del culto Imperial y la integración de los antiguos miembros de las “cofradías guerreras”, en los ejércitos de Roma.

Las sociedades de jefaturas tendrían así en el modelo del Imperio Romano, del Imperio como institución a la par política y religiosa, un estadio superior de desarrollo y plasmación de sus propias bases ideológicas, dándose así una sutil línea de continuidad entre dicho mundo prerromano hijo de la Edad del Hierro, y la propia Roma Imperial. Produciéndose entonces por decirlo así, una síntesis integradora y a la vez jerárquica y vertical, entre el mundo “bárbaro” de dichas sociedades de jefaturas, y el mundo “civilizado” de una Roma que adquiere el “carisma” de un Imperium.

A partir de aquí, qué cosa pudo suponer la romanización para los pueblos “bárbaros”, así como qué cosa significó el Imperio Romano, se nos podrá mostrar con una renovada perspectiva en la que quizás, estén algunas de las claves identitarias de Europa…

En cualquier caso, el estudio pormenorizado de esta hipótesis rebasa las intenciones esenciales de nuestro trabajo, y como tal la dejamos planteada sin más, a modo de futura y sugestiva vía de investigación.

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Finalmente, sintetizados estos seis puntos sobre la Hispania céltica cabe preguntarse: ¿Qué nos aporta todo esto?

Nuestra tesis doctoral supone un largo viaje a través del mundo hispano céltico en pos del “alma”, cultura, creencias y valores de unos pueblos lejanos, hace ya siglos desaparecidos, que si bien podemos decir que están en nuestros propios orígenes, pudiera también parecer que poco pueden tener que ver con nuestras vidas modernas del siglo XXI.

Sin embargo, es quizás en ese nivel ancestral, tan lejano a nuestra época, donde precisamente más allá de unas conclusiones concretas, podemos encontrar su riqueza. Y apelando a la consigna sapiencial de que “el hombre de más larga memoria es el de mayor futuro”, virar al estudio del pasado no con vocación de alimentar meramente el conocimiento humano, sino de encontrar el hilo invisible que mantiene unido el paso de los siglos. Siendo desde esa continuidad que parecerá posible hallar algo perenne capaz en todo momento, de informarnos de aquello que dota de verdadero significado a la existencia humana.

Visto así, el estudio del pasado no será cosa baladí, y en él también se dilucirá el sentido y dirección de nuestro tiempo. Es aquí donde nosotros encontramos el fundamento de un estudio como el nuestro, en el que humildemente hemos mirado al pasado remoto, y ese “algo perenne”, como a través de un sutil juego de espejos, nos ha parecido que llegaba reflejado hasta nosotros. Si con este estudio hemos conseguido recoger parte de ese reflejo, nos damos entonces por plenamente satisfechos….

Viriato y Numancia III: Un Guerrero y un Druida

en Cultura Celta/Historia por
Aparece Viriato y los celtíberos se alzan de nuevo en armas

La conquista romana de Hispania: Viriato y Numancia Parte III.

Entre el 154 y el 133 a.C.

-20 años de guerras-

Parte III: Aparece Viriato y los celtíberos se alzan de nuevo en armas.

La conquista romana de Hispania duró cerca de doscientos años. Dos siglos en los que a lo largo de un arduo proceso los pueblos célticos, ibéricos y celtibéricos pasaron a formar parte de Roma. Durante ese tiempo se sucedieron grandes episodios históricos así como grandes momentos de épica y heroísmo: la Segunda Guerra Púnica, las Guerras Celtibéricas y Lusitanas, las Guerras Sertorianas, la Guerra de César y Pompeyo, las Guerras Cántabras… Y quizás en todo este proceso y como paradigma de la resistencia indígena a la conquista romana, las luchas de Viriato y de Numancia. Lusitanos y Celtíberos frente a los invasores romanos de mano respectivamente, de un líder guerrero y de una ciudad, tan pequeña como indomable…

Es verdad que también tuvimos unas Guerras Cántabras. Guerras en las que las armas de Roma sufrieron hasta la extenuación para conseguir la victoria y en las que incluso el propio Augusto, sufrió en sus carnes la dureza y resistencia de los montañeses. Pero quizás porque la guerra de Viriato y la guerra de Numancia son en gran medida contemporáneas, y porque queríamos hacer una suerte de cronograma que recogiese año a año cómo se sucedieron los acontecimientos, nos hemos centrado en Viriato y Numancia.

Ojalá más adelante tengamos también tiempo para hacer lo mismo con las Guerras Cántabras…

La presente crónica no pretende ser exhaustiva o académica y si bien se elabora desde el rigor su vocación es fundamentalmente divulgativa. En este sentido y en orden a facilitar la lectura recogeremos al final de cada parte las fuentes bibliográficas pero no las trasladamos al texto más que puntualmente.

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Parte III: Aparece Viriato y los celtíberos se alzan de nuevo en armas.

Entre el 150 y el 147 a. C.-

*En el 151 a.C. se abre un paréntesis en este periodo de las guerras celtibérico-lusitanas[1]. Un año antes Marcelo había conseguido reconducir a los celtiberos a la paz de Graco del 179 a.C. respetándose a su vez la independencia de Numancia. Ese mismo año Lúculo y Galba, a pesar de sus lamentables acciones en la Citerior y la Ulterior, cosecharán escasos tres años de paz. Paz que no será sino la preparación de un conflicto mayor capitaneado por uno de los supervivientes de la traición de Galba: Viriato. Líder Lusitano sin cuya mención sería imposible estudiar la resistencia hispana a la invasión romana.

*En la Citerior, entre los celtíberos, la paz de Marcelo se mantendrá durante cierto tiempo, llegando incluso en un principio a prestar auxilio a los romanos en sus luchas contra Viriato. Sin embargo, los éxitos continuados de éste y la acción subversiva de algunos sectores insurrectos del mundo celtibérico, terminarán por desencadenar de nuevo la guerra en lo que serían uno de los capítulos más difíciles para las armas romanas en Hispania: la conquista de Numancia.

147 a. C.-

*En la Hispania Ulterior aparece Viriato.

Viriato se nos presenta en las fuentes como el “buen salvaje”, hecho a sí mismo en la vía, de marcada simbología iniciática, del “pastor-cazador-guerrero”. Víctima de la traición romana y superviviente a la misma tras la matanza de Galba en el 152 a.C., cuando aparezca frente a Roma, aparecerá ya formado en principios y convicciones propios de un liderazgo basado en la independencia, la austeridad, el valor y la justicia. Las fuentes romanas insistirán especialmente en éste punto, haciendo de Viriato la imagen viva de un héroe “estoico”, ejemplo de virtud y hombría de bien. Cabría preguntarse hasta qué punto los cronistas romanos no aprovecharán el dificultoso y humillante episodio de Roma frente a Viriato, para utilizarlo como modelo moralizante y educador entre sus compatriotas. Sin embargo, esto no deberá dejarnos de hacer pensar que en cualquiera de los casos, Viriato nunca hubiera podido ser modelo de héroe, si realmente en él no se hubieran dado cualidades de líder militar y hombre de alma noble y grande.

*En el 147 a.C. los lusitanos vuelven a aparecer en la Ulterior saqueando la Turdetania en un numero de 10000 hombres. Les hará frente el legado Cayo Vetilio, que conseguirá derrotarlos en un primer choque reduciéndolos y cercándolos, y empujándolos a una situación apurada. Los lusitanos se avienen entonces a parlamentar y ofrecen la entrega de las armas y el sometimiento a Roma a cambio de tierras cultivables. Estando el pacto a punto de cerrarse surgirá Viriato de entre el ejército lusitano recordando las traiciones de Roma en el pasado, y reclamando la fidelidad de los hombres a su persona y la negativa a perder la esperanza de salvación y victoria, si están dispuestos a obedecerle (da la impresión de que Viriato mediante esta alocución se gana el mando y pasa de un puesto de subalterno de cierta importancia, al de verdadero líder del grupo guerrero. Lo que a su vez nos puede informar de la organización interna de estos grupos).

Viriato hizo dispersarse del modo más desorganizado posible a la mayor parte del ejército lusitano, citándolos después en Tribola (posiblemente en la Beturia) y él mismo, con sólo mil hombres escogidos y todos a caballo, se quedo frente a Vetilio dispuesto a entablar combate. El romano, temiendo dispersar a sus hombres persiguiendo a los lusitanos desperdigados a toda velocidad por todas partes, se dirigió contra Viriato. Éste, se replegó y atacó sucesivamente utilizando sus caballos, más veloces y ágiles que los romanos, hostigándolo constantemente con continuos picotazos y huidas, y haciendo discurrir todo ese día en la misma llanura. Llegada la noche, saldrá huyendo por caminos poco frecuentados hasta Tribola, no pudiendo seguirle la pesada tropa romana, que tampoco conocerá los senderos usados por Viriato. Llegado a Tribola Viriato es recibido como un campeón capaz de salvar un ejército en una situación desesperada. Su victoria se difundirá “entre los bárbaros” y un gran número procedente de todas partes acudirá a unírsele en su ejército (Apiano. Iber. 62). El líder Viriato acababa de surgir…

*Vetilio por su parte le seguirá hasta Tribola, pero en el camino Viriato le emboscará desde un bosquecillo próximo empujándolo hasta un barranco cercano. La derrota romana fue total, y el propio Vetilio perdió la vida al no ser reconocido por un guerrero de Viriato, que ha decir de Apiano, sólo vio en él un anciano obeso indigno de otra cosa que no fuera la muerte (Apiano. Iber. 63). Los supervivientes huyeron al valle del Betis y se refugiaron en Carteia. Siendo entonces cuando para frenar a Viriato pidieron ayuda a los celtiberos, solicitando a los belos y titos 5000 hombres para que fueran enviados contra el líder lusitano. Viriato los derrotó completamente hasta el punto de no dejar escapar vivo a ninguno de ellos. El cuestor, ahora al cargo de la situación, no le quedará otra opción que mantenerse en tensa calma en Carteia y esperar en compañía de sus tropas supervivientes, a la llegada de alguna ayuda de Roma…

*Derrotados los romanos, Viriato y sus hombres devastaron sin limitación ni temor alguno las tierras que más les convenían. Siendo saqueadas la Turdetania y la Carpetania, de la que dice Apiano es un “país fértil” (Apiano. Iber. 64).

146 a. C.-

*Al año siguiente llegará como gobernador de la Ulterior Cayo Plaucio, que tras una primera derrota en la que el romano perdió 4000 hombres (cayó en la estrategia de Viriato de fingir retiradas para dispersar al ejército enemigo), perseguirá a Viriato hasta sus cuarteles de invierno en la actual sierra de San Vicente en la provincia de Toledo (punto estratégico entre Lusitania, Vettonia y Carpetenia, y enclave de amplias panorámicas para ver cualquier movimiento en la llanura del tramo medio del Tajo). Ansioso por resarcirse de su derrota atacará al lusitano en la misma sierra. Será vencido en una terrible masacre y deberá huir de forma desordenada hasta la Turdetania, ocupando sus cuarteles de invierno desde el mismo verano (Apiano. Iber 64). Derrotados de nuevos los romanos Viriato bajó otra vez a la Ulterior, sometiéndola a saqueo y requiriendo de los propietarios el pago de la cosecha pendiente. Arrasándoles los campos en caso de no recibirla…

El pretor de la Citerior le atacará entonces tratando de tener más suerte allá donde su par de la Ulterior había fracasado. También fue derrotado estrepitosamente y sus insignias serán paseadas entonces por todo el país como trofeo de guerra y vehículo propagandístico del poder de Viriato. Es posible que sea en éste momento cuando ataque Toledo, someta Segobriga y amplíe su ejército a costa de adeptos anti romanos de áreas ya sometidas de la meseta sur y el sur peninsular.

145 a. C.-

*Los acontecimientos en Hispania comienzan a preocupar en Roma, y en orden a poner fin al conflicto envían como gobernador a Fabio Máximo Emiliano, hermano de Escipión. Este llegará a la ulterior con 15000 infantes y 2000 jinetes, poniendo a entrenar y ejercitar sus tropas al llegar, y evitando en principio enfrentarse directamente con Viriato. El pretor de la Citerior por su parte sí buscará el choque con Viriato, y al igual que sus sucesores será derrotado. Fabio Máximo Emiliano unirá entonces sus fuerzas a las de Lelio Sapiens, sustituto del gobernador de la Citerior, y tras visitar el templo de Hércules en Gades y solicitar la protección del dios, saldrá a buscar el enfrentamiento con Viriato. La lucha será farragosa y propia de una guerra de guerrillas, con ciudades abandonadas entre llamas y fugas y persecuciones caras en hombres; y si bien el ejército romano no terminaría de salir bien parado, si conseguirá sin embargo arrebatar a Viriato algunas plazas en el sur Peninsular, volviendo éstas al control de Roma.

Entre el 144 y el 143 a. C.-

*El año anterior se había conseguido infringir algún importante revés al ejército de Viriato, y por primera vez desde que comenzará la guerra el líder lusitano había tenido que retroceder. Éste, viendo el carácter cada vez más masivo de la guerra, recorrerá la Celtiberia tratando de incitar a belos, titos y arévacos a alzarse otra vez contra Roma y mantener en armas la Hispania Citerior. En el 143 a.C. los celtiberos, en parte por Viriato, y en parte por un líder celtibérico, religioso y guerrero, de nombre Olíndico y predicador de la subversión contra Roma, se alzarán finamente en armas dando lugar a la guerra llamada numantina. Guerra en la que Roma de nuevo tendrá que hacer frente a penosos reveses y duras campañas… Un nuevo frente se abrirá así para Roma en Hispania, de nuevo en la Citerior, y de nuevo con los celtíberos y Numancia como protagonistas.

*En el 143 a.C. el pretor Quintio y el cónsul Pompeyo, serán enviados a Hispania a luchar contra Viriato. Militares mediocres Viriato los derrotará sin problemas y empujará hacia el sur, recuperando algunas de las plazas perdidas anteriormente, ocupando Tucci, en la actual jienense Martos, punto estratégico fundamental en los pasos a la Meseta. Los gobernadores se refugiarán en Corduba y sin atreverse a luchar directamente con Viriato, enviarán contra él y a modo de hostigamiento a un hispano de Itálica de nombre ya romano llamado Cayo Mario (curioso este nivel de romanización de la Turdetania que contrastará con las zonas de las Meseta y el norte Peninsular).

Viriato se erigía en cualquier caso en campeón hispano de la resistencia anti romana y la Ulterior, quedaba en gran medida al alcance de su espada…

*En la Citerior, arévacos, belos, titos y lusones, celtíberos todos ellos, cuyas tierras habían quedado cruzadas por la frontera romana o inmediatamente junto a ella, si bien se habían mantenido en paz desde los pactos con Marcelo del 152 a.C., se levantarán ahora en armas…

Como hemos explicado y recoge el propio Apiano (Iber. 66), los éxitos de Viriato soliviantarán los ánimos de los celtiberos, que si bien en principio se negaron a colaborar con Viriato e incluso enviaron tropas auxiliares a los romanos (recordemos 5000 belos y titos en el 147 a.C.), ahora se alzarán en armas y se enfrentarán otra vez a Roma. Destacar en este nuevo alzamiento celtibérico la figura de un tal Olíndico, especie de “hombre santo”, sacerdote o profeta, que recorrerá el país inflamando los ánimos de sus compatriotas contra los romanos. Portando una lanza de plata que decía haberle sido entregada por los dioses y que esgrimía como símbolo de su misión, Olíndico predicará el alzamiento celtibérico contra el yugo romano.

Más allá de la incitación de Viriato a los celtíberos para la rebelión, o del carisma “arrebatador” del predicador Olíndico, debemos pensar que detrás del nuevo levantamiento celtibérico, se encontrarán tensiones sociales que la presencia romana habría exacerbado o directamente provocado. La desesperación de los sectores sociales más desfavorecidos tras la ocupación romana, cabe suponer que los hizo más permeables tanto a las predicaciones de Olíndico, como a las llamadas a la revuelta de Viriato. Siendo así que factores sociales, religiosos y humanos, se unieron de manera endiablada para desencadenar la guerra numantina, en la que Roma deberá hacer frente a diez años de lucha correosa, pobre sin embargo en botín y riquezas.

Resaltar en cualquier caso la referencia al personaje de Olíndico, portador de una lanza de plata de origen divino, al estilo del dios Lug de la mitología céltica, y la posibilidad de estar frente a una suerte “sacerdote-profeta-guerrero”, quizás análogo al druida galo.

