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Roma y los Bárbaros: Metafísica del Imperio

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Roma y lo Bárbaros: Metafísica del Imperio

Nuestra tesis doctoral pretendió conocer el alma misma de la Hispania céltica a través de su tradición guerrera. Tanto a nivel de organización sociopolítica y económica, como a nivel de principios, valores y creencias. La tesis doctoral la hemos adaptado al ámbito de editorial para poder publicarla y de dicha adaptación extraemos este fragmento que aquí os presentamos.

 

En él mismo plateamos la posibilidad de encontrar en la tradición guerrera de la Hispania céltica, una afinidad de fondo entre lo que fue su cultura de jefaturas, y lo que sería en el ámbito de Roma, la ideología del Imperium y el culto al Emperador. Afinidad de fondo que podría ayudarnos a comprender con mayor calado, los procesos de romanización de los llamados pueblos “bárbaros”.

Consideramos importante plantear cual sería la estructura ideológica que sostiene y fundamenta el modelo cultural y de civilización de un Imperio. Planteando no la acepción del modelo imperialista colonial, sino la idea de un imperio civilizador que genera una integración de distintos pueblos en su seno en un proyecto sociopolítico que trasciende y rebasa a éstos. Siguiendo aquí las propuestas e interpretación de Gustavo Bueno (1999).

En este sentido, más allá de una concepción puramente económica de la cuestión, lo que realmente distinguiría a un Imperio no sería tanto una estructura de poder capaz de someter y explotar pueblos y territorios; sino el hecho de que el Imperio no es sólo un estado o un territorio sino también y principalmente, una idea. Una idea de vocación integradora, de ordenación común de pueblos y hombres diversos, conforme a un principio superior civilizador.

Esta construcción del Imperio como orden político supranacional “bendecido” de un ideal superior por lo general de naturaleza espiritual (“bendecido de los Dioses”), parte en el caso concreto de Roma y en primer lugar, del Imperio como la facultad del Imperator. Y con esto queremos decir la jefatura militar o más aún, la “jefatura militar suprema” (Bueno 1999: 183-187).

Es decir, cuando el Imperator comience a ser el instrumento y la representación de la soberanía y su figura sea concebida como la suprema dignidad, entonces alcanzará la categoría de Princeps, es decir primero tanto en poder efectivo como en honor (Bueno 1999: 186). El ejercicio del poder adquiere de este modo un matiz más complejo, más que meramente militar o guerrero, y se convierte en representación y símbolo de “algo más”. Este planteamiento que se inicia con César (Dión Casio XLIII, 44), tendrá su continuidad cuando Virgilio defina la misión de Augusto (Eneida, VI, 851) y diga: “Tu regere imperio populos, Romane memento”. Por tanto, la facultad del Imperio (emanada en este caso de Roma), encarnada en un “Príncipe” llamado a regir distintos pueblos (Bueno 1999: 186-187).  Hay que resaltar aquí que en Roma, a los jefes se les consideraba dotados de una virtud mágica cuyos efectos prácticos, se traducían en la obtención de la victoria. Poseían así derecho a tomar auspicios, y en el campo de batalla eran intérpretes de la voluntad divina. Su victoria en este sentido era prueba del favor divino, y justificaba que las tropas aclamaran al jefe como Imperator   (Roldán Hervás 1997b: 281). Esta “mística” romana alrededor de la jefatura, como vamos a poder ver, será importantísima para lo que queremos plantear en este apartado.

Del mismo modo la capacidad militar del Imperator y su dignidad de Princeps, (clave en la ideología del Imperio), tiene su correlato subsiguiente en la idea de un espacio sobre el cual se ha de ejercer la acción de ese Imperio. O dicho de otra manera, el ámbito sobre el cual ese poder militar se puede hacer efectivo y por ende, esa dignidad superior también puede ser expresada. Siendo entonces que para una diversidad de pueblos, esa dignidad se constituye como centro superior de poder, y dichos pueblos se convierten en vasallos, en tributarios, en subordinados al Imperio o incluso en “leales” al Imperio. En nuestro caso hablamos de Roma, que llegadas las postrimerías de la República, con César primero, y sobre todo ya con Augusto, se configurará como un poder pero también como una idea transnacional, que vehiculizada por Roma, se expresaría en su Emperador y en el culto imperial.

Nos encontramos llegado este punto, con la propuesta que queremos tratar en este apartado; que la idea de Imperio en su sentido más eminente, es una idea con capacidad de sugestión, evocación y aceptación por los pueblos prerromanos Peninsulares y conforme a su ideología guerrera: El Imperio Romano no es ya un simple estado depredador que se impone por la fuerza de las armas, sino que es expresión de una dignidad superior que los nuevos pueblos integrados en su seno, reconocen como tal. Dicha dignidad superior se plasmaría precisamente en la figura de una jefatura militar suprema, en la figura del Emperador. El Emperador, no solo deviene así en Princeps-primero en dignidad y honor-sino que además, y en virtud de dicha dignidad superior, se convierte también en Pontifex, en el “hacedor de puentes”, en quien une lo Sobrenatural y lo Natural. El Emperador como si fuera un “sumo sacerdote”, un “representante de Dios en la Tierra” (Bueno 1999: 201). La posesión del título de Imperator por el “príncipe”-el “primero” de Roma, su “conductor” y su “guía”-a partir de César y Augusto, conferirá así un prestigio particular: si no el de una divinidad, sí al menos el de una “predestinación” a ser dios. El reconocimiento en él de una naturaleza divina o sobrehumana, que se afirmaba en el curso de su gobierno si no dejaba degenerar su poder en tiranía, y que merecía entonces llegada la muerte, los honores de la apoteosis. Situándosele entre el número de las divinidades reconocidas por la religión oficial (Grimal 2000: 12).

