El romance del conde Arnaldos
Magia y Épica en la literatura medieval: El romance del conde Arnaldos
El Romancero es uno de los grandes tesoros de la cultura española y de la Hispanidad. Una maravilla de poesía popular, mayormente de carácter épico, hecha para ser cantada y acompañada por música, que a lo largo de la Baja Edad Media se fue decantando en las letras españolas posiblemente, a partir de fragmentos de antiguos Cantares de Gesta alto medievales, hoy día ya perdidos. También de episodios desarrollados por los juglares a partir de personajes, historias o situaciones, que en origen se remitían a ciclos narrativos de mayor alcance, pero que el juglar adaptaba a su público buscando mayor conexión o complicidad con las querencias e imaginario de éste.
El mundo del Romancero nos señala así tanto a los horizontes épicos de una gran narrativa, en la que los capítulos más memorables de ésta eran readaptados y acotados a la formula más inmediata y directa del Romance; como al gusto por temáticas que se encuadrarán en los marcos y contextos de la épica del romance, pero que remitirán hacia un imaginario de carácter más popular. Siendo entonces que tendremos romances sobre el rey don Rodrigo y la “pérdida de España”, o sobre la “venganza de sangre” y los siete infantes de Lara; pero también romances sobre amoríos mal logrados y penas de amor, o sobre temas mitológicos y legendarios e incluso religiosos.
En este sentido, el Romancero es un fresco fascinante en el que encontrarnos con la mentalidad medieval española y europea; con su sensibilidad lírica, sus horizontes éticos y espirituales, su imaginario épico y por ende identitario, su sensibilidad amorosa… Una verdadera ventana a la “concepción del Mundo” de las gentes de la España medieval, que a través del Romancero viejo, nos estarán dejando para la posteridad no sólo belleza literaria, sino también el alma misma de su tiempo.
Es en este orden de cosas que subrayaremos en este artículo, las pistas que de lo feérico y el correspondiente pensar mágico del Mundo, podemos encontrar en el Romancero viejo. Pistas de una visión “encantada” de la naturaleza y la existencia que de hondas raíces paganas, nos remite al fondo céltico e indoeuropeo de la más antigua tradición literaria española.
***
El romance del conde Arnaldos es con diferencia el romance castellano que más claramente nos acercará a esa sensibilidad, imaginario y pensar mágico y feérico del Mundo, que de lejanos ecos célticos y paganos, puede recogerse en el Romancero Viejo.
Ya lo hemos podido señalar así al hablar de este mismo romance en un artículo anterior (“Del cantar de Mio Cid a las leyendas de Bequer”), donde haciendo referencia al libro de Almagro-Gorbea Literatura hispana prerromana (2013), hemos indicado que el romance del conde Arnaldos estaría recogiendo la tradición de los Ímmarama irlandeses, que son sino los encuentros con el Sidhe y el viaje a ese “otro lado” o “reino escondido” al que el Sidhe céltico nos remite. Fijémonos entonces que el romance comienza proclamando “¡Quien hubiese tal ventura como hubo el conde Arnaldos la mañana de san Juan!”. Es decir, la idea de un encuentro venturoso e improbable, que el narrador desea también para sí, y que como suele ocurrir en estos casos, ocurre en una fecha muy concreta de gran significación simbólica y espiritual: la mañana siguiente a la noche de san Juan. El conde Arnaldos sale con su halcón a cazar y del mar ve venir una galera, y llegando ésta a la costa todo parece parar y quedar embelesado con el cantar que el marinero que la conduce entona. La atmosfera entera, naturaleza y animales, queda todo hechizado por lo que canta el misterioso marinero: la mar ponía en calma, los vientos amainaba, los peces subían a la superficie a escuchar, las aves paraban su vuelo y se posaban en el mástil, el conde Arnaldos no puede sino caer también bajo el influjo embelesador del canto que escucha y exclama con desesperación: «Por tu vida el marinero, dígasme ora ese cantar«, a lo que éste responde como si de un acertijo se tratará: «Yo no digo mi canción, sino a quien conmigo va«… Como llegado del “otro lado de las aguas del mar”, que recordemos es símbolo de paso al Sidhe o “reino escondido”, llega el misterioso marinero entonando un cantar que paraliza la escena con una belleza que embelesa y sobrecoge. La atmosfera queda prendada como de lo numinoso y el mar, las olas, los vientos, todo, paran “para escuchar”. El protagonista queda tan prendado que con angustia pide por favor que se le revele ese canto. Como si con éste se revelará un secreto de bienaventuranza y bendición del alma; pero dicho canto no es para todos: “Solo digo (revelo) mi canción (mi secreto), a quien conmigo va”. El secreto del Sidhe, del “reino escondido”, del “mundo mágico” que parece ocasionalmente abrirse a nuestro plano, se muestra eventualmente al caminante desprevenido que es el conde Arnaldos, para dejarlo hechizado y sin respuesta… El misterio de la belleza del Mundo, y acaso el descubrimiento del carácter encantado de éste, y por ende de nosotros mismos, simbolizado en imaginarios feéricos de ecos paganos, llegados hasta nosotros en la belleza poética del Romancero. Para invitarnos a repensar el misterio y secreto de las cosas más allá de su comprensión física, química, biológica, material… Como si las cosas pudieran tener un sentido superior más allá de toda limitación naturalista si bien dicha comprensión profunda no es para todos, y requiere quizás de algo más… Requiere de “Gnosis”, requiere de “Iniciación”. Pues tal como “el marinero” del romance nos advierte, éste sólo dice su canción: “a quien conmigo va”. La idea así no sólo del encuentro inesperado y afortunado con el “reino escondido”, sino también de la fenomenología que lo acompaña; de ese “pararse” todas las cosas y escuchar o contemplar la belleza que acompaña a las manifestaciones del Sidhe subyugando con su hermosura. Y también la “puerta cerrada”, el pudes ver pero no ir más allá, el “secreto” que si no conoces, no te permite “cruzar al otro lado”. Pues te falta la “Iniciación”. Pues el “reino escondido” y por el momento, no es para ti…
¡Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar
como hubo el infante Arnaldos
la mañana de San Juan!
Andando a buscar la caza
para su falcón cebar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar;
las velas trae de sedas,
la ejarcia de oro torzal,
áncoras tiene de plata,
tablas de fino coral.
Marinero que la guía
diciendo viene un cantar,
que la mar ponía en calma,
los vientos hace amainar;
los peces que andan al hondo,
arriba los hace andar;
las aves que van volando,
al mástil vinen posar.
Allí habló el infante Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
-Por tu vida el marinero,
dígasme ora ese cantar.
Respondióle el marinero,
tal respuesta le fue a dar:
-Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va.