*Frente a la rebelión celtibérica, Roma enviará un ejército consular al mando de Metelo, campeón de las luchas de Roma en Macedonia. Metelo contará con 32000 hombres 2000 de los cuales serán efectivos de caballería, y deberá hacer frente al enemigo a través de sus centros urbanos más importantes, epicentros de poder en la Celtiberia y cuya caída, podía suponer la derrota del alzamiento celtibérico. Por otra parte, el peso de la guerra recaerá sobre los sectores más desfavorecidos de Roma, siendo sintomático que concluida esta guerra, den comienzo los conflictos sociales que conducen a la dictadura de Sila. Las Guerras Celtibéricas estarán así también en el origen de las guerras civiles romanas.

*Al mismo tiempo los lusitanos y como hemos visto, habían “vuelto a las andadas” y ahora al frente de ellos, había un auténtico líder y estratega que sistemáticamente, derrotaba a los ejércitos de Roma. Tendremos así que las victorias de Viriato, las prédicas de un misterioso y exaltado Olíndico, y el posible desencanto de los celtíberos bajo el poder de Roma, terminarán por activar de nuevo la guerra de Numancia. Guerra que supondrá que Hispania se convertirá tanto en la Ulterior como en la Citerior, en escenario de guerra abierta y sin cuartel…

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*

[1] Comenzado con el conflicto de Segeda y los saqueos lusitanos del 154 a.C. este periodo no será sino la continuación de una primera etapa vinculada a las razzias lusitanas entre el 194-185 a.C. y las primeras campañas de Roma contra los celtíberos, desde Catón en el 197 a.C. hasta Graco en el 179 a.C. Tras las guerras de Viriato y Numancia, habrá incluso una tercera etapa de guerras celtibérico-lusitanas, vinculada a las campañas contra los vacceos y la conquista definitiva de los lusitanos de mano de César. Entre la segunda etapa (la de Viriato y Numancia) y la tercera, se desarrollarán las Guerras Sertorianas, en las que también participarán lusitanos y celtíberos. Por otra parte tras la tercera etapa y el fin de las guerras celtibérico-lusitanas, celtíberos y lusitanos participarán en la guerra de César contra Pompeyo.

Viriato y Numancia II: Paz y Traición

en Cultura Celta/Historia por
Recreación del duelo de Intercatia entre Escipión y un guerrero bárbaro vacceo en el 151 a.C. (según Sanz Mínguez y Velasco Vázquez 2003).

La conquista romana de Hispania: Viriato y Numancia Parte II.

Entre el 154 y el 133 a.C.

-20 años de guerras-

Parte II: La paz de Marcelo, la guerra contra los Vacceos y la traición de Galba

La conquista romana de Hispania duró cerca de doscientos años. Dos siglos en los que a lo largo de un arduo proceso los pueblos célticos, ibéricos y celtibéricos pasaron a formar parte de Roma. Durante ese tiempo se sucedieron grandes episodios históricos así como grandes momentos de épica y heroísmo: la Segunda Guerra Púnica, las Guerras Celtibéricas y Lusitanas, las Guerras Sertorianas, la Guerra de César y Pompeyo, las Guerras Cántabras… Y quizás en todo este proceso y como paradigma de la resistencia indígena a la conquista romana, las luchas de Viriato y de Numancia. Lusitanos y Celtíberos frente a los invasores romanos de mano respectivamente, de un líder guerrero y de una ciudad, tan pequeña como indomable…

 

Es verdad que también tuvimos unas Guerras Cántabras. Guerras en las que las armas de Roma sufrieron hasta la extenuación para conseguir la victoria y en las que incluso el propio Augusto, sufrió en sus carnes la dureza y resistencia de los montañeses. Pero quizás porque la guerra de Viriato y la guerra de Numancia son en gran medida contemporáneas, y porque queríamos hacer una suerte de cronograma que recogiese año a año cómo se sucedieron los acontecimientos, nos hemos centrado en Viriato y Numancia.

Ojalá más adelante tengamos también tiempo para hacer lo mismo con las Guerras Cántabras…

La presente crónica no pretende ser exhaustiva o académica y si bien se elabora desde el rigor su vocación es fundamentalmente divulgativa. En este sentido y en orden a facilitar la lectura recogeremos al final de cada parte las fuentes bibliográficas pero no las trasladamos al texto más que puntualmente.

*

Parte II: La paz de Marcelo, la guerra contra los Vacceos y la traición de Galba

152 a. C.-

*Claudio Marcelo y Marco Atilio serán los nuevos gobernadores de Hispania, de la Citerior y la Ulterior respectivamente.

Atilio, en vista de la oleada de bandas saqueadoras provenientes de la Lusitania que ha sufrido el sur de Hispania el año anterior, marchará al interior Peninsular a castigar a los Lusitanos en su propio territorio. Tomará una ciudad lusitana de nombre Oxtraca, y aniquilará hasta setecientos lusitanos, sembrando el terror entre las tribus de las cercanías, entre ellas y según el propio Apiano, algunas de tribus de vettones limítrofes con los lusitanos (Iber. 58) (interesante resaltar como está acción de castigo en el interior Peninsular y contra las bandas de saqueadores lusitanas, incluirá también a sus vecinos los vettones). En todo caso una vez finalizada la campaña y regresado al sur el gobernador romano, los lusitanos y vettones volverán a las armas atacando en esta ocasión, a aquellos de entre los lusitanos y vettones que habían acatado la autoridad de Roma. Parecerá poder reconocerse aquí un enfrentamiento entre los propios hispanos, entre anti-romanos y pro-romanos. Enfrentamiento que más adelante podremos volver a ver en las guerras de Viriato y de Numancia.

*Marcelo por otra parte llegará a la Citerior con 8000 hombres y 500 jinetes. Primero atacará ciudades rebeldes dentro de la Celtiberia sometida a Roma, tomando Ocilis y Nertobriga, prometiendo esta última como precio por la paz, enviar a Marcelo tropas auxiliares de caballería. Y después pasará a atacar la Celtiberia interior y no sometida, cuya cabeza era Numancia. De camino a ésta le atacarán la retaguardia robándole los bagajes y aprovisionamientos, y cuando lleguen los auxiliares de caballería provenientes de Nertobriga, estos afirmarán no saber nada de ese ataque a la retaguardia romana (quien atacó la retaguardia de Marcelo no lo sabemos… ¿Saqueadores independientes siguiendo a un jefe? ¿Un grupo incontrolado de nertobrigenses?). Marcelo en cualquier caso considerará rotos los pactos de paz y a pesar de que los jinetes celtibéricos afirmaron ser ajenos a la violación del tratado, Marcelo los tomará como prisioneros, venderá sus caballos, y volverá hacia Nertobriga con intención de ponerla sitio. Al llegar a Nertobriga los celtiberos tratarán de establecer nuevas condiciones para la paz[1]. Lusones, Belos, Titos y Arévacos depondrán su actitud hostil, y los celtiberos, apelarán a los acuerdos de paz pactados con Graco en el 179 a.C. ofreciéndose a pagar una indemnización por la guerra. La situación se ponía así favorable para Marcelo, los celtiberos mismos ofrecían la paz y se atenían a los pactos con Graco que habían proporcionado 25 años de estabilidad.

Marcelo enviará representantes de las tribus al senado para sellar el acuerdo así como para dirimir la cuestión de los sublevados, pues un sector de los celtiberos reclamaba castigo para los rebeldes. Al mismo tiempo Marcelo enviará por su cuenta una misiva al senado recomendando la paz. Sin embargo el senado no aceptará los acuerdos de paz de Marcelo y exigirá una sumisión total, ajena a cualquier trato de igualdad. Capitaneando el bando beligerante del senado estará Escipión Emiliano, el futuro destructor de Numancia…

Marcelo mientras tanto se dirigió a Numancia, acampando en la actualmente conocida como colina del Castillejo, donde más adelante lo hará también Escipión. Los numantinos le enviarán un legado de nombre Litenón ofreciendo la rendición de los Belos, Titos y Arévacos. Marcelo aceptó la rendición y se regreso a los acuerdos de paz hechos con Graco en el 179 a.C.

Se volvía así a la situación de paz surgida tras la primera guerra celtibérica y que había ubicado la frontera romana en la Citerior, cortando por la mitad el territorio celtibérico.

*Nos encontramos así con que en el 152 a.C. Marcelo conseguirá poner fin al primer conflicto de Numancia, originado en las murallas de Segeda. Los segedanos y celtíberos sometidos previamente a los romanos, volvían a los acuerdos de paz del 179 a.C. y Numancia, bastión de la rebelión, quedaba pacificada pero como ciudad independiente. Para cuando llegue el siguiente gobernador de la Citerior, éste encontrará una Celtiberia sin rebeldes y en paz. Marcelo había conseguido apagar el conflicto y hasta nueve años después la guerra volverá a estallar.

*En Roma se eligió un nuevo gobernador para la Hispania Citerior en la persona del ambicioso Lúculo, y a éste se unirá un joven Escipión ansioso de botín y victorias y defensor a ultranza, de continuar la guerra contra los celtiberos. Llegados a Hispania y con la Celtiberia pacificada, antes que volver a Roma con las manos vacías, se decidirán a atacar deliberadamente y por pura depredación a los pueblos del interior de la Meseta. Será la primera campaña de Roma contra los vacceos…

151 a.C.-

*El año 151 a.C. Hispania sufrirá los gobiernos de los dos pretores de más infausta memoria, Lúculo en la Citerior y Galba en la Ulterior. La acción de ambos no se olvidará entre los pueblos hispanos y el propio Apiano, referirá la ignominia de ambos (Apiano Iber. 55 y 60). De hecho para el caso de Galba, en sus traiciones se sembrará la semilla de la futura guerra de Viriato.

*Lúculo llegará a Hispania dispuesto a hacer botín a costa de los celtiberos, y se encontrará sin embargo con que éstos, de la mano de las habilidades diplomáticas de Marcelo, han vuelto a los acuerdos de paz del 179 a.C. En vista de la situación, y no dispuesto a marchar con las manos vacías, se internará en territorio vacceo con la excusa de que los vacceos, hasta ese momento ajenos y en paz con Roma, hostigaban a los carpetanos. Pueblo sometido desde los tiempos de Tiberio Graco.

Lúculo llegará hasta Cauca (la actual Coca), una de las principales ciudades vacceas, y la sitiará. Cuando sus habitantes traten de parlamentar para conocer el motivo de la presencia de Lúculo en sus tierras, éste dejará claras sus intenciones belicosas desatándose una primera e igualada batalla en la que cayeron alrededor de 3000 vacceos. Al día siguiente los ancianos de la ciudad, adornados con ramos y coronas vegetales, saldrán de la ciudad a pedir la paz. Lúculo impondrá unas condiciones abusivas, incluida una guarnición de 2000 hombres dentro de la ciudad. Una vez dentro ordenó sin embargo el ataque y la ciudad fue saqueada a sangre y fuego, llenando según Apiano de infamia a los romanos (Iber. 52). Algunos de los habitantes de Cauca conseguirán huir y se refugiarán en el monte y en ciudades vecinas. Los vacceos quedaban avisados de la clase de hombre que andaba por sus tierras…

Saqueada Cauca, Lúculo marchará ahora a través de una gran extensión de territorio deshabitado hasta llegar a Intercatia (quizás la actual Villalpando en Zamora), donde ofreció una alianza de paz a la ciudad vaccea. Al ofrecimiento del romano los habitantes de Intercatia respondieron si era un pacto del mismo tipo que el que ofreció a Cauca, con saqueo y traición incluida en el lote. Lúculo irritado con el reproche (Apiano. Iber. 53) pondrá entonces sitio la ciudad. Los indígenas responderán haciendo uso de la guerra de guerrillas y lanzamiento de dardos.

Durante el sitio, uno de los bárbaros de Intercatia desafiará en repetidas ocasiones a los hombres del ejército romano a un combate singular, a una lucha de campeones, burlándose después de ellos con una danza en actitud despectiva. Los romanos durante un tiempo no se decidirían a hacer frente al desafió del bárbaro, pero finalmente el joven Escipión herido en su orgullo de romano aceptará el envite. El joven Escipión conseguirá la victoria frente al, según Apiano, “enorme oponente” y eso a pesar de que según también Apiano, Escipión era un hombre menudo (Apiano, Iber. 53). El valor y el éxito de Escipión en tan apurado trance le dieron posteriormente fama en toda Roma, y le granjeo el prestigio entre los vacceos de Intercatia.

Recreación del duelo de Intercatia entre Escipión y un guerrero bárbaro vacceo en el 151 a.C. (según Sanz Mínguez y Velasco Vázquez 2003).
Recreación del duelo de Intercatia entre Escipión y un guerrero bárbaro vacceo en el 151 a.C. (según Sanz Mínguez y Velasco Vázquez 2003).

La lucha en cualquier caso continuará… con episodios de jinetes bárbaros corriendo y profiriendo aullidos alrededor del campamento romano durante la noche, mientras sus compañeros desde el interior de Intercatia les hacían eco (lo que según Apiano (Iber 54) sembrará de un temor “extraño” a las tropas romanas). Y con episodios de armas de asedio romanas derribando parte de las murallas de la ciudad y lucha encarnizada en el interior de la misma, consiguiendo los vacceos rechazar el ataque romano, y reconstruir las murallas durante la noche. Por otro lado el hambre empezaba a afectar a ambos bandos, especialmente al bando romano y en éste, muchos soldados serán presa de la disentería. Finalmente Escipión se hará fiador de una salida pactada al asedio, asegurando que no ocurriría lo sucedido en Cauca. Los bárbaros confiaron en su palabra y aceptaron el trato. Lúculo recibirá de la ciudad vaccea 10000 sagos, un número fijado de reses y cincuenta rehenes. En cambio el oro y la plata, que era lo que venía buscando, no lo encontrará. Los celtiberos de estas regiones a decir de Apiano, ni lo tenían ni lo estimaban (Iber. 54).

Tan exangüe botín no dejará satisfecho a Lúculo y en una acción de puro depredación, se decidirá a avanzar hacia el interior de la Meseta y atacar Palentia (la actual Palencia). La decisión era ciertamente temeraria, pues Roma se adentraba en territorios en los que nunca había estado, muy alejada de sus fuentes de aprovisionamiento y rodeada por todos lados, de pueblos bárbaros ajenos al poder de Roma…

La campaña frente a Palantia fue así un desastre, la ciudad resistió, y la caballería cántabra, aliada de los vacceos, hostigo al ejército romano causándole muchas bajas. Éste, imposibilitado por la caballería enemiga para abastecerse y debilitado para hacer frente a un nuevo asedio, finalmente se replegará sin haber conseguido nada. Debiendo marchar en formación cuadrada y perseguido por los de Palantia hasta el Duero. Una vez cruzado el río, Lúculo marchará ya hacia la Turdetania a pasar allí el invierno. Siendo este el final de la primera guerra contra los vacceos, por la que Lúculo, según se lamenta Apiano, ni siquiera fue sometido a juicio (Iber. 55).

La campaña de Lúculo fue sangrienta, cara, injusta, muy pobre en resultados y hasta vergonzosa para Roma. Al mismo tiempo en la Ulterior, el gobernador de la misma, tampoco se cubrirá precisamente de gloria…

*Galba, pretor de la Ulterior, se encontró al llegar al sur de Hispania con que la pacificación llevada a cabo por su sucesor (recordemos Marco Atilio) no había resultado, y lusitanos y vettones seguían en armas, esta vez hostigando a los lusitanos pro-romanos. Al igual que Atilio, Galba se internará entonces en la Lusitania y tras un primer choque, los lusitanos fingirán retirarse, Galba diseminará entonces su ejército para perseguir a los huidos y éstos, reagrupándose sorpresivamente, volverán a la carga contra los romanos causándoles 7000 bajas. El mismo Galba estará a punto de perder la vida y sólo gracias a su caballería conseguirá huir y refugiarse en Carmona, donde reagrupará a sus hombres y buscará apoyos entre los íberos de la zona.

Llegado Lúculo a la Turdetania tras su funesta campaña contra los vacceos, y en una operación conjunta con Galba, saldrán ambos gobernadores al encuentro de los Lusitanos, que según las fuentes, saqueaban la Ulterior y se disponían a cruzar el estrecho por Gades (Apiano. Iber. 59). Los romanos les propiciarán una severa derrota con más de 5000 bajas en el bando lusitano. Aprovechando la victoria, ambos gobernadores marcharán ahora sobre la Lusitania devastando todo a su paso. Llegando así el conflicto a una cierta situación de revés para los lusitanos. Estos enviaron entonces legados a Galba para pactar un regreso a las condiciones pactadas con Atilio (volver a un pacto previo, como Marcelo con los celtíberos y la paz de Graco). Galba les recibió, e incluso fingió compadecerse “de su falta de tierras y pobreza, que les empujaba a romper los pactos” (Apiano. Iber. 59).