En la base de estos procesos sociopolíticos que alumbran la institución imperial y ponen fin a la República, parecerá permanecer en todo caso el trasfondo de un aura mística en torno a la jefatura, por la cual el príncipe habría sido puesto en el poder por Júpiter. Y esto conforme a una concepción sacra de la Auctoritas que se remontaría a la Roma arcaica e incluso a los etruscos (Grimal 2000: 11).  En esta línea parece expresarse el romano Servio (Aeneid. III, 268) cuando dice: “Fue costumbre de nuestros antepasados que el rey fuera simultáneamente pontífice y sacerdote”, e ideas parecidas se estarían dando en el mundo helénico donde desde tiempos de Homero, la tradición repetía que los reyes eran “hijos de Zeus” (Grimal 2000: 12). Incluso quizás estas mismas ideas podrían encontrarse en la antigua tradición céltico-galesa del Mabinogion  y en torno al “rey” o el “jefe”, como “puente” o intermediario con lo sobrenatural (Cirlot 1988).

Desde esta perspectiva, el orden político y jurídico            que enmarca la idea de imperio, estará determinada no solo por factores materiales o por la posesión y administración de un vasto territorio, sino fundamentalmente por una idea. Idea de orden espiritual que convierte al Imperator en Princeps y a éste, en Pontifex. Todo ello a partir de un concepto de la Auctoritas que termina por unificar poder militar, político y religioso, y cuya supremacía justifica su preeminencia legítima sobre pueblos y territorios.

Así un Imperio no es un reino que se impone a otros reinos y los explota. Es por el contrario un centro y eje que integra y ordena diferentes reinos, manteniendo las élites correspondientes, pero conforme a una integración y lealtad común a un mismo símbolo e institución. Institución que encarna la Trascendencia y cuyo símbolo sería la “corona” imperial. Lo esencial en el Emperador está en que su poder se fundamenta en que encarna un principio espiritual que va más allá de la pura posesión de territorios. Va más allá de lo puramente contingente y está llamado a ser símbolo de la verdadera autoridad, y por ende, “puente” entre “el Otro mundo” y nuestro mundo: Imperator y Pontifex. Siendo entonces objeto de una Fides e inspiración para una Areté, que  a  nuestro parecer, no será demasiado distinta a la que en origen podemos encontrar en las sociedades de jefaturas de la Edad del Hierro que hemos descrito anteriormente. Sociedades que se integrarán ahora de mano del imperio romano, en una institución sociopolítica de mucho mayor alcance y calado.

La figura del Emperador se configura así como soberano de príncipes y reyes, de caudillos y líderes locales, que reina sobre reyes y no sobre territorios, y al que los reyes rinden obediencia y lealtad como representante de un principio espiritual que trasciende las comunidades cuya dirección asume. Lo hemos visto en la anterior cita de Virgilio (Eneida, VI, 851), y estaría presente como culminación de un proceso de disociación entre el Rex Romanorum, y el Imperator totius Orbis (Bueno 1999: 226).

Vemos de este modo cómo el poder del Emperador y la ideología del Imperio, se manifiestan como un “orden bendecido de los Dioses” en cuya cúspide se aúnan el pontífice, el príncipe y general victorioso. Siendo ésta, una idea que de alguna manera no terminaría de ser ajena al culto a las jefaturas que se practicaba en el mundo hispano céltico, no terminaría de ser ajena al mannerbündprinzip de la “sociedades de jefaturas” de la Hispania céltica, con lo que cómo venimos indicando, podrían entonces amoldarse al proyecto imperial romano sin sufrir una verdadera desnaturalización.

Debemos entender así que el Imperio tiene un fundamento que no se remite a un simple poder material, sino que más aún apunta a un sistema de lealtades y clientelas en torno a un mismo “eje” unificador y vertebrador. Eje que tiene en la figura del Emperador su más alta plasmación, Emperador al cual se rendirá lealtad como representación de un orden querido por los Dioses, símbolo en la Tierra de una realidad Superior y Trascendente, capaz de traer la Pax a los Hombres: “Todo el género humano fue reunido en una paz universal y verdadera” (Floro, Epítome, II, 34). Entramos ya aquí en la sugestiva idea del Dominus mundi, “señor de la Paz y la Justicia”. El Imperio y el Emperador entonces, no como un poder arbitrario y depredador, sino como un poder llamado a regir a los pueblos del Mundo para mantenerlos en equilibrio, convivencia y paz[1]. La institución del Emperador como autoridad que ya no “impera” formalmente en cuanto rey de un estado, sino en cuanta autoridad orientada al “co-orden” de todos los estados incluidos en su propio espacio (Bueno 1999: 187-188 y 207). Roma se presenta de este modo como un Imperio que se eleva por encima de reyes y el interés particular de éstos, y recibiéndolos en su Fides, los protege. Suetonio de modo revelador nos habla así de “reyes clientes” del Imperio (Grimal 2000: 17).

