Soldados Hispanos en los ejércitos del Imperio Romano
Nuestro trabajo de tesis doctoral, nos permitió en su momento elaborar un cronograma de la conquista romana de Hispania. Doscientos años de guerras, batallas, asedios y heroísmo cuyo epílogo y tras las Guerras Cántabras, no será sino el reclutamiento de soldados hispanos en los ejércitos de Roma.
Hemos adaptado dicho cronograma al ámbito editorial para su publicación y de dicha adaptación, extraemos precisamente el fragmento sobre los reclutas hispanos en las legiones de Roma.
Introducción
Tras el fin de las guerras cántabras en el 19 a.C. y consumada la dura y larguísima conquista romana de Hispania (casi doscientos años) es inevitable plantearse qué pasó con las sociedades de jefaturas de tradición guerrera que constituyeron la médula sociopolítica y cultural de la antigua Hispania. Con su sistema de clientelas, devotio, lealtades personales y vocación heroica. Fratrías guerreras y ritos de iniciación. ¿En qué se transformaron, como se incorporaron a la romanidad, o si su destino final fue desaparecer? Acudimos aquí a Estrabón que nos dice que los habitantes del tercio norte Peninsular “en lugar de saquear las tierras de los aliados del pueblo romano, ahora hacen la guerra al servicio de los propios romanos” (III, 3, 8). Y ésta, en gran medida, podremos decir que podría ser la respuesta a la cuestión que ahora nos estamos planteando…
En este sentido sabemos que Roma conforme avance en la conquista de Hispania, reclutará como auxiliares de las unidades legionarias, a contingentes guerreros procedentes de las mismas áreas que van incorporando a su área de administración. Y si bien es difícil de evaluar exactamente qué proporción de indígenas pasan a integrarse en las estructuras de los ejércitos de Roma, sí parece claro que una de las condiciones impuestas en la llamada pax romana, será precisamente la exigencia de levas destinadas al reclutamiento de unidades auxiliares para las legiones. Así conocemos unidades de auxilia que pertrechados con su propio armamento y atavío, luchan del lado de Roma durante las campañas de ésta en la Península, y más aún tras las Guerras Cántabras y ya en diversos lugares del Imperio (Roldan Hervás 1997a y 1974 y Abascal 2009b y 2009c). El nombre que se asignará a dichas unidades, nos indica el lugar de origen de las mismas. Tendremos así unidades de cántabros, astures, vettones, várdulos o arévacos (Abascal 2009c: 304-310) distribuidas a lo largo y ancho del Imperio Romano. Por desgracia la gran movilidad que definirá este tipo de unidades, hace muy difícil conocer hoy día en profundidad sus diversas trayectorias.
Del mismo modo tenemos noticia de como el propio Augusto, formará su guardia de corps con guerreros celtíberos, en concreto con guerreros procedentes de Calagurris (Suetonio, Aug, 49). Ciudad perteneciente a la etnia de los berones, pueblo celtibérico famoso por su resistencia “numantina” precisamente en Calagurris, frente a los ejércitos pompeyanos y durante las Guerras Sertorianas.
Podrá decirse en este sentido que la tradición guerrera del mundo hispano céltico, no desaparecerá con la llegada de Roma. Antes bien se integrará gradualmente en sus ejércitos, siendo el reclutamiento en las legiones de Roma la salida más natural que frente a la romanización, encuentran esas gentes que han vivido imbuidas por el universo de las fratrías guerreras, las clientelas y las correspondientes jefaturas. Que duda cabe que a partir de Augusto y según fue afianzando su presencia en las legiones, las unidades de auxiliares hispanos irán pareciéndose cada vez menos al modelo étnico del que procedían, y se irán asimilando cada vez más al modelo del ejército regular romano (García Quintela 1999: 294-295). Este proceso podremos considerarlo como la integración y asimilación definitiva del modo de vida de las “mannerbünde hispanas”, en el mundo de las legiones de Roma.
El modo de vida de los guerreros de procedencia hispana, traslada así su escenario a las legiones romanas y la ética heroica y sus correspondientes estereotipos simbólicos del mundo hispano céltico, se verán ahora enmarcados y condicionados por la instrucción y la vida en campaña de las legiones. Es en este nuevo escenario en el que habrá que plantearse hasta qué punto la ideología guerrera de la antigua Hispania prerromana, podría haberse mutado o evolucionado de mano de la romanización, a un nuevo nivel de mayor amplitud política.