Los propuso entonces que se dividieran en tres grupos, que depusieran las armas, y esperarán en un lugar convenido, distinto para cada grupo. Allí les haría entrega de lotes de tierra y se edificarían nuevas ciudades.

Llegado el momento y sin embargo, les rodeó con un foso y envió a sus soldados para que los aniquilarán a todos; hombres, mujeres y niños, aprovechando que estaban desarmados. Muy pocos de entre ellos consiguieron escapar a semejante trampa y traición, pero entre ellos estará un lusitano, que en el futuro se ganará el apodo de Viriato (algo así como “el portador del collar de la victoria”). Un guerrero que nunca olvidará la felonía y que hará de su lucha contra Roma una verdadera pesadilla para ésta. Cinco años después de tan repugnante episodio, Roma recogerá los frutos amargos de su ignominia. La guerra de Viriato comenzaría…

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[1] Interesante señalar aquí como los celtíberos de Nertobriga enviarán para pactar con Marcelo a un heraldo revestido con una piel de lobo (Apiano. Iber. 48).

Los lazos de sangre en la Hispania Céltica

en Cultura Celta/Historia por
Los lazos de sangre, la guerra y el pastoreo en la Hispania Céltica.

Los lazos de sangre, la guerra y el pastoreo en la Hispania Céltica.

Los vínculos de sangre, el parentesco, la familia, el “clan y la tribu”, fueron los elementos vertebradores de las sociedades célticas. Siendo en torno a lo que hoy llamaríamos “familia extensa”, que se construiría el entramado de relaciones que conformaba el conjunto orgánico del mundo hispano céltico. Esto en economías fundamentalmente ganaderas y de ideología guerrera para las cuales, el uso de la razzia y los robos de ganado, será un elemento esencial de formación, mérito y prestigio.

*

El mundo Hispano Céltico presentará mayormente los rasgos de una sociedad gentilicia. Esto es, una sociedad que prima los lazos familiares, los lazos de sangre, relacionando las personas entre sí desde una perspectiva que hace del parentesco el eje vertebrador de la organización social (Torres Martínez 2005: 340).

En este orden de cosas cabe resaltar la alteridad entre los conceptos tradicionales de familia, asociados a esta primacía del parentesco, y el concepto moderno de familia, surgido tras la Revolución Industrial en Europa y en el seno de una cada vez más boyante burguesía. En esta última, la familia es ante todo la “familia nuclear”, formada simplemente por los cónyuges y los hijos. En la familia tradicional por el contrario se responderá al esquema de “familia extensa”, de mínimo tres generaciones: abuelos, padres e hijos, más consanguíneos o afines desvinculados (Brañas 2005: 157) (estos últimos serían los ancianos, los viudos sin hijos, los solteros, los huérfanos, los enfermos crónicos, los extranjeros asimilados…).

En este sentido debemos entender que la llamada “familia nuclear” o familia moderna sólo será posible en condiciones sociales, políticas y económicas, como las que el Estado burgués es capaz de proporcionar a la familia a través de los servicios públicos (Brañas 2005: 157). Nos referimos a instituciones como escuelas, hospitales, asilos… Instituciones en las que las obligaciones clásicas de la familia extensa pueden ser delegadas, reduciéndose así su tamaño al de la familia nuclear moderna. No siendo casualidad que hasta prácticamente hoy día y en diversas zonas rurales de España, como pudiera ser Galicia, la familia extensa o “casa-familia” haya continuado siendo el eje organizativo de la aldea. (Brañas 2005: 157). Siendo también interesante constatar como los individuos desvinculados necesitarán agrupaciones familiares extensas para su integración social, siendo solo en las modernas familias nucleares que ese ámbito de integración queda restringido, pues se considera tarea del Estado. Paradójicamente los Estados modernos serán los que generarán mayor cantidad de marginados. (Brañas 2005: 157-158).

Del mismo modo los conceptos “modernos” de economía, sociedad, creencias, etc… no serán aplicables a las sociedades anteriores a la revolución industrial, salvo de una manera muy genérica, o para casos muy concretos. Las sociedades premodernas y tradicionales, de orden fundamentalmente agropecuario, son sociedades “orgánicas”. Esto es, sociedades basadas en un cuerpo de convivencia fundamentado en redes de parentesco y vínculos personales de tipo clientelar. Son sociedades construidas así a partir de la familia, el clan, la estirpe, la tribu, el pueblo. A partir de redes extensas de parentesco que impregnarán toda la vida social, e impedirán hablar de economías de tipo moderno centradas en los conceptos de interés, beneficio y rentabilidad. Siendo más bien los conceptos propios del mundo tradicional; honra, prestigio, fama, deuda, generosidad, compromiso, los principios que regirán el ordenamiento socioeconómico del mundo hispano céltico (Ruiz-Gálvez Priego 2005: 375 y Torres Martínez 2003 y 2005).

Asociado a este carácter “tradicional” de los principios estructurales del mundo céltico, encontraremos que también jugarán un papel muy importante los vínculos clientelares, fundamentados en el compromiso personal y el valor de la palabra dada. Principios esenciales para constituir las “sociedades de jefaturas”, que como veremos en el siguiente capítulo, serán las sociedades características de la Hispania céltica.

Tendremos así una concepción de las interrelaciones económicas y sociales, marcada profundamente por el mundo simbólico de los “rituales cotidianos” entorno a los lazos de sangre y lo círculos de prestigio e influencia: comer en la misma mesa, beber en el mismo vaso, intercambiar regalos y dadivas, caballos o armas. Todo en el marco de instituciones sociales que articulan dichos encuentros e intercambios y que crean relaciones de amistad y compromiso entre donantes mutuos. Relaciones que implicarán muchas veces una ligazón tan fuerte e indisoluble como las que podían crear los mismos lazos de sangre (Ruiz-Gálvez Priego 2005: 376).

Sin embargo, si bien este planteamiento es el que nos perfila el mundo de las relaciones socioeconómicas de los pueblos hispano célticos, debemos entender que nos servirá en todo caso si desde un principio, valoramos las diferencias que surgirán en el mismo cuando estas sociedades tradicionales se encuentren en situaciones de transacción no con parientes, sino con extraños. Es decir, que podemos entrar a valorar dos tipos de reciprocidad. La que se da entre miembros de una misma estirpe, familia o tribu. Y la que se da con elementos ajenos a ese “cuerpo orgánico” de lazos de parentesco. En esta última sí primará el interés económico y sí se dará el escenario de un verdadero comercio. Más aún, será en esta situación de encuentros con elementos externos a los del la propia tribu, donde no solo cabrá el uso del término “comercio”, sino que además podrán integrarse actividades como el mercenariado y las razzias o saqueos. Razzias y saqueos que solo desde la perspectiva de sociedades plenamente campesinas y sedentarias, tendrán la consideración de vida “bárbara” e incivilizada. Pues desde la perspectiva de unas sociedades fundamentalmente pastoriles y ganaderas-como las de la Hispania Céltica-el saqueo y el botín serán formas habituales de formar jóvenes guerreros dispuestos a pugnar por pastos, agua, sal, y otros recursos que la vida “móvil” de la ganadería demanda necesariamente. De esta manera encontramos que el mundo ganadero del interior Peninsular, tendrá en la guerra un instrumento más de su propia dinámica socioeconómica y ésta, se convertirá en vehículo para aliviar tensiones internas, adquirir riqueza, honor y ganado, y hacer méritos para algún día encabezar el gobierno de la propia tribu (Ruiz-Gálvez Priego 2005: 380, Torres Martínez 2005: 343-344 y Sánchez Moreno 2002).

Planteamos de este modo que las sociedades hispano célticas del interior Peninsular, son sociedades basadas principalmente en el mundo de las relaciones de parentesco. Sociedades orgánicas fundamentadas en las concepciones de estirpe, linaje, “clan”, tribu, familia y en las que además, se dará especial valor a todo lo que es interacción social: gesto, respeto, don, intercambio. Creación de vínculos y lealtades personales, tan indisolubles como los vínculos de sangre, y fundamentales en la cimentación de las relaciones clientelares que articularán el mundo de jefaturas y élites guerreras propio de estos pueblos.

Este universo de parentesco, prestigio personal, lealtades y compromisos mutuos, tendrá en la actividad agropecuaria y fundamentalmente ganadera, el basamento de su vida económica. Las sociedades hispano célticas serán así esencialmente sociedades ganaderas y por lo tanto generalmente sociedades tremendamente competitivas y agresivas, armadas y en lucha por recursos estratégicos como pastos, fuentes y vías pecuarias. Teniendo en los robos de ganado, en el saqueo y la razzia, un elemento más de su dinámica socioeconómica (Almagro-Gorbea 1993, Sánchez Moreno 2002 y Álvarez Sanchís 2003).

Son sociedades por tanto a las que podremos considerar de cultura “guerrera”, y que como podremos ver más adelante, tendrán en las männerbunde-en las “sociedades de hombres”, “bandas y cofradías guerreras”-un elemento de relevancia social y cultural fundamental (Almagro-Gorbea 1993: 134-141, Peralta Labrador 2000: 168-184 y García Quintela 1999: 275-287). Estaremos así en la Hispania céltica, en presencia de esos grupos armados y organizados alrededor de un jefe-los comitatus que Roma señalará para los germanos (Tácito, Germania, XIII)-y que son la célula fundamental que da cuerpo a ese “espíritu guerrero” tan caro a las sociedades europeas de la Edad del Hierro. Podrá afirmarse en este sentido que las sociedades hispano célticas serán fundamentalmente sociedades agro-pastoriles de ideología guerrera (Almagro-Gorbea 1993, García Quintela 1999: 270-295, Peralta Labrador 2000: 153-211, Torres Martínez 2005: 343-344, Sánchez Moreno 2002 y Álvarez Sanchís 2003).

En estas sociedades y tal como ya hemos comentado, podremos encontrar un modelo y organización de fuerte impronta gentilicia, reconocible a partir de la onomástica de epítetos en genitivos del plural que indicarían el “clan”, o grupo familiar gentilicio. Los clanes más poderosos darían lugar a estirpes aristocráticas guerreras dirigidas por un cabeza del linaje que a su vez, extiende y manifiesta su poder por medio de clientelas. Estos “nobiles” formarían el que podríamos denominar “senatus”– el órgano superior de gobierno de la ciudad u oppidum-y a su vez integrarían el grupo social de los equites, de los “jefes guerreros a caballo”. Verdaderas élites rectoras de los oppida y “señores de la guerra” que capitanearán las luchas contra Roma (Almagro-Gorbea 1994b y 2005a, Sánchez Moreno 2005 y Quesada Sanz 2002a y 1997c).

Paradójicamente estas mismas élites, una vez sometidos sus pueblos a la autoridad de Roma, serán las primeras que se integren en las legiones y se romanicen (Lorrio Alvarado 2005: 278 y Abascal 2009b y 2009c).

Roma y los Bárbaros: Metafísica del Imperio

en Espiritualidad por
Roma y lo Bárbaros: Metafísica del Imperio

Nuestra tesis doctoral pretendió conocer el alma misma de la Hispania céltica a través de su tradición guerrera. Tanto a nivel de organización sociopolítica y económica, como a nivel de principios, valores y creencias. La tesis doctoral la hemos adaptado al ámbito de editorial para poder publicarla y de dicha adaptación extraemos este fragmento que aquí os presentamos.

 

En él mismo plateamos la posibilidad de encontrar en la tradición guerrera de la Hispania céltica, una afinidad de fondo entre lo que fue su cultura de jefaturas, y lo que sería en el ámbito de Roma, la ideología del Imperium y el culto al Emperador. Afinidad de fondo que podría ayudarnos a comprender con mayor calado, los procesos de romanización de los llamados pueblos “bárbaros”.

Consideramos importante plantear cual sería la estructura ideológica que sostiene y fundamenta el modelo cultural y de civilización de un Imperio. Planteando no la acepción del modelo imperialista colonial, sino la idea de un imperio civilizador que genera una integración de distintos pueblos en su seno en un proyecto sociopolítico que trasciende y rebasa a éstos. Siguiendo aquí las propuestas e interpretación de Gustavo Bueno (1999).

En este sentido, más allá de una concepción puramente económica de la cuestión, lo que realmente distinguiría a un Imperio no sería tanto una estructura de poder capaz de someter y explotar pueblos y territorios; sino el hecho de que el Imperio no es sólo un estado o un territorio sino también y principalmente, una idea. Una idea de vocación integradora, de ordenación común de pueblos y hombres diversos, conforme a un principio superior civilizador.

Esta construcción del Imperio como orden político supranacional “bendecido” de un ideal superior por lo general de naturaleza espiritual (“bendecido de los Dioses”), parte en el caso concreto de Roma y en primer lugar, del Imperio como la facultad del Imperator. Y con esto queremos decir la jefatura militar o más aún, la “jefatura militar suprema” (Bueno 1999: 183-187).

Es decir, cuando el Imperator comience a ser el instrumento y la representación de la soberanía y su figura sea concebida como la suprema dignidad, entonces alcanzará la categoría de Princeps, es decir primero tanto en poder efectivo como en honor (Bueno 1999: 186). El ejercicio del poder adquiere de este modo un matiz más complejo, más que meramente militar o guerrero, y se convierte en representación y símbolo de “algo más”. Este planteamiento que se inicia con César (Dión Casio XLIII, 44), tendrá su continuidad cuando Virgilio defina la misión de Augusto (Eneida, VI, 851) y diga: “Tu regere imperio populos, Romane memento”. Por tanto, la facultad del Imperio (emanada en este caso de Roma), encarnada en un “Príncipe” llamado a regir distintos pueblos (Bueno 1999: 186-187).  Hay que resaltar aquí que en Roma, a los jefes se les consideraba dotados de una virtud mágica cuyos efectos prácticos, se traducían en la obtención de la victoria. Poseían así derecho a tomar auspicios, y en el campo de batalla eran intérpretes de la voluntad divina. Su victoria en este sentido era prueba del favor divino, y justificaba que las tropas aclamaran al jefe como Imperator   (Roldán Hervás 1997b: 281). Esta “mística” romana alrededor de la jefatura, como vamos a poder ver, será importantísima para lo que queremos plantear en este apartado.

Del mismo modo la capacidad militar del Imperator y su dignidad de Princeps, (clave en la ideología del Imperio), tiene su correlato subsiguiente en la idea de un espacio sobre el cual se ha de ejercer la acción de ese Imperio. O dicho de otra manera, el ámbito sobre el cual ese poder militar se puede hacer efectivo y por ende, esa dignidad superior también puede ser expresada. Siendo entonces que para una diversidad de pueblos, esa dignidad se constituye como centro superior de poder, y dichos pueblos se convierten en vasallos, en tributarios, en subordinados al Imperio o incluso en “leales” al Imperio. En nuestro caso hablamos de Roma, que llegadas las postrimerías de la República, con César primero, y sobre todo ya con Augusto, se configurará como un poder pero también como una idea transnacional, que vehiculizada por Roma, se expresaría en su Emperador y en el culto imperial.

Nos encontramos llegado este punto, con la propuesta que queremos tratar en este apartado; que la idea de Imperio en su sentido más eminente, es una idea con capacidad de sugestión, evocación y aceptación por los pueblos prerromanos Peninsulares y conforme a su ideología guerrera: El Imperio Romano no es ya un simple estado depredador que se impone por la fuerza de las armas, sino que es expresión de una dignidad superior que los nuevos pueblos integrados en su seno, reconocen como tal. Dicha dignidad superior se plasmaría precisamente en la figura de una jefatura militar suprema, en la figura del Emperador. El Emperador, no solo deviene así en Princeps-primero en dignidad y honor-sino que además, y en virtud de dicha dignidad superior, se convierte también en Pontifex, en el “hacedor de puentes”, en quien une lo Sobrenatural y lo Natural. El Emperador como si fuera un “sumo sacerdote”, un “representante de Dios en la Tierra” (Bueno 1999: 201). La posesión del título de Imperator por el “príncipe”-el “primero” de Roma, su “conductor” y su “guía”-a partir de César y Augusto, conferirá así un prestigio particular: si no el de una divinidad, sí al menos el de una “predestinación” a ser dios. El reconocimiento en él de una naturaleza divina o sobrehumana, que se afirmaba en el curso de su gobierno si no dejaba degenerar su poder en tiranía, y que merecía entonces llegada la muerte, los honores de la apoteosis. Situándosele entre el número de las divinidades reconocidas por la religión oficial (Grimal 2000: 12).