En este sentido no debemos dejar de mencionar cómo el Emperador, unificará poder político, militar y religioso, y que a él le corresponderán los ritos sagrados que como “sumo pontífice”, renuevan y aseguran las armonía de los Hombres con los Dioses. Idea que como ya hemos indicado anteriormente, se daría también en las jefaturas guerreras hispano célticas. El Emperador se convierte así en el eje que en la cima de la cúspide social, renueva y asegura la armonía entre “el Cielo y la Tierra”. Siendo aquí que cobra especial sentido ese “misterio iniciático” en torno a la realeza sagrada-adytum et initia regis-considerado inaccesible al común de los mortales (Varrón, De lingua latina V, 8). De hecho en este pasaje de Varrón, se nos habla de diferentes grados del conocimiento, y de la existencia de unos saberes superiores que solo puede alcanzar el “rey”. En la misma línea entendemos que deberá situarse la virtud taumatúrgica de los Emperadores recogida por ejemplo sobre Vespasiano (Tácito, Hist. IV, 81 y Suetonio, Vespas. VII), así como la investidura divina recibida por Trajano (Hidalgo de la Vega 1995: 123).

De acuerdo a este planteamiento la palabras del propio César son clarificadoras: “(en mi estirpe está) el signo sagrado de los reyes que sobresale de entre los Hombres, y la veneración de los Dioses inmortales, bajo cuya potestad está el poder de los reyes” (Suetonio, Caesar, VI). En la misma línea se interpretaría la suelta de águilas a la muerte del Emperador remontando el vuelo como símbolo del alma que se eleva a las alturas (Dion Casio, LVI, 34) (idea análoga a la que hemos estudiado en el papel psicopompo de los buitres en la Celtiberia), y también en este mismo sentido entendemos que podrá leerse el canto y anuncio de Virgilio a una suerte de “nueva Edad de Oro” asociada al Imperio Romano: “La edad última de la profecía cumana por fin ha llegado. He aquí que renace el gran orden de los siglos. Retorna la Virgen, retorna Saturno (dios de la Edad de Oro) y una nueva generación desciende de lo alto de los Cielos. Dígnate, oh casta Lucina, de ayudar al nacimiento del Niño con el cual la raza del hierro (la raza de la última edad) concluirá y sobre el mundo entero se levantará la raza del oro, y he aquí, que reinará Apolo (…). Vida divina recibirá el Niño que yo canto, y verá a los Héroes mezclarse con los Dioses, y él mismo con ellos (Eclog., IV, 5-10, 15-18).

El tono heroico e intención profética de los cantos de Virgilio y respecto del papel del Imperio Romano, se ven reforzados en los pasajes que hacen referencia a la muerte de la Serpiente (Ibid. 24), a un grupo héroes que afrontará de nuevo la empresa de los argonautas (Ibid. 33), y a un nuevo Aquiles que repetirá la guerra de los Aqueos contra Troya (Ibid. 36). Todo ello imágenes simbólicas de un canto al papel de Héroe en la reordenación y restitución del Mundo, a la Edad de Oro que anuncia y trae Roma.

Llegado este punto de nuestra exposición, la carga simbólica de la idea de Imperio y Emperador, se nos muestra con claridad, y en la misma, podemos ver la fuerza sugestiva que dentro de las coordenadas éticas de las comunidades guerreras de la Hispania céltica-jefatura, Areté y Fides-pudieron llegar a tener el Imperio romano y el culto imperial. Culto imperial que entenderemos intentaba propiciar la idea de una Roma más allá de todo particularismo étnico y religioso, señalando una Fides superior ligada al principio sobrenatural encarnado por el Emperador, y ubicado por encima de toda lealtad específica, ya sea religiosa o “nacional”. Es así que aunque tardíamente y con cierta nostalgia, Namaciano (De red. suo. I, 62-65) evocará una Roma “(capaz de hacer) de los diversos pueblos una única nación”.

 

[1] En las postrimerías de la Antigüedad y en línea parecida, san Agustín en sus teorizaciones políticas nos dirá que la “Ciudad Terrena”, si no se ordena conforme al ideal universal de la “Ciudad de Dios”, solo se diferencia de una “partida de piratas” en el tamaño.

La Realeza Sagrada

en Espiritualidad por
Lo Celestial y lo Telúrico y la Soberanía y la Magia en el mundo Indoeuropeo: La Realeza Sagrada.

Lo Celestial y lo Telúrico y la Soberanía y la Magia en el mundo Indoeuropeo: La Realeza Sagrada.

Comprender el mundo espiritual de la antigua Hispania céltica, supone en gran medida conocer los paradigmas fundamentales del mundo indoeuropeo, y repensarlos a la luz de los avances del estudio histórico en el ámbito concreto de la céltica hispánica.

