“Ante la orilla estaba desplegado el ejército enemigo, denso en armas y hombres; por medio corrían mujeres que, con vestido de duelo, a la manera de las Furias y con los cabellos sueltos, blandían antorchas; en torno los druidas, pronunciaban imprecaciones terribles con las manos alzadas al cielo”.
(Tácito, Anales, XIV, 29-30)
El “santuario” de Anglesey, la isla de Mona, la “isla de los druidas”, es sin lugar a dudas unos de los enclaves mágicos de la geografía europea. En los confines de la costa occidental de Gales y con sus druidas y “druidesas” llamando al alzamiento contra Roma, hace parte importante del imaginario histórico de la antigüedad europea. Su “bosque sagrado” de “feroces supersticiones”, talado por los romanos, “pues en efecto, contaban entre sus ritos el de honrar los altares con sangre de cautivos” (Tácito, Anales, XIV, 29-30), es un referente lírico de no pocas recreaciones románticas sobre el mundo celta. Conocerlo y comprenderlo hace parte fundamental del estudio de la antigua céltica europea.
1-El Druida y la Autoridad Espiritual:
“En la Galia hay dos clases de hombres entre los que gozan de relevancia y prestigio (…) De las dos clases, una es la de los Druidas, otra es la de los Caballeros. Aquellos se ocupan de todo lo que tiene que ver con los dioses, están al cargo de los sacrificios públicos y privados y regulan el culto. Son muchos los adolescentes que acuden a ellos para aprender, y se les tiene en gran consideración. De hecho, dictaminan en casi todas las disputas (…) (y) si alguien, lo mismo un particular que un pueblo, no se aviene a su decisión, le prohíben tomar parte en los sacrificios, lo que para ellos es el castigo más grave. (…) Al frente de todos estos druidas se encuentra uno solo, el que tiene más autoridad entre ellos. Cuando muere, si alguno de entre los restantes destaca por su prestigio, le sucede; y si hay varios igualados, se elige en una votación (…) Algunas veces la primacía se dirime por las armas”.
(César. Comentario a la Guerra de las Galias VI, 13-14).
“En términos generales, se puede decir que para todos ellos hay tres grupos que gozan de especial distinción: los bardos, los vates y los druidas. Los bardos son poetas cantores. Los vates tienen funciones sagradas y estudian la naturaleza. Los druidas se dedican también al estudio de la naturaleza, pero añaden a ésta el estudio de la filosofía moral. Son considerados así los más justos por lo cual se les confían los conflictos privados y públicos, e incluso el arbitraje en caso de guerra, llegando a detener a los que se estaban alineando ya para el combate”.
(Estrabón. Geografía IV. 4,4).
“Entre ellos se encuentran poetas que ellos llaman bardos. Estos poetas cantan con el acompañamiento de la lira (…) También hay unos filósofos y teólogos que son objeto de honores extraordinarios y que reciben el nombre de druidas. También recurren a adivinos (vates), a los que consideran merecedores de gran reconocimiento; estos adivinos predicen el futuro mediante la observación del vuelo de los pájaros y el sacrificio de víctimas (…) apuñalan con una daga en un lugar situado encima del diafragma, y cuando cae el hombre acuchillado, a partir de la observación de la caída, la convulsión de los miembros, y también de la efusión de sangre, comprenden el futuro”.
(Diodoro de Sicilia, Historia V, 31, 2-5)
“Tienen a los druidas como maestros de sabiduría y éstos aseguran conocer el tamaño y la forma de la tierra y el firmamento, el movimiento del cielo y de los astros y el destino trazado por los dioses. Enseñan muchas cosas a los más ilustres de su pueblo (…) en grutas o en recónditas montañas (…) Una de las ideas que les imbuyen en común a todos es que las almas son imperecederas y que hay otra vida después de la muerte”.
(Pomponio Mela, Corografía III, 2, 18-19)
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César y las fuentes clásicas en general, distinguen para el mundo céltico tres clases sociales: los druidas, los caballeros y los villanos o pueblo llano.
Los druidas serán este sentido los representantes de la autoridad espiritual. Siendo los caballeros los representantes de la autoridad política y militar, los encargados de la defensa y gobierno de la comunidad. El pueblo llano por su parte, será el representante de la llamada “tercera función” o función económica y puramente material.
Esta distinción en tres funciones, es un clásico del mundo Indoeuropeo y puede rastrearse en nuestra civilización hasta bien entrada la Edad Moderna.