Planteamos pues el tránsito de un modelo heredero de la Edad del Hierro: el modelo “bárbaro” de sociedades de jefaturas, clientelas y simbolismo heroico; al modelo “romano” propio de una sociedad estatal y urbana, un modelo militar, ciudadano y de culto imperial. El destino final del “guerrero celtibérico”, es así transformarse en legionario de Roma, y en los amplios márgenes del mundo romano, encontrar nuevos escenarios en los que continuar viviendo en la tradición guerrera de sus antepasados (lám. I).
Hispanos en las legiones Romanas:
Desde las lejanas guerras del Peloponeso, los hispanos habrían ejercido la labor de guerreros a sueldo y aliados de considerable importancia, a lo largo de casi todas las guerras del mediterráneo antiguo. Durante las Guerras Púnicas fueron fuente inagotable de unidades auxiliares, tanto para cartagineses como para romanos, y en el caso púnico llegaron a ser pieza fundamental de la estructura de sus ejércitos (Quesada Sanz 2009b y Peralta Labrador 2009b).
Este carácter mercenario y auxiliar de los guerreros hispanos, cambiará a partir de Augusto. El ejército romano se convierte en un factor de romanización para las provincias y ya sea como ciudadanos o ya sea como peregrini encontramos que los indígenas hispanos pasarán a formar parte de las unidades regulares del ejército romano. Especialmente llamativo es el caso de las llamadas “unidades auxiliares permanentes”, que se crean en este momento y que se convertirán en el principal vehículo de alistamiento en las provincias (Roldan Hervás 1997a, Abascal 2009c, Morillo 2009 y Gárate Córdoba 1981: 105-117). Lo que permitirá a los antiguos contrincantes de los ejércitos romanos, continuar su “modus vivendi”, pasando a formar parte de las legiones.
Estas unidades permanentes de auxiliares se formarán con grupos étnicos homogéneos, y durante mucho tiempo los hispanos serán los principales proveedores de este tipo de fuerza a los ejércitos de Roma. Siendo el fenómeno del alistamiento de reclutas hispanos en las legiones, un fenómeno acaecido fundamentalmente desde Augusto y hasta las postrimerías del Alto Imperio, en tiempos de Septimio Severo y Caracalla. Su punto de máxima intensidad se alcanzará entre finales del siglo I y primera mitad del II, para posteriormente ir decreciendo el fenómeno del reclutamiento en provincias y a partir del 250 d.C. prácticamente desaparecer (Roldan Hervás 1997b y 1997c, García y Bellido 1998: 159-177, Abascal 2009c: 301-303 y 2009b: 289-295 y García Quintela 1999: 292). En las legiones romanas de esta época los reclutas no provendrían de los territorios del Imperio, sino de allende de sus fronteras. Principalmente de Germania.
Aproximándonos un poco más al detalle de los reclutamientos en Hispania, podemos comprobar cómo las zonas más tardíamente incorporadas a Roma, y las que se opusieron mediante enfrentamientos bélicos a su penetración, serán precisamente las que proporcionarán la mayor parte de estos contingentes de unidades auxiliares permanentes. Encontrándonos así y principalmente con unidades de celtíberos, arévacos, vacceos, lusitanos, vettones, cántabros, astures, galaicos y vascones. Estas unidades, a diferencia de lo ocurrido hasta Augusto, al pasar a formar parte de las estructuras del ejército romano, perderán su atuendo y armamento propio. Debiendo organizarse de acuerdo a las costumbres romanas, y vestir y armarse como legionarios romanos, en contingentes estimados entre 500 y 1000 combatientes (Roldan Hervás 1997a, Abascal 2009c y Gárate Córdoba 1981: 105-117).
Los datos que poseemos con respecto a este tipo de unidades reclutadas en Hispania durante el Alto Imperio, si bien no son numerosos si son bastante significativos. Así podremos decir que a partir de Augusto encontraremos soldados hispanos por todo el Imperio: en África, en Britania, en las fronteras del Rhin y el Danubio, en Oriente Próximo o Egipto (fig. 1).
Las unidades de auxiliares permanentes, como ya hemos explicado, se armarán y organizarán según el sistema táctico romano, siendo así su propia labor en los ejércitos de Roma, un vehículo para la expansión de la “romanitas” en áreas débilmente romanizadas como pudiera ser Cantabria, o diversas regiones del interior de la Lusitania y la Celtiberia. Es así que encontramos cohortes de cantabrorum-una de ellas situada en Judea desde la segunda mitad del siglo I-o alas asturum al otro lado del Imperio Romano, junto al muro de Adriano. Pudiendo recogerse testimonios seguros de 80 unidades de hispanos en los ejércitos de Roma, unidades de asturum, arevacorum, gallaecorum, ausetanorum, vettonum, celtiberorum, o vasconum. (Abascal 2009c: 304-312 y Roldan Hervás 1974).