 

Aquí, más allá de la ordenación jerárquica en tres niveles de las culturas de raíz indoeuropea: “Soberanía, Guerra y Prosperidad”, podría estar dándose una distinción general entre “lo Celestial y lo Terrenal”. Y en lo Terrenal un nivel intermedio que llamaremos “Telúrico”, objeto del ritual mágico propiciatorio. Siendo la institución de la jefatura guerrera la que tendrá, tras la correspondiente iniciación, la prerrogativa de dicho ritual mágico. Conformándose de este modo las jefaturas guerreras como soberanías políticas y mágico-religiosas, que prefigurarán la idea de “Realeza Sagrada”.

 

Georges Dumézil será un conocido filólogo e historiador francés que realizará una contribución capital al estudio y comprensión de la cultura y religiones indoeuropeas. Comparando los antiguos mitos de numerosos pueblos indoeuropeos desde los mismos textos de dichas tradiciones, mostró como todos ellos podían estar obedeciendo a unas estructuras narrativas muy similares. Fundamentalmente señalando una visión de la sociedad y el universo dividido en tres funciones y niveles: la función soberana, la función guerrera y la función de mera producción material y económica. Este esquema trifuncional habría sido la estructura básica y de fondo del mundo cultural indoeuropeo, y el propio Dumézil la habría llamado “ideología tripartita indoeuropea” (García Quintela 1999: 18-19). Dicha ideología se repetiría en numerosas mitologías y tradiciones; desde la sociedad de castas de la India, hasta los relatos de fundación de la antigua Roma, pasando por los mitos recogidos en las Eddas escandinavas o la mitología céltica irlandesa. Del mismo modo se podría rastrear en la organización social del mundo medieval, o en la sociedad ideal diseñada por Platón en La República.

Siendo así el planteamiento de Dumézil un verdadero clásico para el estudio del mundo religioso del ámbito indoeuropeo, creemos posible a su vez remitirlo a un paradigma superior que venimos señalando en nuestro estudio y que englobándolo dentro de sí, permitiría entender la función soberana así como la función guerrera, como funciones que remiten al “Más allá Celestial”. Siendo entonces la tercera función (la económica y productiva), la que le corresponderá el plano natural y sus divinidades y genios menores provenientes de la esfera “telúrica” de la realidad. De la “esfera intermedia” entre lo natural y lo Sobrenatural, esfera que hemos denominado “Más allá Telúrico”.

Trayendo aquí a colación lo recogido en nuestro glosario, diremos que el “Más allá Celestial” hará referencia al plano invisible superior y trascendente, “sede de los Dioses y los Héroes”, de las “esencias puras y la Eternidad”, que descondicionado de toda contingencia natural o preternatural, es el fundamento y horizonte de la Areté. Del ejercicio de la Virtud.

Siendo el “Más allá Telúrico” el plano invisible, inferior, intermedio e inmanente, sede del Numen, de las divinidades menores y de los difuntos, que asociado a las fuerzas ocultas de la tierra y dependiente del plano meramente natural, es fundamento y horizonte del ritual mágico. De la magia como techné con la que operar sobre dicho plano intermedio o “preternatural” de la realidad.

Tenemos así que el clásico esquema trifuncional de Dumézil, podrá a su vez remitirse a un panorama metafísico que distingue entre lo Celestial y lo Terrenal, así como “lo intermedio” entre uno y otro en el ámbito de lo “telúrico o preternatural”. Con el ejercicio de la Virtud (Areté) como vía hacia “los Cielos” y la Magia, como “técnica” para accionar sobre el plano intermedio de la realidad. Sobre esa suerte de “Alma del Mundo” o Anima Mundi a la que nos remite la idea del “Más allá Telúrico”.

Siendo aquí importante destacar cómo, la primera función del esquema de Dumézil, la función soberana, es no solo soberanía política y jurídica sino también mágica (García Quintela 1999: 18-19), y que por tanto la aproximación y vivencia del plano Celestial no solo genera Auctoritas en el ámbito político jurídico, sino también en el ámbito mágico. Siendo así una soberanía cuyo “ordeno y mando” también alcanzará el plano del numen.

Teniendo en cuenta que estamos frente a culturas que tienen en la guerra el escenario propio para el cultivo de la Areté, será entonces que de la función guerrera no solo surgirá la jefatura y por ende la soberanía, sino también la prerrogativa del ritual mágico y propiciatorio. Son así jefaturas guerreras y mágicas. Portadoras también de la legitimidad y operatividad para el rito.

Obviamente con características como éstas, más o menos desarrolladas o concretadas según el momento y las circunstancias, en ellas parecerá prefigurarse una idea de “Realeza Sagrada” que como veremos en otro capítulo, quizás encontró definitivo refrendo en el Imperio Romano.