Los druidas cuentan entonces entre sus atribuciones con todo lo relativo a la religión, las creencias y el culto; la justicia, tanto en el ámbito del derecho público como el ámbito del derecho privado; y la enseñanza y transmisión del saber tradicional. Son por decirlo así, “guardianes de la Tradición”. Su autoridad es relativa a los principios, las creencias, los ritos y el “espíritu” de sus sociedades.
Al mismo tiempo, dará la impresión, de que este estamento del Druida, podrá a su vez subdividirse en tres clases: el bardo, el vate, y el druida propiamente dicho.
El druida encarnará el “arquetipo” de la Sabiduría, y su función será la de la enseñanza, la filosofía, la ética, la teología, la religión, la justicia…
El bardo encarnará el “arquetipo” de la Poesía, con el poder de la lírica, la música, el canto, la alabanza, la sátira, la épica…
El vate encarnará el “arquetipo” de la Magia, con la referencia a la adivinación, el augurio, el sacrificio, la interpretación de la naturaleza, quizás la profecía…
En todo caso esta subdivisión quizás haya que tomarla con algo de precaución, pues pudiera ser que todo druida fuera a la vez y en cierta medida vate y bardo, y todo vate y bardo, fuera a su vez y en cierta medida, también druida. Las fuentes tradicionales irlandesas parecerán apuntar en esta dirección si bien nosotros no entraremos aquí a desarrollar este punto.
Lo que si queremos destacar y tomar como punto de partida, es esa idea del druida como representante de la Autoridad Espiritual. De la llamada “primera función”; esa que cultiva, custodia y transmite los principios, valores y creencias de una sociedad. Su concepción del Mundo o welstanchaaung.
En este sentido, hay que pensar, que en el mundo tradicional, el representante de la autoridad espiritual, aspira a encarnar en el ámbito terrenal, la autoridad divina. Autoridad que entonces, traslada a la sociedad por la que vela, una dirección y molde para encarnar por decirlo así, la “ciudad celestial”. Esto es, el cosmos u “orden” querido por los dioses.
De esta manera, no será sólo que la sociedad tradicional, en este caso céltica, genere una religión; sino que la religión, será también la que determine la forma de dicha sociedad.
César nos dirá “que la nación de los galos está entregada por completo a las prácticas religiosas” (Comentarios VI, 16).
2-Britania y la isla de los Druidas:
“Se piensa que las enseñanzas de los druidas fueron adquiridas en Britania y desde allí llevadas a la Galia. De hecho en la actualidad, quienes desean conocerlas más a fondo marchan allá para instruirse (…) Se cuenta que aprenden allí una cantidad ingente de versos. De esta manera, más de uno pasa veinte años instruyéndose, no considerando lícito poner sus enseñanzas por escrito”.
(César, Comentarios a las Guerras de las Galias VI, 13-14)
“(Suetonio Paulino) se dispuso a atacar la isla de Mona, poderosa por su población y guarida de fugitivos (…) ante la orilla estaba desplegado el ejército enemigo, denso en armas y hombres; por medio corrían mujeres que, con vestido de duelo, a la manera de las Furias y con los cabellos sueltos, blandían antorchas; en torno, los druidas, pronunciaban imprecaciones terribles con las manos alzadas al cielo. Lo extraño de aquella visión impresionó a los soldados hasta el punto de que, como si sus miembros se hubieran paralizado, ofrecían su cuerpo inmóvil a los golpes del enemigo. Luego, movidos por las arengas de sus jefe, y animándose a sí mismos a no temer a un ejército mujeril y fanático, abatieron a los que encontraron a su paso y los envolvieron en su propio fuego. Después se impuso a los vencidos una guarnición y se talaron los bosques consagrados a feroces supersticiones. Pues en efecto, contaban entre sus ritos el de honrar los altares con sangre de cautivos y consultar a los dioses, en las entrañas humanas”.
(Tácito, Anales, XIV, 29-30)
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La campaña de Suetonio Paulino contra la isla de Mona se encuadra en la sublevación de los britanos contra Roma de la segunda mitad del siglo I. Es en el año 58 d.C. que Suetonio, habiendo recibido el encargo de suprimir la rebelión britana, atacará y se ensañará con el santuario de Mona.
La impresión que se tiene es que siendo la campaña contra Mona la primera acción militar que lleva a cabo Paulino en Britania, el alzamiento contra los romanos, habría sido auspiciado por los propios druidas. Como si a modo de predica, hubieran movido a silures y ordovices (en el actual País de Gales) a la sedición.