En la base de estos procesos sociopolíticos que alumbran la institución imperial y ponen fin a la República, parecerá permanecer en todo caso el trasfondo de un aura mística en torno a la jefatura, por la cual el príncipe habría sido puesto en el poder por Júpiter. Y esto conforme a una concepción sacra de la Auctoritas que se remontaría a la Roma arcaica e incluso a los etruscos (Grimal 2000: 11).  En esta línea parece expresarse el romano Servio (Aeneid. III, 268) cuando dice: “Fue costumbre de nuestros antepasados que el rey fuera simultáneamente pontífice y sacerdote”, e ideas parecidas se estarían dando en el mundo helénico donde desde tiempos de Homero, la tradición repetía que los reyes eran “hijos de Zeus” (Grimal 2000: 12). Incluso quizás estas mismas ideas podrían encontrarse en la antigua tradición céltico-galesa del Mabinogion  y en torno al “rey” o el “jefe”, como “puente” o intermediario con lo sobrenatural (Cirlot 1988).

Desde esta perspectiva, el orden político y jurídico            que enmarca la idea de imperio, estará determinada no solo por factores materiales o por la posesión y administración de un vasto territorio, sino fundamentalmente por una idea. Idea de orden espiritual que convierte al Imperator en Princeps y a éste, en Pontifex. Todo ello a partir de un concepto de la Auctoritas que termina por unificar poder militar, político y religioso, y cuya supremacía justifica su preeminencia legítima sobre pueblos y territorios.

Así un Imperio no es un reino que se impone a otros reinos y los explota. Es por el contrario un centro y eje que integra y ordena diferentes reinos, manteniendo las élites correspondientes, pero conforme a una integración y lealtad común a un mismo símbolo e institución. Institución que encarna la Trascendencia y cuyo símbolo sería la “corona” imperial. Lo esencial en el Emperador está en que su poder se fundamenta en que encarna un principio espiritual que va más allá de la pura posesión de territorios. Va más allá de lo puramente contingente y está llamado a ser símbolo de la verdadera autoridad, y por ende, “puente” entre “el Otro mundo” y nuestro mundo: Imperator y Pontifex. Siendo entonces objeto de una Fides e inspiración para una Areté, que  a  nuestro parecer, no será demasiado distinta a la que en origen podemos encontrar en las sociedades de jefaturas de la Edad del Hierro que hemos descrito anteriormente. Sociedades que se integrarán ahora de mano del imperio romano, en una institución sociopolítica de mucho mayor alcance y calado.

La figura del Emperador se configura así como soberano de príncipes y reyes, de caudillos y líderes locales, que reina sobre reyes y no sobre territorios, y al que los reyes rinden obediencia y lealtad como representante de un principio espiritual que trasciende las comunidades cuya dirección asume. Lo hemos visto en la anterior cita de Virgilio (Eneida, VI, 851), y estaría presente como culminación de un proceso de disociación entre el Rex Romanorum, y el Imperator totius Orbis (Bueno 1999: 226).

Vemos de este modo cómo el poder del Emperador y la ideología del Imperio, se manifiestan como un “orden bendecido de los Dioses” en cuya cúspide se aúnan el pontífice, el príncipe y general victorioso. Siendo ésta, una idea que de alguna manera no terminaría de ser ajena al culto a las jefaturas que se practicaba en el mundo hispano céltico, no terminaría de ser ajena al mannerbündprinzip de la “sociedades de jefaturas” de la Hispania céltica, con lo que cómo venimos indicando, podrían entonces amoldarse al proyecto imperial romano sin sufrir una verdadera desnaturalización.

Debemos entender así que el Imperio tiene un fundamento que no se remite a un simple poder material, sino que más aún apunta a un sistema de lealtades y clientelas en torno a un mismo “eje” unificador y vertebrador. Eje que tiene en la figura del Emperador su más alta plasmación, Emperador al cual se rendirá lealtad como representación de un orden querido por los Dioses, símbolo en la Tierra de una realidad Superior y Trascendente, capaz de traer la Pax a los Hombres: “Todo el género humano fue reunido en una paz universal y verdadera” (Floro, Epítome, II, 34). Entramos ya aquí en la sugestiva idea del Dominus mundi, “señor de la Paz y la Justicia”. El Imperio y el Emperador entonces, no como un poder arbitrario y depredador, sino como un poder llamado a regir a los pueblos del Mundo para mantenerlos en equilibrio, convivencia y paz[1]. La institución del Emperador como autoridad que ya no “impera” formalmente en cuanto rey de un estado, sino en cuanta autoridad orientada al “co-orden” de todos los estados incluidos en su propio espacio (Bueno 1999: 187-188 y 207). Roma se presenta de este modo como un Imperio que se eleva por encima de reyes y el interés particular de éstos, y recibiéndolos en su Fides, los protege. Suetonio de modo revelador nos habla así de “reyes clientes” del Imperio (Grimal 2000: 17).

En este sentido no debemos dejar de mencionar cómo el Emperador, unificará poder político, militar y religioso, y que a él le corresponderán los ritos sagrados que como “sumo pontífice”, renuevan y aseguran las armonía de los Hombres con los Dioses. Idea que como ya hemos indicado anteriormente, se daría también en las jefaturas guerreras hispano célticas. El Emperador se convierte así en el eje que en la cima de la cúspide social, renueva y asegura la armonía entre “el Cielo y la Tierra”. Siendo aquí que cobra especial sentido ese “misterio iniciático” en torno a la realeza sagrada-adytum et initia regis-considerado inaccesible al común de los mortales (Varrón, De lingua latina V, 8). De hecho en este pasaje de Varrón, se nos habla de diferentes grados del conocimiento, y de la existencia de unos saberes superiores que solo puede alcanzar el “rey”. En la misma línea entendemos que deberá situarse la virtud taumatúrgica de los Emperadores recogida por ejemplo sobre Vespasiano (Tácito, Hist. IV, 81 y Suetonio, Vespas. VII), así como la investidura divina recibida por Trajano (Hidalgo de la Vega 1995: 123).

De acuerdo a este planteamiento la palabras del propio César son clarificadoras: “(en mi estirpe está) el signo sagrado de los reyes que sobresale de entre los Hombres, y la veneración de los Dioses inmortales, bajo cuya potestad está el poder de los reyes” (Suetonio, Caesar, VI). En la misma línea se interpretaría la suelta de águilas a la muerte del Emperador remontando el vuelo como símbolo del alma que se eleva a las alturas (Dion Casio, LVI, 34) (idea análoga a la que hemos estudiado en el papel psicopompo de los buitres en la Celtiberia), y también en este mismo sentido entendemos que podrá leerse el canto y anuncio de Virgilio a una suerte de “nueva Edad de Oro” asociada al Imperio Romano: “La edad última de la profecía cumana por fin ha llegado. He aquí que renace el gran orden de los siglos. Retorna la Virgen, retorna Saturno (dios de la Edad de Oro) y una nueva generación desciende de lo alto de los Cielos. Dígnate, oh casta Lucina, de ayudar al nacimiento del Niño con el cual la raza del hierro (la raza de la última edad) concluirá y sobre el mundo entero se levantará la raza del oro, y he aquí, que reinará Apolo (…). Vida divina recibirá el Niño que yo canto, y verá a los Héroes mezclarse con los Dioses, y él mismo con ellos (Eclog., IV, 5-10, 15-18).

El tono heroico e intención profética de los cantos de Virgilio y respecto del papel del Imperio Romano, se ven reforzados en los pasajes que hacen referencia a la muerte de la Serpiente (Ibid. 24), a un grupo héroes que afrontará de nuevo la empresa de los argonautas (Ibid. 33), y a un nuevo Aquiles que repetirá la guerra de los Aqueos contra Troya (Ibid. 36). Todo ello imágenes simbólicas de un canto al papel de Héroe en la reordenación y restitución del Mundo, a la Edad de Oro que anuncia y trae Roma.

Llegado este punto de nuestra exposición, la carga simbólica de la idea de Imperio y Emperador, se nos muestra con claridad, y en la misma, podemos ver la fuerza sugestiva que dentro de las coordenadas éticas de las comunidades guerreras de la Hispania céltica-jefatura, Areté y Fides-pudieron llegar a tener el Imperio romano y el culto imperial. Culto imperial que entenderemos intentaba propiciar la idea de una Roma más allá de todo particularismo étnico y religioso, señalando una Fides superior ligada al principio sobrenatural encarnado por el Emperador, y ubicado por encima de toda lealtad específica, ya sea religiosa o “nacional”. Es así que aunque tardíamente y con cierta nostalgia, Namaciano (De red. suo. I, 62-65) evocará una Roma “(capaz de hacer) de los diversos pueblos una única nación”.

 

[1] En las postrimerías de la Antigüedad y en línea parecida, san Agustín en sus teorizaciones políticas nos dirá que la “Ciudad Terrena”, si no se ordena conforme al ideal universal de la “Ciudad de Dios”, solo se diferencia de una “partida de piratas” en el tamaño.

Espacios sagrados y Druidismo en la Hispania Céltica

en Cultura Celta/Historia por
El árbol Sagrado.

El “Bosque Sagrado” y la “Guerra”. El rito y el sacrificio. La naturaleza como santuario y la batalla como sacramento. La Magia y la Areté. Y “el Druida”, Maestro y depositario de la Tradición. Quizás también en la Hispania Céltica, de Lusitania a Celtiberia… En este fragmento de nuestra tesis doctoral y en un capítulo en el que nos acercábamos al tema de los dioses, y la posible existencia de un sacerdocio hispano céltico. Haciendo una disquisición previa imprescindible que hemos querido recoger aquí por lo interesante, para nuestro blog.

En el antiguo mundo celta, al igual que en general en el mundo cultural del Hierro, parecerá afirmase la presencia de lo sagrado en la realidad natural (Guyonbarc´h y Le Roux 2009: 326-332), de lo “Trascendente en lo Inmanente”. El Universo se contempla así como “Manifestación” y todo se convierte en potencial reflejo de la “Trascendencia”, sin que ningún todo agote la “Trascendencia”. El Absoluto puede ser así inabarcable e inasible, y sin embargo residir en el “alma” de las cosas. De ahí la relación espiritual que las religiones célticas establecen con determinado elementos del paisaje, especialmente con bosques y árboles, con el “bosque sagrado” o nemeton: nemora alta remotis incolitis lucis-“habitáis profundos santuarios en bosques remotos”-señalará Lucano sobre los druidas en su Farsalia (I, 453-454) (Guyonbarc´h y Le Roux 2009: 330).

Los Dioses célticos aparecerán de este modo y generalmente asociados con elementos de la naturaleza: Cumbres, fuentes, cuevas, ríos, bosques, árboles, buitres, caballos, lobos, toros, jabalís…todos ellos distintos elementos del mundo natural en los que parecerán presentarse de modo simbólico, las potencias del “mundo Invisible” (Marco Simón 2005: 217). Tendremos así que la noción de santuario al aire libre, de espacio natural como espacio de comunicación entre el mundo de los Dioses y el mundo de los Hombres, será fundamental dentro de las religiones célticas y así aparecerá recogido por dicha tradición a través del concepto de “bosque sagrado”, del anteriormente señalado nemeton (Marco Simón 2005: 219, Peralta Labrador: 239-241, Guyonbarc´h y Le Roux 2009: 326-332 o De Vries 1988: 195-196)[1]. Dándose la misma idea también entre los germanos al indicarnos Tácito cómo éstos: “no consideraban digno de la grandeza de los Dioses encerrarlos entre paredes ni representarlos bajo forma humana, consagrándoles bosques y arboledas” (Germ. IX, 3)[2].

Esta idea del nemeton o “bosque sagrado” nos estará señalando como lo “Invisible”, se “trasparentaría” o “comunicaría” con los Hombres a través de determinados escenarios del mundo visible, escenarios de especial fuerza y evocación como puedas ser los parajes naturales. Siendo de esta manera posible la comunicación y relación con dichas potencias invisibles y de manera predilecta, en el nemeton.

A nuestro parecer y como ya hemos indicado cabrán para el mundo céltico e indoeuropeo don niveles de acercamiento a “lo Invisible”[3]. Por un lado mediante determinados ritos y fórmulas por las cuales se renuevan los pactos, las armonías o se propicia el favor de las “fuerzas ocultas” del universo (Más allá Telúrico). Estaríamos aquí en el ámbito del reverso ritual y mágico de la religiosidad hispano céltica, y su escenario más propio sería el “paraje sagrado”.

Por otra parte, conforme a una orientación espiritual de participación y apertura del sujeto a las “esferas superiores” de la realidad invisible, mediante el seguimiento de un determinado ethos. Siendo estas esferas superiores el plano propiamente Sobrenatural (Más allá Celestial) con el que la relación que se establece nos es ya la de los rituales y formulaciones mágicas (Techné), sino la de un  ethos formativo forjador del alma de acuerdo a un ideal heroico orientador de la existencia hacia la Trascendencia, a través de la Areté. Obviamente aquí el escenario más propio de dicho ethos no es ya el nemeton sino la guerra y el combate, que serán tenidos como un lugar predilecto para el sacrum facere y “la Gloria” (Sopeña 1987: 131-138)[4].

De este modo en el “bosque sagrado” o nemeton, en la guerra y en la batalla, y también como hemos visto anteriormente en el banquete, encontraremos tres escenarios predilectos del mundo céltico. Escenarios que precisamente a través de las cofradías y élites guerreras se articularán conformando el universo propio de la cultura de las mannerbünde. Tenemos así y respectivamente un ámbito mágico y ritual, un ámbito ético y espiritual de vocación heroica, y un escenario de comunidad, encuentro e intercambio.

Por otro parte y conforme a esa doble vertiente-mágica y heroica-del mundo espiritual y religioso de las culturas hispano célticas y célticas en general, encontraremos diversas pistas que nos señalaran la posible existencia de personas especialmente vinculadas a la interacción respecto con el mundo invisible. Un ejemplo interesante se dará en el ámbito lusitano-galaico a través de su conocido hieróskopos, encargado de llevar a cabo sacrificios adivinatorios con víctimas humanas y animales: Silio Itálico (III, 344) nos dirá que durante la Segunda Guerra Púnica los jóvenes galaicos enviados  luchar con Aníbal “eran expertos en adivinar a través de las entrañas, los vuelos de las aves, y los divinos relámpagos”. La misma idea la recogerá Estrabón (III, 3, 6-7) al hablar de los sacrificios de los lusitanos. Siendo en esta cita donde se nos mencionará un hieroskópos u “observador de las cosas sagradas”, lo que podría ser interpretado como prueba de la existencia entre los lusitanos de especialistas de lo religioso, oficiantes de sacrificios y expertos en vaticinar a través de inmolaciones (González García 2007: 391-392). Por otra parte la práctica de los sacrificios humanos estará atestiguada entre las poblaciones de la Hispania céltica, caso de los bletonenses en la actual Salamanca (Plut. Quaest. rom. 83) de los lusitanos (Liv. Per. 49; Str. III, 3, 6) o de los pueblos del norte (Estr. III. 3, 7). No teniéndose referencias a la existencia de dichos sacrificios humanos entre los celtíberos y si obviamente y en general en el resto de la céltica europea, recogiéndose incluso en la mitología irlandesa (Blázquez Martín 2005: 227).

Si podremos reconocer entre los celtíberos y a través de sus repertorios cerámicos, escenas rituales oficiadas por personajes ataviados con gorros cónicos, similares por otra parte a los de determinadas divinidades y sacerdotes del mundo céltico. Personajes que portan jarras con clara función libatoria, que nos estarían señalando quizás la presencia de una posible función sacerdotal (fig. 5-7).

Por otra parte la existencia de dicho sacerdocio, pudiera no tener que extrañarnos, pues esta atestiguada la existencia de druidas entre galos y britanos (Guyonbarc´h y Le Roux 2009)[5], y para ambos pueblos podría inferirse una complejidad análoga a la de los celtíberos.

Entendemos en todo caso que la función esencial del sacerdote sería la función de mediación, de mediación entre lo visible y lo Invisible, entre los “Dioses y Daemones” por un lado, y los Hombres por otro. Esta mediación se desarrollará a su vez en dos niveles: alrededor de los sacrificios y el ritual[6], y alrededor de la salvaguarda de la “tradición”. Es decir, el sacerdote también como depositario del legado espiritual, religioso, cultural e ideológico de su comunidad (Sopeña 1987: 151- 153).

Escena de sacrificio con oficiante. Cerámica numantina

Figura 5-7: Escena de sacrificio con oficiante. Cerámica numantina. Obsérvese el vaso libatorio y el gorro cónico del “sacerdote” (Según Jimeno 1999).