Es muy difícil saber el numero general de hispanos incluidos en estas unidades, pues no nos han llegado todas las unidades que hubo, y con el paso de los años la composición de las mismas podía variar, pues las bajas se suplían normalmente, con reclutas de la misma zona en la que estuviesen acampadas, ya sea Britania, Germania o África. Si bien es verdad que en todo cado podremos estimar un número muy alto de reclutas hispanos, aunque solo sea por las cerca de 80 unidades de procedencia hispana constatadas (Roldan Hervás 1974 y 1997a y Gárate Córdoba 1981: 395-396).
Será también interesante reseñar como el ejército romano hasta César, es fundamentalmente un ejército itálico y romano, con puntuales unidades de auxiliares de otros territorios. Siendo realmente a partir de César, que se convierte en un verdadero ejército Imperial, con legionarios provenientes de todas las provincias, heterogéneos y diversos, y al tiempo participes de un mismo concepto de romanidad universal simbolizada en la figura del César.
Llegado el Bajo Imperio y como ya hemos señalado, el ejército perderá su carácter provincial, su formación a partir de contingentes provenientes de las provincias. Esto no será sino un debilitamiento de la vocación integradora del cuerpo diverso del Imperio, a través de las legiones. Lo que no sería a nuestro parecer, sino un debilitamiento de la “ideología del Imperio”, en el sentido del valor superior y espiritual que se asigna a la institución imperial, como integradora desde la romanidad, de un vasto conjunto de pueblos y tradiciones. El ejército romano se convertirá así a partir de este punto, en una suerte de ejército “bárbaro”, fundamentalmente germano, a las órdenes de Roma. Lo que no será a nuestro entender, sino una de las señales del principio del fin del Imperio, cuyos verdaderos miembros no participarán ahora de ese culto al Emperador en clave guerrera que tenían las legiones y que habría sido, según nuestro punto de vista, uno de los vectores de la solidez del Alto Imperio.
Dicho esto en gran medida como apreciación personal.
Esta “hispanización” del ejercito romano, terminará de consolidarse llegados los Flavios, que crearán numerosas cohortes de hispanos a lo largo de todo el territorio Peninsular, muchas de ellas referidas a grupos étnicos o a conventos jurídicos, caso de celtiberorum o de bracaraugustanos, y muchas de ellas referidas de nuevo al genérico Hispania e Hispanorum. Este mismo proceso continuará con Trajano y Adriano, que llevando el Imperio a la cima de su poder militar, harán de Hispania una de las fuentes principales de efectivos para las legiones. Siendo en tiempos de Trajano que conquistándose la Dacia, en la actual Rumania, y habiendo nacido el propio Trajano en el solar de Hispania, se dará una especial presencia de hispanos en los ejércitos romanos. Lo mismo podrá decirse de los tiempos de Adriano, y de cuando se levante su muro homónimo al norte de Britania y frente a los llamados Pictos de Caledonia-actual Escocia-donde serán enviadas cohortes de Hispanorum, asturum, bracorum, vardulorum, o un ala de Hispanorum Vettonum a los que se situará cerca del actual Bath, en Gales (Gárate Córdoba 1981: 105-117 y Roldan Hervás 1974). Debiendo señalarse la presencia en Britania de una Legión VIII Hispana que en la rebelión del 119 d.C. será aniquilada por completo. (García y Bellido 1998: 168).Cabrá mencionar en este sentido cómo, cuando Vespasiano desmovilice las guarniciones romanas en Hispania, aumentará en principio el reclutamiento, que ahora ya no se circunscribirá al norte, oeste e interior Peninsular, y se extenderá a todo el territorio hispánico, incluida la Bética. Siendo durante estos años cuando la presencia de hispanos en el ejército de Roma alcance su máxima expansión, recogiéndose casos de alae Hispanorum, a modo de genérico para toda Hispania, y unidades con referencia no ya étnica, sino urbana y relativa a la ciudad de donde proceden los reclutas. Son los casos de unidades de Segisamo, Bracara o Toletum (Roldan Hervás 1997a y 1997b y 1974). Cabe resaltar también cómo legiones legendarias como la I Auditrix, VI Victrix o X Gemina, que defendieron durante años la línea del Rhin, cubrirán sus bajas fundamentalmente con reclutas hispanos (lám. 2). Siendo destacada por Tácito (Hist. IV, 33, 3) la acción de las cohortes vasconum en las luchas del Rhin, contra la rebelión de Civilis (Roldan Hervás 1997c y 1974).