Esta idea de los druidas predicando la lucha y resistencia contra Roma, no nos debe de extrañar, no solo por su función de autoridad espiritual, sino porque ya había ocurrido anteriormente en las Galias en tiempos de César, y porque posteriormente Tiberio, llegará a prohibir y perseguir el druidismo hasta su eliminación (Plinio, Historia Natural, XXX, 13). En la misma línea y en la Celtiberia, tendremos el caso de Olíndico, suerte de “druida hispánico”[1] que portando una lanza de plata, predicará el alzamiento contra Roma en tierras de Numancia (Floro, 1, 33, 13).
Lo interesante entonces en el caso de Britania, es que Roma atacará una especie de “santuario de los druidas”. Una suerte de “Isla Sagrada” del druidismo en la que las legiones romanas, son recibidas con un auténtico ceremonial mágico. Ceremonial capaz de paralizar de terror aunque sea en un primer momento, a los duros legionarios.
Las imágenes que trasmite el texto de Tácito (Anales, XIV, 29-30), con esa referencia a mujeres vestidas como de duelo, con los cabellos sueltos y “a la manera de las furias”, blandiendo antorchas; mientras en torno suyo los druidas pronuncian imprecaciones terribles, nos retrata deliberadamente una “atmosfera ominosa” que deja poco lugar a dudas sobre lo especial del lugar.
En la misma línea apuntará dicho texto cuando nos diga, que “se talaron bosques consagrados a feroces supersticiones. Pues en efecto, contaban entre sus ritos el de honrar los altares con sangre de cautivos”.
Es decir, la campaña de Suetonio Paulino contra el alzamiento britano, comenzará con el ataque a un enclave vinculado a los druidas y sus cultos. Lugar que parecerá haber ejercido de instigador de la rebelión contra Roma.
La isla de Mona (actualmente isla de Anglesey en el País de Gales), aún estando ubicada en una zona relativamente remota de la geografía britana, se convierte de este modo, en el punto de partida de la campaña romana contra los rebeldes.
Viendo así la importancia del lugar, no será difícil llegado este punto recordar las palabras de César cuando dice: “Se piensa que las enseñanzas de los druidas fueron adquiridas en Britania y desde allí llevadas a la Galia. De hecho en la actualidad, quienes desean conocerlas más a fondo marchan allá para instruirse” (Comentarios VI, 13-14).
En todo caso la campaña de Paulino contra la isla de Mona no se pudo completar, pues mientras destruía los santuarios de Mona y masacraba a sus druidas, la rebelión se desató con inusitada ferocidad al otro lado del país…
Sobre la colonia romana de Camalodunum (próxima a Londinum, en el actual Londres), venían cerniéndose desde hacía tiempo negros presagios: una estatua consagrada a la Victoria cayó al suelo sin motivo aparente y con el rostro en contrario a por donde podía venir el enemigo; se oyeron ruidos y bramidos espantosos en las casas del Ayuntamiento, terribles aullidos también en el teatro, una visión como fantasmal se pudo ver en el reflujo del mar y éste, se tiñó de un tono rojo sangre que atemorizó a los veteranos (Tácito, Anales, XIV, 33, 1-2).
Por otra parte, las insolencias y desprecios de las tropas romanas a la población local, los abusos de los veteranos sobre las propiedades y rentas de los britanos, así como la construcción de un templo dedicado al emperador Claudio (señal para los britanos del domino de Roma sobre sus tierras y gentes), alimento la llama de la sedición y “el anhelo de comprar la libertad aún con el pago de la propia vida” (Tácito, Anales, XIV, 33, 1-2).
Finalmente, la violación por parte de unos centuriones de las hijas de Boadicea, reina de los icenos, y tras azotar a ésta y despojarla de su herencia, terminó por encender la mecha del alzamiento.
Dirigidos por la propia Boadicea, los icenos extendieron su revuelta como la pólvora, arrastrando en su rebelión a otras tribus, incluidos los trinobantes, cuya capital Londinum, era una de las ciudades más importantes de Britania.
Camalodunum, capital romana en Britania, fue asediada a sangre y fuego y cayó en manos de los rebeldes. En Londinum, los romanos consideraron que no disponían de defensas suficientes como para resistir y abandonaron la ciudad, entregándola al ejército de Boadicea. Éste continuó su marcha avanzando ahora sobre Verulamium (actual St. Albans), la cual arrasaron.