Transmisor de los mitos, la historia y las leyendas que orientarán la formación ética y espiritual de los miembros de su sociedad, voz así de la conciencia de la misma: “(los druidas) disertan y enseñan a sus jóvenes sobre numerosas cuestiones, referidas a los astros y sus movimientos, el tamaño del orbe y de las tierras, la naturaleza, la esencia y el poder de los Dioses inmortales” (César, B.G. VI, 13-14). Un tipo de sacerdocio cargado de este modo de presencia y liderazgo dentro de sus comunidades y que podría estar también recogiéndose en la Celtiberia a través de la figura de Olíndico (Floro, Epit. II, 17,9), líder celtibérico que portando una lanza de plata que le habría “enviado el cielo” (la lanza como arma por excelencia del dios pancéltico Lug) y haciendo gala de facultades proféticas y mágicas, exhorta a los celtíberos a luchar contra Roma provocando un nuevo alzamiento en el 143 a.C. Un episodio éste similar a otros recogidos en la céltica centroeuropea y en los que los druidas dirigen revueltas militares contra Roma (Tác. Ann. III, 40-46). Siendo sintomático en este sentido el hecho de que el druidismo fuera rigurosamente prohibido por los gobernantes romanos: “Durante el principado de Tiberio César se eliminó a los druidas galos, esa ralea de adivinos-médicos” (Plinio el Viejo, Historia Natural, XXX, 13).

En definitiva, entenderemos que la existencia de una función sacerdotal de tipo druídico, más o menos desarrollada, podría estar dándose también en la Hispania céltica. Si bien no nos será posible a día de hoy y con la información de que disponemos, perfilar los extremos últimos de dicho y posible “druidismo” hispano céltico.

Por otra parte, volviendo a la idea de los espacios naturales como espacios propicios para la comunicación “con los Dioses”,  debemos entender que entre pueblos como los lusitanos, galaicos, astures, cántabros, celtíberos, vettones o vacceos; los montes, ríos y bosques, no serían solamente barreras naturales y fronteras privilegiadas entre diferentes comunidades. Sino que al igual que para muchos otros pueblos célticos europeos, constituirían verdaderos santuarios. Es decir, lugares puestos bajo el patrocinio de una determinada divinidad. Viriato pasa así los inviernos y según la interpretatio romana en un monte consagrado a la diosa Afrodita cercano al Tajo (Apiano, Iber. 64-66), y hace al tiempo de un espacio sagrado un refugio y guarida. Posiblemente la misma idea se encuentre en la huida a las montañas de los lusitanos perseguidos por Bruto (Iber. 71), y en los cántabros de Bergidum, que acosados por los ejércitos de Augusto se guarecen en el Mons Vidius (Floro II, 33, 49-50; Orosio VI 21, 4-7 y Dion Casio LIII 25, 2) (González García 2007: 408). En la misma línea podemos recordar la referencia de Marcial a un monte sagrado en la Celtiberia llamado Mons Caius (4, 55, 1-3), o el Mons Herminius en el que se refugiará frente a Julio César la última resistencia lusitana (Dion Casio 37, 52).

Estamos de nuevo frente a ese concepto tan característicamente céltico del nemeton o “bosque sagrado”, del paraje natural que es limítrofe entre el mundo visible y el mundo Invisible,  entre el mundo de los Dioses y Daemones y el mundo de los Hombres.

Un caso interesantísimo de este tipo de espacios y para la Hispania céltica será el santuario al aire libre de Peñalba de Villastar, en Teruel. Donde se encuentran alrededor de una veintena de epígrafes paleohispánicos de entre el siglo I a.C. y el I d.C. siendo de especial interés la inscripción referida al dios pancéltico Lug. Dios asociado desde la interpretatio romana a Mercurio-Hermes, y considerado el dios más popular entre los celtas. También será muy destacable su localización, fundamentada exclusivamente en el paraje y no en ningún tipo construcción que pueda dar lugar al surgimiento del santuario. Este lugar presenta un paisaje imponente de barrancos y crestas rocosas, que bien pudo servir de lugar de peregrinación para diversos pueblos, y que estaría situado estratégicamente en una zona fronteriza entre el mundo ibérico, y el mundo celtibérico (Alfayé Villa 2005).

Con respecto a esas inscripciones votivas grabadas en la roca, encontraremos lo que parece una ofrenda de campos y tierras de labor a Lug. Se mencionan también los nombres de los meses en los cuales se llevará a cabo dicha ofrenda, meses que podrían coincidir con la fiesta céltica del Lughnasadh de acuerdo al calendario celta de Coligny, calendario proveniente de las Galias y verdadero documento de ciencia druídica de época ya romana (Blázquez Martín 2005: 223-224). Indudablemente esta información relativa a Lug, y a este santuario ubicado en territorio celtibérico, nos ponen frente a la dimensión religiosa de la Celtiberia así como frente a elementos fundamentales de su panteón. Elementos que presentarán entonces interesante analogías respecto de lo que se ha podido documentar para el mundo céltico de las Galias o Britania.

[1] Marcial nos hablará de un encinar sagrado en Hispania, en el Mons Burado (4, 55, 23); de un monte sagrado en la Celtiberia, el Mons Caius (4, 55, 1-3) y de otro bosque sagrado en Hispania en Vadavero (I, 49, 5 ss). Justino por su parte nos señalará la existencia de un bosque sagrado en Galicia (XLIV, 3, 6).(Peralta Labrador 2000: 240).
 [2] El encontrarnos con la idea de “bosque o paraje sagrado” tanto en el mundo céltico como en el mundo germánico, nos induce a pensar en el nemeton como una idea espiritual propia de las culturas de la Edad del Hierro.
 [3] Estos dos niveles corresponderían a eso que hemos llamado “Más allá Celestial” y “Más allá Telúrico”. El primero de ellos Sobrenatural y  Trascendente y objeto de una vindicación ética. Y el segundo, preternatural y mágico y objeto del rito propiciatorio. El primero por decirlo así pone el acento en la Trascendencia y el segundo en la Inmanencia. Una inmanencia que hay que entender no en términos materialistas sino por decirlos así “animistas”: Esto es, escenario de “númenes” (numina)  o “genios y espíritus”  de las cosas. De una concepción del Mundo en la que las fuerzas de la Naturaleza “tienen Alma” (Anima Mundi).  Son “alguien y no algo”.
Allá donde las religiones tiendan a bandear hacia la Trascendencia de manera cada vez más unilateral, surgirán los monoteísmos. Allá donde las religiones tiendas a bandear hacia la Inmanencia, surgirá el panteísmo. Desviaciones el uno y el otro respecto de la relación y jerarquía entre “Cielos y Tierra”.
 [4] Sacrum facere: Mediante el sacrificio heroico el guerrero soltaría lastre de lo meramente natural y se elevaría hasta asociarse íntimamente con la Divinidad. Dando cumplida realización a una cierta metamorfosis por la cual el guerrero deviene en Héroe y por ende en “Hombre Superior” o semidiós (Sopeña 1987: 132-135).
 [5] “También hay unos filósofos o teólogos que son objeto de honores extraordinarios y reciben el nombre de druidas” (Diodoro de Sicilia, Hist. V, 31, 2-5); “(los druidas) se ocupan de todo lo que tiene que ver con los Dioses, están al cargo de los sacrificios públicos y privados y regulan el culto (…) se piensa que sus enseñanzas fueron adquiridas en Britania y desde aquí llevadas a la Galia” (César, B.G. VI, 13-14) ó “(los druidas) aseguran conocer el tamaño y la forma de la Tierra y el firmamento, el movimiento del cielo y los astros y el destino trazado por los Dioses (Pomponio Mela, Corog. III, 2, 18-19).
 [6] Sobre los conceptos de Religión, Ritual y Sacrificio ver Cabrera Díez 2010: 29-65 y Alfayé Villa 2011.

El fenómeno del Celtismo

en Cultura Celta/España/Historia por
El fenómeno del Celtismo

La Cultura Celta, más allá de su realidad histórica, ha llegado a ser un referente de determinadas formas de cultura popular de nuestro tiempo. Es lo que nosotros llamamos “El fenómeno del Celtismo”. A dicho “Celtismo” del siglo XXI y su relación tanto con la cultura celta propiamente dicha, como con las pervivencias que de ésta puedan quedar en Europa así como de uso espurio que pueda hacerse de la misma, hemos dedicado un anexo de nuestra tesis doctoral. A partir de dicho anexo hemos podido escribir un libro llamado precisamente “El fenómeno del Celtismo” del cual extraemos este fragmento para colgarlo en nuestro blog.

 

En el mismo teorizamos sobre el por qué de un “Celtismo Moderno”, cómo es que puede haber surgido una fascinación por la Cultura y el Mundo Celta en nuestro tiempo, y que de bueno podríamos encontrar al respecto.

 

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El Celtismo en el Mundo Moderno:

La fascinación por la Edad del Hierro y la búsqueda de las esencias perdidas.

Situada a caballo de la Prehistoria y la Edad Antigua, la Protohistoria Europea y su correspondiente Edad del Bronce y Edad del Hierro del Hierro, se han configurado para el imaginario colectivo como una suerte de germen, en el que por un lado se superaría el primitivismo prehistórico y por otro, se habrían dado los pasos previos para la formación de las culturas y civilizaciones propiamente Históricas de la Antigüedad (principalmente el mundo grecolatino). Tiende así a ser tenida en no pocas perspectivas populares, como un firme, puente o enlace, que llevándonos más allá de la Prehistoria, prepara y anuncia los tiempos Históricos posteriores. Siendo entonces que como veremos, para según qué corrientes y a veces modas, la pervivencia de dichas culturas del Hierro en grandes áreas de Europa en tiempos de Roma e incluso posteriormente, en época medieval, hacen de dicho universo protohistórico una realidad de gran poder de sugestión. Más aún si nos detenemos en su enfrentamiento con Roma en la Antigüedad, o con la cristiandad medieval en tiempos de Carlomagno o de las invasiones vikingas.

De alguna manera, ese carácter de estadio previo a la Antigüedad y estadio superior a la Prehistoria, parecerá cargarla muchas veces como de un aura mítica y legendaria. Como de primeras y ancestrales “esencias puras” en las que se podrían encontrar los mimbres del posterior desarrollo de la Civilización, y del despliegue mismo de la historia de Occidente. Ese carácter como “esencial”, esa carga mítica y legendaria, provocará en no pocos aficionados y estudiosos, una fuerte fascinación. Como si en los tiempos protohistóricos de Europa pudiéramos encontrar una fuente primera en la que volver a beber desde la distancia de nuestro presente ciclo histórico, y desde una determinada concepción “decadente” de la Modernidad. Reencontrando entonces en la Edad del Hierro una “pureza” y un “sentido” que muchas veces se considerarán perdidos.

El tiempo histórico moderno duda así de sí mismo y busca una reorientación en el pasado, siendo entonces que algunas miradas se deleitan en la grandeza de la Antigüedad y en la cultura greco-romana, donde se tiende a decir que habría “empezado todo”. Otras miradas se detienen en el Medievo, cargándolo de un aura romántica e idealizada: con sus Cruzadas, Templarios, castillos, Reconquista o monasterios… Y otras miradas, quizás precisamente porque “todo empezó” con Grecia y Roma, y porque el Medievo en todo caso y en razón de su cristianismo, no era “todo lo puramente europeo que debería ser”, dudan también de uno y otro y quieren ir más atrás… Como si la semilla de la decadence se hubiera sembrado ya en el mundo grecolatino y el cristianismo medieval por su parte, hubiera adulterado las esencias de lo propiamente europeo. Siendo entonces que la “Pureza y la Autenticidad”, el “alma misma de la Europa ancestral”, pudiera estar en ese estadio en el que dejamos de ser “salvajes”, pero todavía no nos hicimos “civilizados”… En la Edad del Hierro.

Edad del Hierro en la que Celtas y antiguos Germanos, sin las grandezas de la Antigüedad o la Edad Media, y con una cultura material más humilde y a veces también más tosca, parecerán conocer sin embargo y con mayor claridad y certeza, “el Sentido auténtico de la vida y el Mundo”. De la valía personal y el heroísmo, la comunidad de sangre y los ancestros, la unión con la naturaleza y “sus fuerzas mágicas y misteriosas”… Si a esto unimos la incuestionable carga épica del guerrero celta o el guerrero vikingo, en su lucha contra Roma o en sus aventuras y saqueos por el Mar, el cuadro idóneo para una idealización estará servido.

Ciertamente, cabría plantearse para este argumento que venimos desarrollando, una suerte de “nostalgia” por “las esencias perdidas” que desde un cierto romanticismo e idealización, anhelase para la existencia humana algo más de “Espíritu”. Algo más de “Autenticidad” más allá de la vida moderna y sus rutinas burguesas. Algo más de épica, heroísmo, fuerza, pureza y sabiduría y en una época, la Moderna, en la que todo pareciera poder reducirse a categorías puramente materiales, económicas y técnicas… Es entonces que el Medievo, con sus caballeros templarios y su fervor religioso. Roma, con su grandeza y sus legiones. Grecia, con sus duros espartanos y al tiempo sus filósofos, artistas y poetas. Y claro está, los Celtas o los Vikingos, con sus guerreros “furibundos e indomables”, sus dioses terribles y a veces oscuros, su ruda sencillez y su comunión con la naturaleza, los animales, los árboles o las tormentas… terminan por configurar “un manantial de inspiración” al que acercarse a beber, si es que se busca “un reencuentro” con las “esencias perdidas”…

Este “esencialismo”, a nuestro humilde entender, hará parte importante de la fascinación por la Cultura Celta, así como por general de los fenómenos análogos al Celtismo propiamente dicho. Ya sea la fascinación por los Vikingos, los Espartanos o las legiones de Roma. Y creemos posible reconocerlo claramente y con diversas vestiduras o formas, en no pocos movimientos identitarios y neoespirituales de la actualidad. Pudiendo decirse que en gran medida, a través de dichos fenómenos de idealización e inspiración por las culturas del pasado, se planteará un horizonte de regeneración espiritual, cultural y casi “antropológico” para nuestra época. Horizonte de regeneración que de acuerdo a un sentimiento o visión crítica de la Modernidad, apelará a la “búsqueda de la Esencia” en el ámbito de “la Tradición”. Entendida ésta, como un pasado en el que el Hombre se hizo reflejo o portador, de una visión más auténtica, verdadera y elevada de la vida.

Más allá de las consideraciones sociológicas que pueden establecerse con respecto a tan singulares perspectivas y movimientos, y de los interesantes síntomas que parecen traslucir: desafecto hacia la Modernidad y el materialismo, sensación de identidad perdida y pérdida de valores, búsqueda de la esencia europea, recuperación de la idea de los ancestros, de nuestro antepasados, etc… lo cierto es que para acercarnos al estudio riguroso de la Edad del Hierro, será condición indispensable estudiar a aquellos pueblos de Europa que en tiempos ya históricos y frente a Grecia y Roma, entran precisamente en la “Historia” a través del enfrentamiento e interactuación con dichas potencias mediterráneas. Configurándose entonces como el paradigma de la “Europa bárbara” frente a la “Europa civilizada”.

Dichos pueblos serán fundamentalmente los pueblos celtas y germanos, pueblos que conoceremos principalmente por las fuentes clásicas, la arqueología y los correspondientes estudios de la ciencia histórica. Si bien, de dichos pueblos y culturas podremos tener otras referencias, en este caso provenientes directamente de las tradiciones “bárbaras” y su propia manera de ver el mundo. Nos referimos aquí a textos y tradiciones conservados básicamente a través del Medievo y a pesar de la “romanización” y el “cristianismo” (o más allá de la “romanización” y el “cristianismo”) que podrán funcionar como pequeñas ventanas a la Edad del Hierro. Ventanas por las que asomarnos al mundo espiritual, ético, mítico y religioso de aquellos pueblos de Europa que “siguieron unidos” a la Edad del Hierro, cuando Europa entraba ya en su ciclo “propiamente histórico”. Nos referimos claro está a la mitología irlandesa y a las Eddas y sagas escandinavas. Pudiendo encontrarse también y en cierta medida “apuntes” de esa “originaria” cultura del Hierro, en los cantares de Gesta del Medievo, en leyendas y romances también medievales, o en el ciclo Artúrico y del Grial. Así como también y en menor medida, en algunas costumbres, leyendas y fiestas folklóricas, conservadas en regiones más o menos “remotas” de Europa (dedicaremos más adelante un capítulo entero a desarrollar esta idea).