No podemos cerrar este apartado sin comentar a la Legión VII Gemina, reclutada íntegramente en Hispania por Galba para oponerse a Nerón, y que luchará hasta la extenuación cubriéndose de gloria en la batalla de Cremona, contra Vetilio y por la supremacía de Vespasiano (García y Bellido 1998: 161-162 y 172 y Abascal 2009a: 284-285 y 1986). Siendo aquí donde perderá hasta la mitad de sus efectivos, debiendo suplir las bajas con restos de otras legiones y ganándose desde entonces, el apelativo de Gemina. Después será enviada a la frontera con Germania desde donde una vez terminadas las campañas en el alto Rhin, se afincará definitivamente en el norte de Hispania y en el año 75 d.C. Exactamente donde ahora se levanta la ciudad de León. (García y Bellido 1998: 171-177). Esta Legión VII Gemina, durante el mandato de Marco Aurelio, será la que baje desde su asentamiento en el norte Peninsular hasta la Bética, para hacer frente a la invasión que desde Mauritania amenazaba los territorios del sur Peninsular[1] (García y Bellido 1998: 170-171 y 186-196).
Tras Marco Aurelio podrá decirse que comenzará el lento declive del Imperio Romano, dándose ya a partir de ese momento una progresiva germanización de los ejércitos de Roma. Consideramos que en este proceso podría estar dándose una relajación entre los propios ciudadanos del Imperio, de las funciones guerreras asociadas al culto al Emperador y la “mística” del Imperium. Entrábamos así en el Bajo Imperio y con él, la presencia de guerreros hispanos irá también desapareciendo progresivamente de los ejércitos de Roma. La Hispania guerrera de la Antigüedad, presente desde las guerras entre griegos y cartagineses en Sicilia y en el 480 a.C. (Quesada Sanz 2009b: 166, se diluía tras siglos de “servicio” culminados con su integración en el “modelo imperial” que generó el mundo romano. A partir de la segunda mitad del siglo III d.C. y al igual que el resto del Imperio, comenzaba una lenta decadencia que culminaría con las invasiones bárbaras y la correspondiente caída de Roma[2].
[1] Llegado este momento histórico, habrá que entender que los pueblos de Hispania, aún cuando algunos de ellos pudieran mantener su identidad prerromana (entendemos así a cántabros o vascones) todos ellos en mayor o menor grado, estarían integrados en cualquier caso en la “romanidad”. En la “Roma Imperial” cuyas legiones se formarán con romanos de todas las provincias, de distinta procedencia (Galia, Hispania, Dacia o la propia Roma) pero unidos todos en un ente superior que es el Imperio. Imperio al que se otorga una dimensión religiosa y sagrada y no simplemente política, y en el que por decirlo así, pueden aceptarse y “federarse” todos los cultos siempre y cuando éstos, no pretendan suplantar el valor superior de la institución imperial. Esta unidad en la diversidad y diversidad en la unidad a partir de una institución política a la par que religiosa, y en cuyo seno pueden tener ciudadanía romana tanto un itálico como un hispano, será fundamental para entender qué cosa fue Roma y la romanitas.
[2] Con la caída de Roma, concluiría un ciclo histórico completo que marca definitivamente la identidad de la Europa tradicional. La Cristiandad medieval sucede a Roma como fase histórica de nuestra civilización y en dicho Medievo europeo, los andamiajes políticos creados por Roma en torno a la idea de Imperium, seguirán presentes con renovadas formas surgidas ahora en gran medida de la tradición cristiana. Es así que podría decirse que la épica de Homero y la filosofía griega (con Platón y Aristóteles a la cabeza), junto al ideal romano del Imperium prefigurado ya por César, más la cultura guerrera que traen los pueblos bárbaros y todo ello, en maridaje con la tradición cristiana y desde la propia cosmovisión de dicha tradición, terminará por dar forma a los fundamentos de la Europa tradicional pre moderna.
Más adelante el Renacimiento, la Reforma Protestante, la Ilustración, el Romanticismo y las revoluciones contra el Antiguo Régimen (con Francia como paradigma revolucionario), darán lugar a toda una nueva fase histórica en la cual se decantará la Europa moderna propiamente dicha. Nuestro tiempo histórico no será sino fruto de dicha Modernidad y entender todo esto proceso en sus dos grandes fases históricas, creemos es esencial para entender la claves de nuestra civilización.