El alzamiento no estaba siendo así una cuestión baladí o menor, y a tenor de las fuentes, los rebeldes se enseñaron con especial crueldad. Como si la guerra la estuvieran llevando a cabo fanatizados por el odio contra Roma: “en los lugares que se ha indicado cayeron cerca de setenta mil ciudadanos y aliados. Se entregaban no a tomar cautivos y venderlos, ni a ningún otro comercio de guerra, sino a la matanza. Todo eran muertes, tormentos, fuegos y cruces (…) vengaron las injurias hechas y por hacer” (Tácito, Anales, XIV, 33, 2).
En la misma línea el historiador Dion Casio (LXII, 9) nos dirá: “colgaron a las mujeres más distinguidas, les cortaron los pechos y les cosieron la boca (…) tras lo cual les clavaron estacas afiladas a través el cuerpo de abajo a arriba. Y se entregaban a todas estas fechorías durante sus sacrificios y sus festines, en sus templos y en sus bosques”. Más adelante y en el mismo párrafo nos recogerá como Paulino exhortando a sus tropas contra los rebeldes les dirá: “más vale caer con bravura en el campo de batalla que caer prisioneros para que nos empalen, para que nos arranquen las entrañas, para que nos traspasen con estacas en llamas, para perecer escaldados, como si hubiéramos caído en medio de bestias salvajes, sin ley ni dioses”.
Ciertamente, el ataque y destrucción de un centro espiritual no trae nunca nada bueno, y los desprecios, violaciones y abusos, son semilla segura de futuras violencias. Una guerra de odio, sin prisioneros, repleta de suplicios horribles, nos pone en la tesitura de plantearnos hasta qué punto esta guerra, pudiera haber tenido trazas de una guerra religiosa. En este sentido las fuentes guardan silencio sobre lo que los romanos hicieron por su lado…
En todo caso Suetonio Paulino consiguió regresar de la lejana costa de Gales y hacer frente a los rebeldes en la batalla Watling Street, donde a pesar de lo numeroso del ejército britano, éste fue terriblemente derrotado. La propia reina Boadicea murió en la batalla, suicidándose con un veneno, y en la conmovedora arenga que dio a sus tropas antes de tan tremenda jornada, nos dejó el reflejo de su admirable coraje y pundonor. Hoy día sus palabras siguen sonando aleccionadoras:“no es cosa nueva para los britanos pelear bajo el gobierno de una mujer; más procedo aquí no como descendiente de famosos y ricos progenitores, sino como una mujer más a la que se le ha quitado la libertad, el cuerpo molido a azotes, y robado la virginidad a sus pobres hijas; llegando tan lejos los apetitos desordenados de los romanos, que ni a los cuerpos, ni a la vejez, ni a la virginidad perdonan, violándolo y contaminándolo todo… Más los dioses favorecen las venganzas justas, como lo muestra la legión degollada que se atrevió a pelar (…) Vosotros, si consideráis bien los soldados de ambos bandos y las causas de la guerra, haréis resolución clara de vencer o morir en esta batalla; las mujeres a lo menos hecha tenemos esta cuenta. Vivan los varones si quieren en perpetua servidumbre” (Tácito, Anales, XIV, 33, 2-3).
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La revuelta de Boadicea y los icenos fue así desbaratada y habiendo quedado entonces inacabada la conquista de la isla de Mona, veinte años después, en el 78 d.C., los romanos volverán a la carga contra ella.
Durante este tiempo la mayor parte del territorio de la actual Inglaterra quedó pacificado y bajo la órbita romana. Siendo sólo al oeste y al norte, en Gales y Caledonia (la actual Escocia), que quedaron libres del poder de Roma.
El encargado de completar la conquista de Britania fue el gobernador Agrícola, que por sus campañas en Caledonia y su victoria contra el “líder escocés” Calgaco, se convertirá en uno de los generales romanos más afamados (hablaremos en otra ocasión y en otro artículo de dicho episodio). Antes de emprender estas campañas en el norte de Britania, Agrícola tuvo que poner fin a la secular rebeldía de los ordovices (en la actual Gales), e igual que anteriormente hizo Suetonio Paulino, atacó en primero lugar y como foco de la rebelión a la Isla de Mona.
En otoño del 78 d.C. Agrícola y sus hombres, aprovechando la bajamar, cruzaron el estrecho de Menai y atacaron por sorpresa la Isla de Mona; no encontrando el “recibimiento” que en su momento encontró Paulino. Mona fue conquistada, ahora sí, y los ordovices sometidos. Gales quedaba definitivamente integrada en la órbita romana.