En todo caso, lo que queremos destacar aquí es que el ritual mágico, será mayormente prerrogativa de la función soberana, de la primera función. Y que es entonces que en el mundo indoeuropeo la jefatura es jefatura guerrera, y ésta a su vez es jefatura ritual y mágica, siendo así los dioses de las mannerbünde[1], dioses vinculados a la Guerra, el Más allá y la Magia (Peralta Labrador 2000: 214-217 y Bernárdez 2002: 195-211). En este sentido tenemos que reparar en que el ritual mágico, siendo en definitiva una acción de autoridad sobre las “fuerzas ocultas” del mundo natural (lo Telúrico), corresponderá precisamente al portador de la Auctoritas, al portador del Imperium. Esto es, al soberano, al representante de la primera función. El cual no solo gobierna y rige conforme a un determinado prestigio guerrero y Areté, sino que además, dicho prestigio y Areté le hacen portador de la fuerza espiritual que permite llevar a cabo el ritual mágico. Es decir, que le hacen capaz del “ordeno y mando” sobre las potencias del ámbito telúrico y preternatural.

Es en este punto donde claro está, entra en juego la cuestión de la iniciación guerrera y de la asociación del ritual mágico, al ingreso en las mannerbünde (Peralta Labrador 2000: 168-180, Dumézil 1929 y Eliade 1984). A la idea de que la “cofradía guerrera” a través de la iniciación trasmite al neófito una fuerza o “carisma” espiritual, capaz de hacer él un vector de autoridad frente a las potencias del Más allá Telúrico.

En este orden de cosas será importante resaltar que si bien la magia y sus ritos hacen referencia a la acción sobre el “Más allá Telúrico”, dicha magia será facultad propia de la primera función o función soberana. Precisamente por ser ésta la que en virtud de la Areté, tiene la autoridad “sobrenatural” y el “carisma” espiritual correspondiente para poder llevar a cabo el rito, y que éste sea efectivo. La idea sería así que asociados a esas jefaturas guerreras, se darían también ceremoniales de iniciación que otorgarían la prerrogativa del ritual mágico, a aquellos que van a detentar el poder político. Como si la “coronación” de la jefatura viniera precedida tanto del prestigio guerrero, como de la Iniciación Mágica. En este sentido la imagen del jefe guerrero y a su vez mago, la encontraremos meridianamente retratada en la preponderancia de Lug u Odín en los panteones de los Dioses célticos y germánicos (Peralta Labrador 2000: 214-216, García Fernández Albalat 1990: 205-204 y Tovar 1982). Dioses que estarán precisamente vinculados a la Guerra, el Más allá y la Magia…

Por otra parte y sin menoscabo de todo lo dicho, muy posiblemente se dio una “magia menor” al alcance de los miembros de la tercera función, así como un “estamento” guerrero desligado de las iniciaciones mágicas. Unos miembros de las bandas guerreras no “consagrados”, no iniciados en los rituales de las mannerbünde.

Esta distinción de grados dentro de la propia “clase” guerrera nos pone frente a la idea de que el desarrollo de los atributos propios de dicha clase, a partir de un determinado punto, elevan de categoría al sujeto y lo conectan con los atributos propios de la soberanía. Podríamos plantear así que la función guerrera allá donde alcanza su máxima cualidad y desarrollo, se trasmuta en algo más que “función guerrera” y adquiere el grado de “función soberana”. De señor de orden y justicia, así como garante y responsable del marco religioso y espiritual. La institución de la devotio podría ser en este sentido sintomática (Peralta Labrador 2000: 168-172 y 156-162; Bernárdez 2002: 61-65 y Dumézil 1929 y 1971).

Las jefaturas guerreras se convierten de esta manera y potencialmente en soberanías políticas y mágico-religiosas. Entendido esto último en el sentido de señores y oficiadores de los rituales mágicos que conectan a la comunidad, con la fuerza espiritual de los antepasados y armonizan a ésta, con “númenes” y “daemones”. La labor política es de este modo también entendida como una labor ritual, lo que nos invita a reconocer aquí y como hemos dicho antes, simientes de lo podríamos llamar una “Realeza Sagrada”.

El caso del dios Wotan-Odín del mundo escandinavo, será en este sentido paradigmático, pues se nos muestra como una divinidad que tiene en la sabiduría y la magia su máximo atributo, pero dichas sabiduría y magia lo son con especial proyección en el ámbito guerrero y soberano (Bernárdez 2002: 195-211 y Dumézil 1990 y 1986).

*

A modo de resumen y hasta aquí, podremos decir que para la Hispania céltica, y en general para la Edad del Hierro europea, el mundo espiritual recogería un vasto y diverso “Universo Invisible” que genéricamente se estructuraría por un lado; con una realidad “Suprema y Celestial”, sede de los Dioses y de aquellos que conquistaron la Inmortalidad tras la muerte: los Héroes. Y por otro; con un mundo invisible e intermedio, telúrico y preternatural, vinculado a las fuerzas ocultas de la Naturaleza, sede de “daemones” y de difuntos, de diosas y “númenes” de las fuentes, las cuevas o los montes, al que se asociarán los ciclos cósmicos de muerte y regeneración.

Para la primera de estas realidades (el “Más allá Celestial”), se señalará un ethos guerrero, una Areté que impele a vivir el “Camino del Héroe” y conquistar la Inmortalidad. Para la segunda (el “Más allá Telúrico”), se dará un ámbito mágico y ritual mediante el cual armonizar o someter ese “plano intermedio”, a los intereses o necesidades humanas. Una religiosidad que podríamos llamar “propiamente pagana”[2], en la que el “operador”, por virtud del ritual mágico, tratará “de tú a tú” al mundo invisible pretendiendo que éste, favorezca sus intereses.