El mundo céltico fue básicamente absorbido por la romanización, especialmente en Hispania y las Galias, donde además y posteriormente se sufrirán las invasiones bárbaras y la consiguiente germanización. Todo a lo largo de un proceso de siglos en el que también la cristianización, contribuirá a laminar la antigua Céltica, quedando ésta reducida entonces a un fenómeno muy marginal, conservado únicamente en zonas especialmente aisladas o apartadas, así como en algunos de los finisterres atlánticos de Europa. Nos referimos aquí y principalmente a las islas Británicas, en las que la romanización fue más débil y a pesar de las invasiones sajonas, tanto en Gales como en Cornualles, en las Tierras Altas de Escocia, y sobre todo en Irlanda, se conservarán interesantísimas pervivencias del antiguo mundo céltico. Especialmente en un rico y profuso folclore popular, así como en la anteriormente mencionada mitología celto-irlandesa, su ciclo de Ulster, el “Libro de las Invasiones” o los guerreros fianna.

Debemos entender en cualquier caso que siendo las islas Británicas y en especial Irlanda las zonas más típicas de estas pervivencias del antiguo mundo céltico, no serán en ningún caso las únicas. En España podremos recoger también un rico fondo folclórico y popular cargado de elementos provenientes del ancestral substrato céltico. Nos referimos al mundo rural y sus leyendas en Galicia, Asturias y Cantabria y en general en todo el cuadrante del noroeste Peninsular. Lo mismo podrá decirse de amplias zonas del interior, en las tierras altas de la Meseta, en el altiplano soriano y en diversas áreas del sistema Ibérico, así como en zonas de Extremadura y del sistema Central. Siendo especialmente significativa y para todo el territorio de la antigua Hispania Céltica, la pervivencia de antiquísimas y coloridas fiestas populares, en las que las mascaradas y botargas, los ritos alrededor del fuego y el carácter invernal de las mismas, parece ser de nuevo una lejana pervivencia del antiguo sustrato céltico. Las fiestas del pueblo soriano de san Pedro Manrique en este sentido, han sido siempre reconocidas como especialmente significativas (también sobre esta cuestión volveremos más adelante en el capítulo correspondiente al papel del folclore).

Por otra parte y con respecto a esta idea de pervivencias y “ventanas” a la Edad de Hierro, debemos entender que dicho mundo cultural y espiritual, no se circunscribirá en exclusiva al mundo céltico. Como ya hemos señalado, también el mundo germánico, situado más allá de las fronteras de Roma y en sus regiones más septentrionales solo tardíamente cristianizado, conservará diversos elementos provenientes de ese ancestral fondo protohistórico prerromano y precristiano.

Aquí tendremos unos documentos de excepcional valor que serán las Eddas y sagas escandinavas, conservadas en la remota Islandia y a través de las cuales podremos en cierta medida conocer, el mundo mitológico, religioso y ético del antiguo mundo germánico. Los límites septentrionales de Europa, desde la península de Jutlándia y hasta la helada Islandia, se convertirán así también en áreas en las que el mundo de la Edad del Hierro europeo, habrá dejado importantes pistas de su trabazón espiritual y cultural.

Por otro lado y tal como hemos señalado anteriormente, podremos también tener en cuenta todo lo que sería la épica heroica de la Edad Media. Ésta, aunque situada ya en un marco histórico lejano a la Edad del Hierro, se construirá fundamentalmente con tradición grecolatina, cristianismo y tradición germánica y céltica. Siendo estas últimas la que, aún cristianizadas y encuadradas en un marco cultural tardo-romano, insuflarán al Medievo una ética heroica y guerrera propia del mundo espiritual de la Edad del Hierro. Esto marcará definitivamente dicho Medievo y cristalizará no ya en las órdenes de Caballería, las Cruzadas o el Feudalismo. Sino especialmente en los Cantares de Gesta y Romances medievales. En los que muchas veces se podrá respirar el mundo de imágenes y evocaciones heroicas propias de la ancestral Edad del Hierro, siendo en el caso del ciclo artúrico, que el antiguo fondo céltico, parecería resultar especialmente presente.

Finalmente y abundando en esa idea de un sustrato de creencias y valores comunes al mundo del la Edad del Hierro en Europa, deberemos tener que presente que aunque mayormente haya sido estudiado a través de las culturas célticas y germánicas, también la Grecia arcaica que recoge Homero en la Iliada, nos mostrará unos patrones heroicos y de conducta análogos en gran medida, a los que luego veremos al estudiar la Edad del Hierro propiamente dicha. De tal manera que en la Grecia primera, Aquea y Dórica, en los “campeones guerreros” de Homero, vinculados éstos al Bronce Final, encontraremos también una ventana por la que asomarnos al universo de la protohistoria europea.

Tenemos así que el mundo cultural del Hierro, ciclo protohistórico europeo desaparecido con el inevitable desarrollo de la Historia de Occidente, nos habrá dejado ventanas desde la que contemplar “cómo entre brumas” su “vida interior”, y estudiar quizás entonces ese “fondo primero”. La raíz desde la que dio comienzo más allá de la Prehistoria, el desplegar de la Historia de Europa. Siendo entonces inevitable el platearse la idea de los “primeros principios”, de búsqueda de “esencias ancestrales” que anteriormente hemos señalado y que nosotros consideramos, una de las claves del celtismo contemporáneo.

Se buscaría de este modo el fondo común y las potencialidades propias del alma de Europa, que ocultas o manifiestas, subyacerían a nuestra historia y a sus diferentes momentos culturales. Siendo entonces que desde nuestra Modernidad-para muchos descarriada o desnortada-, se pretendería recuperar el rumbo apelando a dicha esencia ancestral. Es decir, habría un anhelo de “Tradición”, de “espíritu, esencia e identidad”, en el fenómeno del celtismo. Así como en movimientos parecidos que pudieran tener como referente no ya a los Celtas, sino quizás a la Edad Media, los Vikingos y los antiguos pueblos germánicos, la antigua Esparta o en general, todas las tradiciones europeas premodernas en su conjunto. Hay de este modo a nuestro parecer en el fenómeno del celtismo y en fenómenos análogos, una vaga y difusa pero a su vez presente, búsqueda de “Raíces”. Búsqueda de “Espíritu” y “Tradición”.

Esta pretensión en principio, no solo puede ser perfectamente legítima y coherente con el estudio de los tiempos protohistóricos europeos, sino que además, entendemos que puede tener un lugar y un sentido no menor, en el ámbito del desarrollo de las culturas occidentales contemporáneas. Puede ser así algo necesario, bueno y útil, el “saber quiénes somos”, más allá de los paradigmas de la Modernidad. Y si bien es verdad que desde dicho supuesto “descarrilamiento” moderno, muchos podrían replantearse el rumbo echando la vista a las “raíces cristianas de Europa”, o a las “raíces griegas y romanas” también de Europa, o incluso a la propia “Razón Ilustrada” que sembró la semilla de nuestra Modernidad… No será de recibo platearse que quizás las “respuestas” podrían buscarse también, en ese mundo de “esencias primordiales” que supuestamente, habría sido la Edad del Hierro.

En gran medida y a nuestro parecer, los fenómenos actuales del neopaganismo y/o el neoceltismo, deberán contemplarse desde esta perspectiva.

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Dicho esto, y hablando ahora desde nuestra esfera más puramente personal, no tenemos reparo en pronunciarnos al respecto no solo y efectivamente con una mirada profundamente crítica para con la Modernidad, sino que además, apostaríamos por un sentido de la “Tradición” europea en el que desde la cristiandad medieval y hasta la Grecia clásica y homérica, pasando a su vez por el mundo celta, romano y germano, todo ello configuraría el “fondo” de la esencia e identidad de Europa. Esencia e identidad que desde las pistas y claves que otorga la “Tradición”, nos estaría señalando las vías hacia el “Universal y Perenne del Espíritu”. La “Vertical” desde la que siempre y para todo tiempo y lugar e independientemente de todo lo demás, es posible una regeneración…

Espiritualidad y Tradición Heroica en la Hispania Céltica

en Cultura Celta/Historia por
Ímpetu del guerrero celta en reconstrucción artística de la batalla de Telamón.

Nuestra tesis doctoral pretendió conocer el alma misma de la Hispania céltica a través de su tradición guerrera. Tanto a nivel de organización sociopolítica y económica, como a nivel de principios, valores y creencias. La tesis doctoral la hemos adaptado al ámbito de editorial para poder publicarla y de dicha adaptación extraemos este fragmento que aquí os presentamos:

 

En él mismo plateamos la idea de lo que hemos llamado “El camino del Héroe”, y tratamos de ver hasta qué punto éste termina por ser el eje vertebrador de la espiritualidad hispano céltica.

Este artículo sería la continuación del anteriormente publicado: “Muerte triunfal, Trascendencia e Inmortalidad”.

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Hemos apreciado hasta ahora y en el mundo cultural de la Edad del Hierro, manifestaciones sociales de ideología heroica, articuladas desde un ethos guerrero y a partir de un sistema de jefaturas, organizado mediante un subsistema de lealtades, méritos y recompensas. Un sistema clientelar fiscalizado y censurado a través de esos mismos ideales heroicos que lo animan, siendo lo que cotejamos y comparamos dentro de ese marco, las estructuras de fondo, los elementos clave: el “sentido”. Y esto con independencia de los revestimientos concretos que puedan adoptar dichas estructuras y sentidos en cada uno de los distintos pueblos de la Hispania céltica (García Quintela 2005: 187).

Dicho esto, las fuentes nos dan también interesantísimas pistas para poder llevar a cabo esa interpretación de los principios comunes y de fondo que subyacen a la diversidad de costumbres y mitos, de creencias y ritos, de la céltica hispánica. Plutarco nos señala así que la creencia en una “Isla de los Bienaventurados” (Sertorio 8-9)-creencia que fascinaría al propio Sertorio durante su estancia en la Península-era una creencia ampliamente extendida entre los hispanos. Ciertamente en este mito de una “Isla de los Bienaventurados”, dará la impresión de estar en presencia de un símbolo de ese “Más allá Celestial”, espacio “ultramarino” y por ende “ultraterreno”, que ubicado más allá del mundo meramente natural, es el espacio sobrenatural al que aspiran los caídos en combate. La misma idea de un espacio sobrenatural y trascendente, situado más allá de lo terrenal y contingente, la podremos encontrar a nuestro parecer con meridiana claridad, en las referencias de Silio Itálico (Punica III, 340-343) a la prohibición entre los vacceos, de cremar los cuerpos de los guerreros caídos en combate. Idea que como ya hemos indicado anteriormente, nos estaría señalando cómo; dejando que los cadáveres de los caídos permanezcan al aire libre para que los devoren los buitres (fig. 5-1), éstos se convierten en animales sagrados y aves mediadoras que transportarán las almas de los guerreros al “Más allá Celestial”. Mundo superior en el que dichos caídos devienen en Héroes.

La vida terrenal se abre así a través del trance guerrero y la “Bella Muerte” al “cielo sobrenatural”, y los guerreros muertos en batalla ascienden sus almas a las esferas superiores. Los buitres se convierten de esta manera en “psicopompos” que por un lado señalan el destino humano en el ciclo de vida y muerte del Universo, y que por otro, conducen las almas de los caídos a un más allá ultraterreno ubicado allende de dicho ciclo de vida y muerte[1]. La imagen (más adelante podremos verla) recogida en el cuenco de la necrópolis de El Portuguí-Uxama (Soria), donde cada una de las aves representadas porta un pequeño recinto rectangular dentro del cual se guarda una cabeza (símbolo del alma del difunto) (Olmos Ricardo 2005: 253-255), sería clara representación de ese viaje al “Más allá Celestial” en alas de aves mediadoras entre el mundo natural, y el mundo Sobrenatural.

Escenas de un vaso numantino con guerreros muertos devorados por los buitres
Figura 5-1: Escenas de un vaso numantino con guerreros muertos devorados por los buitres. (Reproducido de Álvarez Sanchís 2003: 118)

 

En la misma línea de argumentación encontraremos cómo las fuentes clásicas, se aproximarán a la Celtiberia y a la Hispania céltica en general con una mirada, que si bien no será ajena a toda una serie de tópicos recurrentes, insistirá en señalar el interior Peninsular y más concretamente la Meseta, como un lugar “de clima duro y gentes fieras e indomables”. Es en este punto donde las fuentes repararán especialmente en la idea de la muerte heroica (Olmos Ricardo 2005: 256). De Numancia a las guerras Cántabras, de los funerales de Viriato a las campañas de Bruto en “Galicia”, del asedio a “Calahorra” a la lucha de campeones entre un joven Escipión y un guerrero vacceo de Intercatia. Ideal heroico y de “Bella Muerte” que nos estará dando un importante indicio a tener en cuenta, para comprender como funcionaba el discurso ideológico del ethos guerrero de la Hispania céltica. Siendo aquí donde la exposición de los caídos en combate a los buitres, se mostrará esclarecedora y el propio hecho de morir luchando, se manifestará como una culminación, como una “liberación”, como una superación del plano de la mera terrenalidad. El simbolismo implícito en dicha exposición de los caídos, señalará de este modo una visión agonística de la vida en la que la muerte es factor principal (Sopeña 1987: 151), y “el retorno a los Cielos junto a los Dioses de lo Alto” (Silio Itálico 3, 340-342), horizonte último de sentido.

El culto a la “Bella Muerte” se configura de este modo como la cumbre de toda una ética agonística y heroica que se materializa definitivamente, en el momento final de la muerte en combate (Sopeña 1987: 83). Esta exaltación de la muerte violenta lleva a unir al guerrero a sus armas con lazos que trascienden lo puramente material. Las armas son una prolongación de su identidad y de su alma, y se hacen acompañar con ellas a las piras funerarias, negándose a entregarlas bajo ningún concepto (Sopeña 1987: 84 y Quesada Sanz 2010), haciéndolas símbolo y garante de su libertad y dignidad: “los caballo y las armas les son más queridos que su propia vida” (Trogo Pompeyo 44, 2, 3). La entrega del arma será entendida de esta manera como la entrega de la propia autoestima, de la propia honra. Renunciando a la espada se renuncia a labrar el propio destino y te conviertes en un esclavo, a decir de Floro (1, 34), “perder sus armas les era tan inaceptable como que les cortaran las manos”. La vinculación del guerrero con sus armas es así una vinculación radical; existencial, espiritual y ética. Y las armas que acompañan al difunto al más allá desde la pira funeraria, son así destruidas o inutilizadas, asegurándose su vinculación exclusiva y personal con el guerrero que en vida las empuño.

Interesante será señalar también la nota que en este sentido recoge Salustio (Historia, II, 92), sobre las mujeres celtibéricas relatando las gestas heroicas de los hombres muertos en batalla (Sopeña 1987: 87). Lo que nos sitúa en la existencia de una tradición oral que recoge y exalta las acciones ejemplares de los más afamados guerreros, y que pone precisamente el acento en la muerte heroica de los mismos. Lo que supone una divulgación entre toda la comunidad, de los valores y principios propios de esa espiritualidad y ética heroica, que está en el centro mismo de las creencias del mundo hispano céltico.

Siendo esta la perspectiva que nos señalan las fuentes, encontramos entonces que el combate, la guerra, el enfrentamiento bélico, será el momento supremo de todo el entramado ético y espiritual del mundo hispano céltico. Éste ritualizará la propia lucha, convirtiéndola en una manifestación cultural de primer orden. Las fuentes recogen así como celtíberos y lusitanos entran en combate entonando cánticos, tocando cuernos, realizando danzas propiciatorias del valor y el furor guerrero (Apiano Iber. 53, 54 ó 67), buscando una suerte de “trance” o “arrebato” que hace de la batalla, una experiencia espiritual en la que el guerrero tendrá oportunidad de demostrar los atributos propios de su condición (Sopeña 1987: 90 y Ciprés 1993). Siendo aquí reseñable cómo para el mundo celta, y en general para las culturas de la Edad del Hierro, la poesía y la música serán manifestaciones terrenales del “mundo Invisible en el mundo visible”. Manifestaciones capaces de ponernos en contacto con las fuerzas ocultas de la naturaleza y con los Dioses (Sopeña 1987: 92). Son así instrumentos propiciadores del estado de “trance guerrero” que manifestado en un valor desmedido y una indiferencia al dolor, encontramos en la imagen más clásica del guerrero bárbaro por antonomasia (Marco Simón 1993b). No debiendo olvidarse en este sentido, como el Odín escandinavo, es dios poeta, músico y guerrero, y sus guerreros consagrados, los berserk, se caracterizan precisamente por estar poseídos por un furor temible y bestial (Bernárdez 2002 y Sopeña 1987) (fig. 5-2).

Ímpetu del guerrero celta en reconstrucción artística de la batalla de Telamón.
Figura 5-2: Ímpetu del guerrero celta en reconstrucción artística de la batalla de Telamón. Indiferentes a las heridas y a su propia muerte, algunos guerreros galos ducha desnudos (Reproducido de Ruiz Zapatero 2001: 80).