A partir de esta concepción mágica del mundo natural y en el ámbito de las jefaturas guerreras, se desarrollará la idea de una Auctoritas capaz de ejercer Imperium sobre el Más allá Telúrico. De unir en una misma institución soberanía, prestigio guerrero y acción mágica y ritual. Jefatura, acción política y acción ritual unidos conforme a un horizonte en el que se vislumbrará, la idea de la “Realeza Sagrada”. Idea que como podremos ver más adelante, podría haber encontrado especial plasmación en el culto imperial romano. Todo esto sin perjuicio y como ya hemos indicado, de que se diese una “magia menor” y “doméstica”, practicada por el común de la población.

En orden a clarificar lo expuesto sintetizamos seguidamente con un sencillo esquema lo que venimos planteando:

Lo Celestial y lo Telúrico y la Soberanía y la Magia en el mundo Indoeuropeo: La Realeza Sagrada.

[1] Mannerbünde: Término germánico que literalmente significa “sociedades de hombres”. Nosotros lo usaremos para designar asociaciones guerreras entorno a jefaturas, dotadas de un propio universo espiritual, ético y ritual de orden heroico, iniciático y mágico.

[2] El término “pagano” proviene del latín paganus: Literalmente, hombre del campo, campesino, aldeano o paisano. El término sin embargo será usado en clave religiosa cuando el cristianismo se convierta en la religión oficial del Imperio Romano, y se utilice entonces para denominar las antiguas religiones europeas. Éstas precisamente, estarían perviviendo en las zonas rurales cuando en los ámbitos urbanos, se habría impuesto ya la religión cristiana. En este sentido tendrá ya de por sí un carácter peyorativo, al asociar al pagi (aldea), y a sus habitantes los “aldeanos” (paganos), la pervivencia de las antiguas creencias precristianas. Más allá de esta aproximación histórica y etimológica al término, el término “pagano” nosotros lo hemos usado aquí, conforme a la idea de una religiosidad fundamentalmente naturalista y mágica. Ajena por tanto a una genuina concepción “sobrenatural” y ética de la Trascendencia y lo divino, al reducir ésta, a mero reverso invisible y numinoso del mundo natural. Por tanto y por decirlo así, una suerte de “panteísmo inmanente” muchas veces asociado a los ciclos naturales de muerte y regeneración para el cual, no parecerá reconocerse una verdadera esfera Superior y “Celestial”, y por ende no se remarcará y hará central una determinada vindicación ética. Quedando entonces en primer plano el ámbito mágico y ritual.

Cuando las religiones indígenas de la antigua Europa se vieron desplazadas por el cristianismo, posiblemente sobrevivieron únicamente y de forma residual en sus elementos más puramente mágicos y naturalistas, siendo sustituida su dimensión ética y trascendente por la religión cristiana. Este hecho contribuirá a relativizar el valor espiritual de dicho mundo precristiano al contemplarlo como una tradición carente de un genuino ethos, y de una verdadera Trascendencia.

Señalar aunque sea, pues escapa a las posibilidades de este estudio, cómo en dicha Trascendencia judeocristiana, el ser humano, podría verse obligado a confesar su entera y absoluta dependencia con respecto a la Divinidad (ocurre así marcadamente en el cristianismo protestante). Abundando entonces en la idea postración del Hombre frente al pecado y necesidad unilateral de “Gracia” y “Salvación”. Mientras que en la Trascendencia que venimos estudiando, en la espiritualidad heroica del mundo céltico e indoeuropeo, el ser humano es milites de la Divinidad en el mundo, y frente a ella lo que establece es una relación de Areté y Fides. De honor, lealtad y merito. Puede por decirlo así “por sus obras”, merecer los Cielos…

La Etnología, la Tradición y el Folclore.

en España por
Parque Nacional de Cabañeros

La Etnología, la Tradición y el Folclore como fundamento identitario y recurso económico.

Conferencia impartida en las segundas jornadas etnológicas del Parque Nacional de Cabañeros. En ella planteo que el patrimonio folclórico, etnológico y natural puede ser tanto un recurso económico sostenible, como una fuente de construcción espiritual de la persona y afirmación identitaria de la comunidad.

Itunes

Espiritualidad y Tradición Heroica en la Hispania Céltica

en Cultura Celta/Historia por
Ímpetu del guerrero celta en reconstrucción artística de la batalla de Telamón.

Nuestra tesis doctoral pretendió conocer el alma misma de la Hispania céltica a través de su tradición guerrera. Tanto a nivel de organización sociopolítica y económica, como a nivel de principios, valores y creencias. La tesis doctoral la hemos adaptado al ámbito de editorial para poder publicarla y de dicha adaptación extraemos este fragmento que aquí os presentamos:

 

En él mismo plateamos la idea de lo que hemos llamado “El camino del Héroe”, y tratamos de ver hasta qué punto éste termina por ser el eje vertebrador de la espiritualidad hispano céltica.