 

Todas estas ideas no remiten de nuevo y en un primer lugar, al planteamiento de la ética heroica y la “Bella Muerte”, de la “apoteosis guerrera”, en la que aunque pudiera parecer contradictorio, si el guerrero muere en batalla, triunfa, alcanza la gloria, y asciende al “Más allá Celestial”, a la “Isla de los Bienaventurados”, al “Reino de los Inmortales”. Se hace semejante a los Dioses y como Hércules, también muerto en “apoteosis” agonística y heroica, pasa ocupar un puesto en el “Olimpo”. En la sede celestial del mundo Sobrenatural, más allá del “devenir” del mundo y lo puramente terrenal.

Es decir, la muerte heroica libera de la existencia mortal y simplemente humana, y en la Hispania céltica, dicha “transfiguración” queda testimoniada con la exposición de los cadáveres a los buitres. Mediadores entre las alturas celestiales y la tierra, y encargados tanto de elevar el alma a las regiones Superiores, como de “disolver” el residuo meramente material del guerrero. Purificando su alma de las adherencias de ésta a la simple corporalidad.

La exposición de cadáveres a los buitres señala así la potencial inmortalidad del alma, la perennidad del ser íntimo del Hombre (Sopeña 1987: 126). Si bien añadiríamos que ésta, solo será posible para aquellos que sean capaces de conquistarla y merecerla en la vía ética y espiritual del “Camino del Héroe”.

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[1] La existencia más allá de los ciclos de vida y muerte, más allá de lo que usando terminología oriental llamaríamos “samsara” (todo lo que nace, deviene y muere para de un modo u otro, propiciar un nuevo nacimiento o alimentar una nueva vida) es lo que en nuestro estudio hemos denominado Inmortalidad.

Muerte Triunfal, Trascendencia e Inmortalidad

en Cultura Celta/Historia por
La llamada de la España Mágica

Nuestra tesis doctoral pretendió conocer el alma misma de la Hispania céltica a través de su tradición guerrera. Tanto a nivel de organización sociopolítica y económica, como a nivel de principios, valores y creencias. La tesis doctoral la hemos adaptado al ámbito de editorial para poder publicarla y de dicha adaptación extraemos este fragmento que aquí os presentamos.

 

En él mismo planteamos la tradición guerrera de la Hispania céltica, como una tradición heroica en la que la figura idealizada del Héroe, será el referente fundamental que oriente el ethos guerrero de los pueblos hispano célticos. Ethos en el que la concepción agonística de la batalla y la muerte en combate, harán de los caídos en la lucha  merecedores de en un lugar en el Más allá Celestial, junto al Héroe fundador y los Dioses.

 

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Tal como ya hemos visto, el escenario socioeconómico en el que nos movemos a la hora de estudiar la Hispania céltica, nos remite en general a unas sociedades de base fundamentalmente ganadera, necesitadas de pastos y dispuestas a competir por los recursos asociados a dicha actividad ganadera, con agriculturas de subsistencia enfocadas fundamentalmente al autoabastecimiento familiar, y con un comercio todavía de pequeña importancia pero en proceso de muy posible y creciente expansión.

Al frente de estas sociedades habremos encontrado unas élites guerreras, detentadoras del poder político, organizadas en grupos armados alrededor de jefaturas, y articuladas a través de las instituciones de la clientela y la devotio, las cuales a su vez se fundamentarán en un alto concepto de la fidelidad y el honor. Concepto que habremos sintetizado con la palabra Areté, entendida ésta como excelencia conforme a virtudes guerreras. Areté que a nuestro parecer, fundamentará todo el entramado ideológico de estos pueblos y  hará del ideal heroico el elemento protagonista y esencial de sus creencias. Este ideal heroico será el que trataremos de desgranar a continuación.

Por desgracia los pueblos de la Hispania céltica e indoeuropea apenas nos habrán dejado testimonio escrito de su historia o religión, con lo que básicamente a la hora de investigar tendremos los restos materiales, las referencias de las fuentes clásicas y las analogías y paralelismos con el resto de la Europa de la Edad del Hierro. Siendo a partir de aquí que deberemos encontrar los indicios de cual pudo ser el fondo último que animó el espíritu del mundo hispano céltico.

En este sentido, planteamos para la Hispania céltica un universo de “Principios, Valores y Creencias” en el que los atributos ideales del “Guerrero”, serán tenidos como las virtudes propias de la más alta valía y realización personal, colectiva y espiritual[1].

Este tipo de planteamiento alcanzará su más alta plasmación simbólica en la figura ideal del Héroe. Guerrero divinizado tras su muerte que alcanza la Inmortalidad tras una vida de gestas y una “muerte triunfal” en el campo de batalla. Héroe que será así referente ejemplar de la comunidad, antepasado fundador de la estirpe y merecedor de un lugar junto a los “Dioses Inmortales”. El Héroe cumplirá también de este modo la función de intermediario entre la esfera Sobrenatural de los Dioses, y el mundo natural de los Hombres, siendo el “Camino del Héroe”, la vía de realización espiritual que conecta ambos mundos.

El “Camino del Héroe” se convierte de este modo en una vía de realización personal y espiritual orientada hacia la Trascendencia, en la que el propio ámbito de la Divinidad y lo Sobrenatural, son horizonte último de referencia así como garante de dichos valores e ideales heroicos. Elevando más allá de su condición mortal a todo guerrero que sea capaz de recorrer dicho “camino”-y tras morir luchando en la batalla- hacerlo merecedor de la Inmortalidad[2].

En este camino del Héroe,  la exaltación  de los valores propios de una “tradición guerrera” y el ensalzamiento de la “bella muerte” (de la muerte en combate) serán categorías esenciales. Produciéndose de este modo la idealización del valor, la disciplina, la lealtad, la jerarquía, la magnanimidad, el desprecio por la propia muerte así como un especial concepto de la libertad, entendida ésta, como la superación del miedo a la muerte y el apego a la propia vida.

Es la ética agonística que poetiza la batalla final y la muerte heroica, y en la que bajo los compromisos de Honor y Fidelidad, se da testimonio de la superación de uno mismo con la entrega generosa de la propia vida en la lucha. Siendo entonces que las puertas de la Trascendencia se abren para el “caído en la batalla” y la “muerte heroica”, se convierte en prueba definitiva del temple del guerrero y de su merecimiento de la Inmortalidad.

Estamos así frente a la idea de la mors triumphalis o “muerte triunfal”, en la que la muerte en batalla, espada en mano, consuma el ideal de una vida guerrera y abre las puertas de la Trascendencia y la Inmortalidad a la simple naturaleza humana. La cual ya no será tal, pues en virtud de dicha muerte en combate, el Guerrero se elevará sobre las contingencias y condicionamientos propios su mera existencia terrenal, alcanzando el plano de “lo Eterno e Inmutable”.

Nos vamos a encontrar así con una ética agonística y guerrera tras la cual, se nos desvela un planteamiento de fondo de gran calado. Una ética y espiritualidad que denominaremos heroica y en la cual el Guerrero, estará llamado a superar su mera contingencia terrenal de mano del ideal heroico. Siendo entonces que adquiere los atributos propios de lo divino y se hace partícipe de la Eternidad.

Este Héroe, guerrero divinizado post mortem, a su vez se convierte en referente y protector de su comunidad así como continuador del ejemplo dado por el padre de la estirpe. Esto es, el ejemplo del Héroe fundador e inspirador del “Camino del Héroe”, intermediario primero entre el mundo Sobrenatural de los Dioses, y el mundo natural de los Hombres. Por decirlo de alguna manera, el “pionero” de esa vía que permite elevar la naturaleza humana y por medio del ideal heroico, hacerla análoga a la de los “Dioses Inmortales”.

Este planteamiento cuyas líneas generales acabamos de sintetizar y que será el que trataremos de desgranar a lo largo de los dos siguientes capítulos de nuestro estudio, podrá rastrearse en el solar de la Península Ibérica y de manera especial, a partir de la concepción agonística de la propia muerte que tan señaladamente encontramos en la Hispania céltica (Sopeña Genzor 1987, 1995, 2004, 2005a y 2010a y Sopeña Genzor y Ramón Palerm 2002). Agonística que como no podrá ser de otra manera, para poder sostenerse, demandará de una determinada ética y espiritualidad que la fundamente y dé sentido. La ética y espiritualidad heroica que vamos a tratar de perfilar y que podremos encontrar refrendada por las pistas que nos dan las propias fuentes literarias, el estudio del registro arqueológico, y en general los paralelismos y analogías que encontraremos en el mundo de valores y creencias de la Edad del Hierro europea.

En este sentido resultarán sintomáticas a la hora de rastrear esa ética agonística del mundo hispano céltico, las referencias de las fuentes a los suicidios rituales: “Al ver llegado el fin de su resistencia, a porfía se dan muerte (…) en medio de una comida, con un veneno que extraen del tejo” (Floro II, 33, 50).  “Existe entre los hispanos la costumbre de que los hombres que forman la guardia personal del general mueren con él si éste sucumbe. Los bárbaros de allí lo llaman el supremo sacrificio”. (Plutarco, Sert. XIV) ó “llevan un veneno obtenido de cierta planta (…) que mata sin dolor, con lo que tienen un remedio siempre pronto contra acontecimientos imprevistos; e igualmente es costumbre suya la de consagrarse a aquellos a quienes se unen, hasta sufrir la muerte por ellos (Estrabón, III, 4, 19). Del mismo son destacables las referencias de las fuentes clásicas a las resistencias desesperadas: “Incendiaron sus murallas y unos se degollaron y otros prefirieron perecer en las mismas llamas” (Dion Casio, LIV, 5, 1) ó “habían acordado que muchos todavía aspiraban a la libertad y deseaban quitarse la vida ellos mismos (antes que entregarse a los romanos). Así pues, solicitaron un día para disponerse a morir”  (Apiano, Iber. 96). Estas mismas actitudes tendrán refrendo en la negativa a entregar las armas bajo ningún concepto: “Se suicidaban convencidos de que sin armas nada valía la pena”  (Tito Livio 34, 17) y “Los caballos y las armas les son más queridos que su propia vida”  (Trogo Pompeyo 44, 2, 3). Y finalmente tendremos en la exposición de los caídos en combate a los buitres, la máxima expresión de todo lo que venimos señalando: “Les es un honor caer en combate y un sacrilegio incinerar un cuerpo de este modo. Pues creen que son retornados a los cielos, junto a los Dioses de lo alto, si el buitre hambriento devora sus miembros yacentes” (Silio Itálico 3, 340-342) ó “A los que han perdido la vida en la guerra los consideran nobles, valientes y dotados de valor y, en consecuencia, los entregan a los buitres porque creen que éstos son animales sagrados” (Claudio Eliano X, 22).

Del mismo modo el mundo funerario que se muestra en los restos arqueológicos de la Hispania céltica, nos indicará una visón del Más allá en la que los hombres se hacen acompañar a la pira funeraria con sus armas, que se convierten en el elemento más claramente definidor de su personalidad. De su estatus, de la imagen que tienen de sí mismos. Identificándose con sus lanzas, puñales y espadas, que se llevarán con ellos a la “otra vida”. Convirtiéndose así el armamento, la actividad guerrera, el combate singular y las virtudes asociadas a éstos, en elementos principales de prestigio y de valoración personal y social.

Indudablemente todo esto no serán sino indicios de una cultura guerrera que alcanzará su cima expresiva en la mors triunphalis del guerrero muerto en combate. El cual, mediante ese morir luchando, testimonia una liberación con respecto a lo que no es sino mero apego a la vida terrenal. Materializando entonces un ideal heroico que fundamenta y da sentido a esa concepción agonística de la muerte a través de la cual, se abren las puertas de la Trascendencia y la Inmortalidad.

En el mundo celtibérico podremos encontrar escenificada ritualmente la “trascendencia” de los caídos en combate a través de la acción de los buitres. A cuyos picos y garras se abandonarán los cadáveres de los muertos en batalla. Siendo entonces consumida la “envoltura material” del guerrero y elevada después su alma a las “Alturas”, en las alas de esos mismos buitres.

Este ritual de exposición de los cadáveres de los caídos en combate a los buitres, nos indicará que no es necesaria la purificación del cuerpo mediante la correspondiente cremación, para aquellos que ya se han purificado con el “fuego” de la batalla. Para aquellos que han concluido el supremo “sacrificio” y han entregado su vida en aras del heroísmo (Sopeña Genzor 1987).  Es la idea de la “bella muerte”, de la “muerte heroica”, de la “muerte triunfal”. Tras la cual el guerrero puede dejar atrás su mera condición humana, contingente y terrenal; y conquistar un estatus de grandeza espiritual propia de los que merecen la Inmortalidad. Se convierte así en Héroe, par de los mismísimos Dioses en el Cielo: “creen que son retornados a los Cielos, junto a los Dioses de lo Alto” (Silio Itálico 3, 340-342).

Los Héroes se convierten de esto modo en intermediarios de los Dioses y los Hombres, en protectores a su vez de los suyos, y en los “ancestros sagrados” de sus respectivos pueblos y estirpes. Ancestros que indican el camino que conduce a “los Cielos” y que serán de este modo, fuerzas de lo Alto que cada pueblo podrá invocar antes de un nuevo combate para recalar el apoyo del mundo sobrenatural y hacer que a los vivos, les acompañe en la batalla el “espíritu” de sus antepasados. Se mantiene también así una cadena invisible que une las generaciones de una misma estirpe a través de ritos y sacrificios que ligan a los vivos con sus ancestros, tomando los primeros de los segundos no solo inspiración y ejemplo, sino también verdadera fuerza espiritual y mágica.

En este orden de cosas debemos insistir tanto en la idea de la exposición de los caídos en combate a los buitres, como en la idea de la cremación de los muertos, pues para ambos casos, tendremos una idea principal que no podemos dejar de señalar: La idea de la reducción del envoltorio o soporte material de la personalidad humana-el cuerpo-y la elevación subsiguiente del elemento espiritual-el alma. Elevación que debe ser entendida como acceso a regiones Superiores descondicionadas de la mera terrenalidad, y para las cuales el cuerpo del difunto, parece convertirse en un mero  residuo material. Una carcasa vacía que debe ser purificada por el fuego para que el alma pueda desprenderse de las adherencias propias de la vida meramente terrena, y roto el vínculo del alma con lo que no es sino mera fisis, dejar vía libre a ésta para el “retorno a los cielos” (sic) que hemos visto en la cita de Silio Itálico.

Hay detrás de todo este planteamiento un obvio y verdadero ejercicio de ascesis, de ascesis guerrera. De pretensión de descondicionamiento del sujeto conforme a principios y fines  totalmente espirituales, pero articulada a través del ejercicio activo de la vida del guerrero, de la vida de las mannerbünde o “cofradías guerreras”. Es así un planteamiento que podrá estar prefigurando el concepto de “Orden”. De orden “ascético-guerrera”.  Esto será especialmente rastreable en distintos momentos de las fuentes clásicas. En las descripciones que nos llegan de los funerales de Viriato: “Tras haber adornado a Viriato del modo más espléndido le prendieron fuego sobre lo alto de una pira y le inmolaron numerosas víctimas. Por secciones la infantería y la caballería marcharon alrededor del cadáver, iban entonando cánticos al modo bárbaro y todos se sentaron en torno a él hasta que el fuego se extinguió” (Apiano, Iber. 75). En lo que se nos dice del fin de Retógenes en Numancia: “Retógenes, jefe numantino, rendida ya la ciudad, ordena a sus hombres luchar a muerte por parejas frente a una gran hoguera mientras él observa con su espada clavada en el suelo. Los vencedores, tras arrojar los cuerpos de los compañeros muertos al fuego, dirigen sus armas contra ellos mismos y también se arrojan al fuego. Finalmente Retógenes también se clava su propia espada y acto seguido se arroja al fuego con el resto de sus camaradas” (Floro 1, 34, 11). En lo que se señala sobre comunidades de vida “espartana” en el Duero: “Se dice que algunos de los que habitan junto al río Duero viven como espartanos, ungiéndose dos veces al día con grasa y utilizando saunas de piedras candentes, bañándose en agua fría, y tomando una sola vez al día alimentos puros y sobrios” (Estrabón III, 3, 6). O de las referencias a las propias clientelas que siguen a Sertorio: “A Sertorio le seguían decenas de miles de Hombres dispuestos a hacer por él este tipo de sacrificio” (se refiere en el texto a la devotio) (Plutarco, Sert. XIV).