Este artículo sería la continuación del anteriormente publicado: “Muerte triunfal, Trascendencia e Inmortalidad”.

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Hemos apreciado hasta ahora y en el mundo cultural de la Edad del Hierro, manifestaciones sociales de ideología heroica, articuladas desde un ethos guerrero y a partir de un sistema de jefaturas, organizado mediante un subsistema de lealtades, méritos y recompensas. Un sistema clientelar fiscalizado y censurado a través de esos mismos ideales heroicos que lo animan, siendo lo que cotejamos y comparamos dentro de ese marco, las estructuras de fondo, los elementos clave: el “sentido”. Y esto con independencia de los revestimientos concretos que puedan adoptar dichas estructuras y sentidos en cada uno de los distintos pueblos de la Hispania céltica (García Quintela 2005: 187).

Dicho esto, las fuentes nos dan también interesantísimas pistas para poder llevar a cabo esa interpretación de los principios comunes y de fondo que subyacen a la diversidad de costumbres y mitos, de creencias y ritos, de la céltica hispánica. Plutarco nos señala así que la creencia en una “Isla de los Bienaventurados” (Sertorio 8-9)-creencia que fascinaría al propio Sertorio durante su estancia en la Península-era una creencia ampliamente extendida entre los hispanos. Ciertamente en este mito de una “Isla de los Bienaventurados”, dará la impresión de estar en presencia de un símbolo de ese “Más allá Celestial”, espacio “ultramarino” y por ende “ultraterreno”, que ubicado más allá del mundo meramente natural, es el espacio sobrenatural al que aspiran los caídos en combate. La misma idea de un espacio sobrenatural y trascendente, situado más allá de lo terrenal y contingente, la podremos encontrar a nuestro parecer con meridiana claridad, en las referencias de Silio Itálico (Punica III, 340-343) a la prohibición entre los vacceos, de cremar los cuerpos de los guerreros caídos en combate. Idea que como ya hemos indicado anteriormente, nos estaría señalando cómo; dejando que los cadáveres de los caídos permanezcan al aire libre para que los devoren los buitres (fig. 5-1), éstos se convierten en animales sagrados y aves mediadoras que transportarán las almas de los guerreros al “Más allá Celestial”. Mundo superior en el que dichos caídos devienen en Héroes.

La vida terrenal se abre así a través del trance guerrero y la “Bella Muerte” al “cielo sobrenatural”, y los guerreros muertos en batalla ascienden sus almas a las esferas superiores. Los buitres se convierten de esta manera en “psicopompos” que por un lado señalan el destino humano en el ciclo de vida y muerte del Universo, y que por otro, conducen las almas de los caídos a un más allá ultraterreno ubicado allende de dicho ciclo de vida y muerte[1]. La imagen (más adelante podremos verla) recogida en el cuenco de la necrópolis de El Portuguí-Uxama (Soria), donde cada una de las aves representadas porta un pequeño recinto rectangular dentro del cual se guarda una cabeza (símbolo del alma del difunto) (Olmos Ricardo 2005: 253-255), sería clara representación de ese viaje al “Más allá Celestial” en alas de aves mediadoras entre el mundo natural, y el mundo Sobrenatural.

Escenas de un vaso numantino con guerreros muertos devorados por los buitres
Figura 5-1: Escenas de un vaso numantino con guerreros muertos devorados por los buitres. (Reproducido de Álvarez Sanchís 2003: 118)

 

En la misma línea de argumentación encontraremos cómo las fuentes clásicas, se aproximarán a la Celtiberia y a la Hispania céltica en general con una mirada, que si bien no será ajena a toda una serie de tópicos recurrentes, insistirá en señalar el interior Peninsular y más concretamente la Meseta, como un lugar “de clima duro y gentes fieras e indomables”. Es en este punto donde las fuentes repararán especialmente en la idea de la muerte heroica (Olmos Ricardo 2005: 256). De Numancia a las guerras Cántabras, de los funerales de Viriato a las campañas de Bruto en “Galicia”, del asedio a “Calahorra” a la lucha de campeones entre un joven Escipión y un guerrero vacceo de Intercatia. Ideal heroico y de “Bella Muerte” que nos estará dando un importante indicio a tener en cuenta, para comprender como funcionaba el discurso ideológico del ethos guerrero de la Hispania céltica. Siendo aquí donde la exposición de los caídos en combate a los buitres, se mostrará esclarecedora y el propio hecho de morir luchando, se manifestará como una culminación, como una “liberación”, como una superación del plano de la mera terrenalidad. El simbolismo implícito en dicha exposición de los caídos, señalará de este modo una visión agonística de la vida en la que la muerte es factor principal (Sopeña 1987: 151), y “el retorno a los Cielos junto a los Dioses de lo Alto” (Silio Itálico 3, 340-342), horizonte último de sentido.