En este sentido parece interesante plantear como esta idea de ascesis guerrera, no solo nos mostrará el fondo espiritual que anima las culturas de la Hispania céltica, y quizás en general las culturas europeas de la Edad del Hierro. Sino que además, podría estar mostrándonos la semilla y germen de la tradición medieval de las órdenes monástico-guerreras. Obviamente el desarrollo en profundidad de este planteamiento, se escapa a los límites e intenciones de este estudio. Si bien, señalamos aquí esa línea de indagación para mostrar cuan amplias son las posibilidades que nos brinda el estudio del mundo cultural de la Edad del Hierro, a la hora de dar cuenta y comprender diversos fenómenos de la historia de Europa. Especialmente en el ámbito de la Plena Edad Media así como en el ámbito de la Roma imperial. Volveremos sobre estas ideas al final de nuestro estudio.

En definitiva y cerrando esta introducción, la propia ética agonística que encontramos en las costumbres guerreras de la Hispania céltica, nos estará señalando una ética heroica en el sentido más espiritual del término heroico. Esto es,  la afirmación de una realidad Superior y Sobrenatural-un “Más allá celestial”-a la que se podría acceder a través del cumplimiento de un ideal heroico de vida y de muerte. Ideal que elevaría al sujeto por encima de la condición mortal y simplemente terrena, y le haría merecedor de la Inmortalidad. Conquistando entonces una “naturaleza” análoga a la de los Dioses, convirtiéndose así en un Héroe. Héroe que funcionará a su vez como una verdadera “divinidad” protectora de su comunidad a la cual incluso, se podrá invocar antes del combate recabando de ese modo fuerzas desde el “Más allá Celestial”.

Al tiempo, se dará la figura de un Héroe primero y fundador, situado en la raíz misma de la estirpe, de la gens, y que será el antepasado heroico, semidivino y primordial del cual desciende esa comunidad. Siendo dicha figura el modelo ejemplarizante que sintetiza e inspira la “vía del guerrero”, el “Camino del Héroe”.

Para dicho “camino” la formación y ordenación del alma y la vida de acuerdo a los conceptos de Areté, de Fides, de mors triunphalis. De honor, de lealtad, de bella muerte.  De ascesis guerrera y purificación con respecto a la vida condicionada de la terrenalidad y el miedo a la muerte. Y entonces sí, la liberación consecuente del alma y su acceso a la Trascendencia junto a los “Dioses Inmortales”.  Lo vemos ya de modo pormenorizado en el siguiente apartado…

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[1] Este planteamiento que vamos a sintetizar seguidamente en esta introducción, lo recogemos ahora sin entrar a penas al detalle de los correspondientes refrendos bibliográficos, siendo en el siguiente apartado que desarrollando las ideas aquí presentadas, dichos refrendos quedarán debidamente señalados.

[2] Entenderemos el término Inmortalidad no como una mera supervivencia postmortem del sujeto y su individualidad, sino como una superación de dicha individualidad meramente humana, mediante el merecimiento y la adquisición a través de la gesta heroica, de la esencia misma de lo divino.

Jefatura, aristocracias guerreras y bandas armadas

en Cultura Celta/Historia por
Guerrero cántabro, fase celtibérica. Siglos II y I a. C. (Según Peralta Labrador 2000: 167)

La Tradición Guerrera de la Hispania Céltica.

Nuestra tesis doctoral pretendió conocer el alma misma de la Hispania céltica a través de su tradición guerrera. Tanto a nivel de organización sociopolítica y económica, como a nivel de principios, valores y creencias. La tesis doctoral la hemos adaptado al ámbito de editorial para poder publicarla y de dicha adaptación extraemos este fragmento que aquí os presentamos.

En el mismo plateamos la organización sociopolítica de la Hispania céltica haciendo hincapié en su carácter de “sociedad de jefaturas”. De jefaturas y caudillajes guerreros que ejercen de vector ideológico, redistributivo y vertebrador, en sociedades jerárquicas y aristocráticas. La formación alrededor de estas jefaturas, de grupos clientelares, armados y de cultura guerrera, como vamos a tratar de mostrar, constituirá el nervio mismo de las sociedades hispano célticas.

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 Jefatura, aristocracias guerreras y bandas armadas.

Hemos aproximado en el primer capítulo de este estudio el perfil étnico y el perfil socioeconómico de los pueblos prerromanos del área celta o celtizada. En el ámbito de lo socioeconómico el escenario resultante es a grandes líneas el de una economía fundamentalmente ganadera, en una sociedad gentilicia fuertemente jerarquizada, y con una preponderancia cultural de todo lo que tiene que ver con la defensa, el control y la competencia por pastos, fuentes, vías pecuarias, cabezas de ganado, zonas de influencia… Una sociedad así belicosa y armada, de marcado carácter guerrero, en la que ocupando la cúspide de esta jerarquía encontraríamos a las élites ecuestres (Almagro-Gorbea 2005a, Lorrio 2005, Sánchez Moreno 2005 ó Quesada Sanz 2010).

Tenemos así que al frente de estas sociedades de la Hispania céltica que queremos estudiar, se encuentra una élite de guerreros a caballo que centralizarán el poder y generarán en torno suyo, toda una serie de instituciones destinadas a articular dichas élites ecuestres y dar cohesión a la “clase” guerrera. En ésta y como tendremos oportunidad de ver, al poder político se unirá una fuerte carga espiritual y religiosa que podremos estudiar más adelante, cuando hablemos de la ética heroica y las creencias en torno a ésta.

En todo caso respecto a estas élites guerreras debemos entender que su mera existencia, nos sugiere una realidad social en la que difícilmente se podrá hablar de sociedad igualitaria, y sí parecerán presentes de forma necesaria los conceptos de jerarquía y aristocracia. Es decir, resulta difícilmente imaginable desde nuestra perspectiva, una sociedad de la Edad del Hierro vertebrada en torno a la primacía del concepto de igualdad. Ahora bien, deberemos entender que la expresión de la desigualdad en estas sociedades no tendrá porque implicar necesariamente la acumulación de bienes o de grandes riquezas. No conocemos así los palacios de las aristocracias guerreras del mundo castreño de los lusitanos y galaicos, como tampoco conocemos las residencias de Dumnorix o Diviciaco en la relativamente bien excavada Bribacte, capital de los eduos, ya en la Galia. No conocemos grandes palacios en la arqueología de la Edad Oscura griega, pero los héroes de las epopeyas homéricas son todos reyes de sus lugares de procedencia. Debemos entender así que hay formas de diferenciación social que no pasan necesariamente por la acumulación de bienes inmuebles, sino por el acceso por un lado a bienes muebles-principalmente joyas y ganado-así como por otro, a la adquisición de reconocimiento y prestigio. A niveles de autoridad y mando a los que irán acompañadas funciones redistributivas. Entendiendo que en las sociedades célticas y de raíz indoeuropea, el acceso al poder y el prestigio se producirá a través de la demostración de la valía y el carisma personal, conforme a un ideal heroico y guerrero, conforme a un ideal de Areté (Torres Martínez 2005: 253 y 344 y Sánchez Moreno 2002).

Es el modelo de las que denominaremos “sociedades de jefaturas”. En las que el jefe es quien controla los bienes obtenidos mediante tributo o mediante botín de guerra, quien reparte después esos bienes entre sus hombres consolidando o incrementando la lealtad y el número de éstos, y quien de forma correlativa acumula un poder que implica prestigio social. Estos jefes para alcanzar su posición y mantenerla deberán ser merecedores de un reconocimiento, de una valía personal que estará cifrada principalmente en valores propios de sociedades guerreras: nobleza, valor, generosidad… debiendo al tiempo ser capaces de acrecentar la riqueza de sus seguidores con sistemáticas campañas guerreras o razzias. Siendo aquí donde hacen su aparición esas “bandas guerreras”, “bandas de saqueadores”, que tan insistentemente nos refieren las fuentes clásicas con respecto a la Hispania prerromana (Sánchez Moreno 2002 y 2005, y Salinas de Frías 2008).

Con la llegada de la romanización estas dinámicas guerreras, por definición inestables, encontrarán un árbitro de sus disputas. Pues será ahora Roma la que ejercerá de juez y parte desde su propia administración velando y actuando para que los procesos sociopolíticos indígenas, incluidas esas jefaturas y bandas guerreras, encuentren una solución favorable a los intereses de Roma. Estamos hablando del traslado de los asentamientos del monte al llano, de la fijación de unos impuestos y de quien los paga, pero sobre todo y en lo que más nos interesa, del reclutamiento de tropas auxiliares al servicio de Roma (Abascal 2009c y 2009b). Del establecimiento de “clientelas armadas” al servicio de los “jefes” y administradores romanos, así como de la vinculación personal de las élites guerreras indígenas a los mismos.

Dentro de estas élites ecuestres y guerreras, encontraremos como vehículos de su articulación interna tres instituciones fundamentales: El Hospitum, la Clientela y la Devotio. Mediante las dos últimas los “jefes guerreros” constituirán sus bandas armadas, sus “clientelas”, para las que parecerán ser no solo un vector fundamental de redistribución de riquezas, sino también líderes carismáticos y ejemplarizantes: el caso de Viriato sería aquí especialmente representativo (Pastor Muñoz 2001 y 2003, Salinas de Frías 2008 y Sánchez Moreno 2002) (fig. 3-1).

Figura 3-1: Representación idealizada de un jefe celta según grabado de Guizot de 1870. (Reproducido de Ruiz Zapatero 1993: 29).
Figura 3-1: Representación idealizada de un jefe celta según grabado de Guizot de 1870. (Reproducido de Ruiz Zapatero 1993: 29).

Es aquí donde las élites guerreras entrarán definitivamente en la nueva situación. El concepto mismo de “guerra” a partir de ese momento rebasará los límites de su mundo cultural, y los bienes y riquezas circularán ahora por unos canales vinculados también a la actividad guerrera, pero con destino final en Roma (González García 2007: 374-375). En la “jefatura superior” que es Roma y que terminará por personalizarse y sacralizarse con la llegada de Augusto y la Roma Imperial.

Por su parte los pactos de hospitium permitirán crear una comunidad de colaboración y alianza entre distintas familias, “clanes”, ciudades o populi. La necesidad de protección y defensa mutua, así como de seguridad en los desplazamientos, especialmente los de los pastores y sus rebaños, fundamentará estos pactos. El hospitium, pacto así de amistad y colaboración, se formalizará a través de las famosas téseras de hospitalidad y en cierta medida, se podrá decir que supondrá el establecimiento de alianzas basadas en la igualdad entre las partes (Peralta Labrador 2000: 142).

Esta igualdad entre partes no aparecerá en las antes mencionadas clientela y devotio, pues principalmente mediante la clientela, un individuo o una comunidad, se ponen bajo la protección de otro individuo o comunidad más poderosa. Los “jefes guerreros” aumentarán así su poder reuniendo alrededor suyo a la mayor cantidad de “clientes”, y estos reciben en contraprestación sustento y protección (Peralta Labrador 2000: 147 y 151). Esta filiación clientelar no es algo hereditario, si no personal y libre, pudiendo hacerse cada cual cliente de quien más la convenga y fundamentándose dicha adhesión en un altísimo concepto de la fidelidad-de la Fides-la cual habrá de ser recíproca entre el “jefe” y sus seguidores. Esta fidelidad o lealtad adquiere aquí un sentido espiritual. Entendiéndose como un compromiso y valor de la palabra dada en el que se va cifrar la valía personal y el propio respeto hacia uno mismo. La Fides como veremos, hará parte fundamental del mundo ideológico hispano celta.

El carácter guerrero de las sociedades hispano célticas favorecerá el desarrollo de esta institución y ayudará a fortalecer el culto los jefes, el desarrollo de los “caudillajes”. Dando también salida a los sectores más desfavorecidos de la sociedad que encontrarán en dichas “mesnadas guerreras”, un modo de vida. (Peralta Labrador 2000: 147).

Las clientelas podrán ser individuales o colectivas, afectando a individuos concretos pero también a ciudades, e incluso pueblos enteros. Siendo esto quizás lo que encontraremos entre los celtíberos y su federación de arévacos y belos, Numancia y Segeda, así como en la propia fuerza expansiva del mundo celtibérico (Peralta Labrador 2000: 151 y Burillo 1998 y 2006).

Por otra parte la devotio será un tipo extremo de clientela, una Fides en la que el compromiso es total y llega incluso a la entrega de la propia vida. Existiendo así unas “clientelas normales”, la mesnada de los jefes guerreros; y los “devoti”, la guardia personal de esos mismos señores de la guerra. Guardia personal que se hará matar antes que abandonar a su señor, y que se quitará la vida por su propia mano en el caso de que su señor muera en combate antes que ellos mismos (Peralta Labrador 2000: 153-159). Obviamente en el caso de los “devoti”, de los “consagrados”, ese jefe al que consagran sus vidas será algo más que un mero jefe guerrero, y de mano del propio rito y juramento de la devotio se convierte en el vehículo y canal de una vivencia espiritual (Peralta Labrador 2000: 159-162). Vivencia que basada en esa Fides propia de los sistemas de jefaturas, exacerbará una ética agonística y heroica que como veremos, será característica de la tradición guerrera hispano céltica. Generándose entonces a nuestro parecer, un marco en el que “la lealtad sin fisuras y hasta la muerte”, se convertirá en escenario de trascendencia personal. Es decir, en un escenario en el que esa entrega de la propia vida, supone una ruptura de nivel con respecto a una existencia puramente mundana, y una apertura del alma a un nivel espiritual superior. A un nivel de merecimiento y adquisición del derecho a una Vida más allá de la mera vida terrenal. El derecho a lo que llamaremos “Inmortalidad”. Pudiendo funcionar entonces la devotio como una experiencia profundamente espiritual, como una experiencia y conocimiento “trasfigurante” en función de la propia muerte.

La devotio supone así la formación en torno a los jefes militares de un círculo de fieles seguidores comprometidos en su seguridad personal hasta la muerte. Esto círculos funcionarán como “cofradías guerreras” y poseen correlatos en el ámbito mítico con un Rómulo que es el jefe latino de los Lupercos, Odín que es el “mentor” de los Berserk de la tradición escandinava, o Varuna que en la India es jefe de los Ghandarva. De la devotio podremos decir que es una institución conocida a través de las fuentes clásicas entre latinos, germanos, celtas e hispanos (González García 2007: 424). Lo que no son sino algunos de los pueblos principales de la tradición indoeuropea en Occidente.

La devotio será así esencialmente, una forma de clientela que llevará la ligazón entre el jefe y sus hombres hasta la muerte. La relación personal libremente asumida propia de la clientela, se transforma aquí en una entrega total la cual por otra parte, solo podrá tener sentido entonces desde una dimensión espiritual que inherente al propio rito de la devotio, avala y justifica dicha adhesión hasta la muerte. La devotio conllevará en este sentido una verdadera sublimación religiosa de la fidelidad al jefe (Peralta Labrador 2000: 159). La Fides parecerá convertirse de este modo, en una vía para la Trascendencia, en un camino para la superación de la propia muerte, de la propia condición mortal.

Obviamente la existencia de la devotio estará necesariamente asociada a las sociedades de jefaturas, y de alguna manera sería la institución que coronaría ese mismo sistema. Sistema vertebrado a través del concepto de Fides y en el que a partir de un determinado punto, dicha lealtad, se situará más allá del mero interés económico que pudiera derivarse de la simple clientela. Respondiendo entonces a un rico trasfondo espiritual que hace de la devotio, una pista fundamental para comprender el sistema de creencias del mundo hispano céltico.

En la Celtiberia el caso de Retogenes y su sequito será el más sintomático de la devotio, si bien podrá ser rastreado en otros muchos casos de la Historia de la Hispania prerromana: Indibil, Viriato o el propio Sertorio (Peralta Labrador 2000: 154-156). Tenemos así y en cualquier caso que las instituciones de la clientela y la devotio, serán fundamentales para comprender el funcionamiento y formación de bandas armadas unidas hasta la muerte a sus jefes, y entregadas a campañas cíclicas de razzia y saqueo. Del mismo modo unido a esa dimensión espiritual inherente a la devotio, podremos encontrar rituales asociados a divinidades guerreras y de tránsito al Más allá, garantes del pacto de fidelidad extrema de los “devoti”, así como dispensadores de lo que llamaremos el “Furor”. Esto es, la magia guerrera que aterroriza y paraliza al enemigo, otorgando al “iniciado” una ferocidad, empuje y arrojo sobrehumanos. Ferocidad y arrojo propios de una clase especial de guerreros. Los guerreros “consagrados”, verdadera élite de las bandas armadas (Peralta Labrador 2000: 153- 162 y 164-166).

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