El culto a la “Bella Muerte” se configura de este modo como la cumbre de toda una ética agonística y heroica que se materializa definitivamente, en el momento final de la muerte en combate (Sopeña 1987: 83). Esta exaltación de la muerte violenta lleva a unir al guerrero a sus armas con lazos que trascienden lo puramente material. Las armas son una prolongación de su identidad y de su alma, y se hacen acompañar con ellas a las piras funerarias, negándose a entregarlas bajo ningún concepto (Sopeña 1987: 84 y Quesada Sanz 2010), haciéndolas símbolo y garante de su libertad y dignidad: “los caballo y las armas les son más queridos que su propia vida” (Trogo Pompeyo 44, 2, 3). La entrega del arma será entendida de esta manera como la entrega de la propia autoestima, de la propia honra. Renunciando a la espada se renuncia a labrar el propio destino y te conviertes en un esclavo, a decir de Floro (1, 34), “perder sus armas les era tan inaceptable como que les cortaran las manos”. La vinculación del guerrero con sus armas es así una vinculación radical; existencial, espiritual y ética. Y las armas que acompañan al difunto al más allá desde la pira funeraria, son así destruidas o inutilizadas, asegurándose su vinculación exclusiva y personal con el guerrero que en vida las empuño.

Interesante será señalar también la nota que en este sentido recoge Salustio (Historia, II, 92), sobre las mujeres celtibéricas relatando las gestas heroicas de los hombres muertos en batalla (Sopeña 1987: 87). Lo que nos sitúa en la existencia de una tradición oral que recoge y exalta las acciones ejemplares de los más afamados guerreros, y que pone precisamente el acento en la muerte heroica de los mismos. Lo que supone una divulgación entre toda la comunidad, de los valores y principios propios de esa espiritualidad y ética heroica, que está en el centro mismo de las creencias del mundo hispano céltico.

Siendo esta la perspectiva que nos señalan las fuentes, encontramos entonces que el combate, la guerra, el enfrentamiento bélico, será el momento supremo de todo el entramado ético y espiritual del mundo hispano céltico. Éste ritualizará la propia lucha, convirtiéndola en una manifestación cultural de primer orden. Las fuentes recogen así como celtíberos y lusitanos entran en combate entonando cánticos, tocando cuernos, realizando danzas propiciatorias del valor y el furor guerrero (Apiano Iber. 53, 54 ó 67), buscando una suerte de “trance” o “arrebato” que hace de la batalla, una experiencia espiritual en la que el guerrero tendrá oportunidad de demostrar los atributos propios de su condición (Sopeña 1987: 90 y Ciprés 1993). Siendo aquí reseñable cómo para el mundo celta, y en general para las culturas de la Edad del Hierro, la poesía y la música serán manifestaciones terrenales del “mundo Invisible en el mundo visible”. Manifestaciones capaces de ponernos en contacto con las fuerzas ocultas de la naturaleza y con los Dioses (Sopeña 1987: 92). Son así instrumentos propiciadores del estado de “trance guerrero” que manifestado en un valor desmedido y una indiferencia al dolor, encontramos en la imagen más clásica del guerrero bárbaro por antonomasia (Marco Simón 1993b). No debiendo olvidarse en este sentido, como el Odín escandinavo, es dios poeta, músico y guerrero, y sus guerreros consagrados, los berserk, se caracterizan precisamente por estar poseídos por un furor temible y bestial (Bernárdez 2002 y Sopeña 1987) (fig. 5-2).

Ímpetu del guerrero celta en reconstrucción artística de la batalla de Telamón.
Figura 5-2: Ímpetu del guerrero celta en reconstrucción artística de la batalla de Telamón. Indiferentes a las heridas y a su propia muerte, algunos guerreros galos ducha desnudos (Reproducido de Ruiz Zapatero 2001: 80).

 

Todas estas ideas no remiten de nuevo y en un primer lugar, al planteamiento de la ética heroica y la “Bella Muerte”, de la “apoteosis guerrera”, en la que aunque pudiera parecer contradictorio, si el guerrero muere en batalla, triunfa, alcanza la gloria, y asciende al “Más allá Celestial”, a la “Isla de los Bienaventurados”, al “Reino de los Inmortales”. Se hace semejante a los Dioses y como Hércules, también muerto en “apoteosis” agonística y heroica, pasa ocupar un puesto en el “Olimpo”. En la sede celestial del mundo Sobrenatural, más allá del “devenir” del mundo y lo puramente terrenal.

Es decir, la muerte heroica libera de la existencia mortal y simplemente humana, y en la Hispania céltica, dicha “transfiguración” queda testimoniada con la exposición de los cadáveres a los buitres. Mediadores entre las alturas celestiales y la tierra, y encargados tanto de elevar el alma a las regiones Superiores, como de “disolver” el residuo meramente material del guerrero. Purificando su alma de las adherencias de ésta a la simple corporalidad.

La exposición de cadáveres a los buitres señala así la potencial inmortalidad del alma, la perennidad del ser íntimo del Hombre (Sopeña 1987: 126). Si bien añadiríamos que ésta, solo será posible para aquellos que sean capaces de conquistarla y merecerla en la vía ética y espiritual del “Camino del Héroe”.

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[1] La existencia más allá de los ciclos de vida y muerte, más allá de lo que usando terminología oriental llamaríamos “samsara” (todo lo que nace, deviene y muere para de un modo u otro, propiciar un nuevo nacimiento o alimentar una nueva vida) es lo que en nuestro estudio hemos denominado Inmortalidad.
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