Al año siguiente y antes de emprender la conquista de Escocia, Agrícola someterá a los brigantes, en el norte de Inglaterra, en el entorno de la actual Yorkshire, siendo ésta la última resistencia britana antes de las luchas de Roma contra los caledonios.
Las actuales Inglaterra y País de Gales quedaban así bajo el manto de Roma y el centro sagrado del druidismo, posiblemente tanto para Britania como para la Galia, desaparecía…
La isla de Mona, actual isla de Anglesey, andando el tiempo irá olvidando su pasado druídico si bien conservará importantes restos arqueológicos de la prehistoria; siendo también el lugar de Gales donde más se hablará y conservará la antigua lengua céltica del país, así como el folclore más ancestral. Por otro lado y de un tiempo a esta parte, se habrá convertido en centro de peregrinación para amantes del universo celta y recreacionistas más o menos afortunados del druidismo…
3-El simbolismo del Druida:
La figura del Druida ha terminado por convertirse en la cultura popular europea, en símbolo de la sabiduría antigua y ancestral. De una manera ciertamente mitificada, el druida ha terminado por ser la imagen emblemática del Wizard, del “sabio-mago” guardián de la Tradición. Un arquetipo fundamental de las sociedades premodernas que ya en la Antigüedad se vinculó a los druidas, y que posteriormente, podemos encontrar en ese “aroma” innegablemente druídico del Mago Merlín, o del mismísimo Gandalf de la Tierra Media. Tanto entonces en la cultura medieval, como en la propia cultura contemporánea, el “mito del druida” como símbolo representativo de un principio espiritual de la Tradición.
En este sentido y a nuestro entender, en el “mito del druida”, si sabemos acercarnos a él con prudencia y acompañándolo de la lectura crítica de las fuentes clásicas, podemos encontrar paradójicamente, las claves del propio druida histórico. Pues si el druida histórico, del que realmente sabemos tan poco, se “refugió” finalmente en los mitos y leyendas europeos, es porque en dichos mitos y leyendas, pudo conservar las esencias que le eran propias. Esto independientemente de que dichas esencias, hubieran tenido una mayor o menor plasmación en la propia realidad histórica.
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El “santuario” de Anglesey, la isla de Mona, la “isla de los druidas”, es sin lugar a dudas unos de los enclaves mágicos de la geografía europea. En los confines de la costa occidental de Gales y con sus druidas y “druidesas” llamando al alzamiento contra Roma, hace parte importante del imaginario histórico de la antigüedad europea. Su “bosque sagrado” de “feroces supersticiones”, talado por los romanos, “pues en efecto, contaban entre sus ritos el de honrar los altares con sangre de cautivos” (Tácito, Anales, XIV, 29-30), es un referente lírico de no pocas recreaciones románticas sobre el mundo celta.
El Bosque como templo, noción fundamental de la cultura celta, termina así por ser el espacio por excelencia del druida. El lugar donde imparte sus enseñanzas y se le busca en pos de consejo. No es su lugar de refugio, sino directamente, su lugar…
No podemos entonces resistirnos a cerrar este artículo más que con el fragmento de Lucano sobre “el bosque de los druidas”. Tan cargado de ideas románticas como “tenebrosas” y en el que el misterio y fascinación por los druidas, se hará manifiesto directamente en la propia Antigüedad…
“Había un bosque sagrado, jamás profanado desde tiempos remotos, que con sus ramas entrelazadas encerraba un espacio tenebroso y una gélidas sombras en cuyas profundidades, no penetraba el sol. Este bosque no lo ocupaban los Panes ni los Silvanos, señores del bosque; tampoco las ninfas, sino que era el santuario de sus dioses bárbaros: con aras construidas para siniestros altares y todos los árboles purificados con sangre humana. Si merece crédito la antigüedad (…) incluso las aves temen posarse en aquellas ramas y las fieras acostarse en aquellos cubiles; ni siquiera el viento se abate sobre aquellas espesuras ni los rayos que saltan de los negros nubarrones. Un horror especial anida en aquellos árboles, que no ofrecen sus follajes a las caricias de brisa alguna. Además, cae el agua en abundancia de los sombríos manantiales y las lúgubres imágenes de los dioses carecen de valor artístico y se alzan, como bosques informes, de los troncos cortados. La propia impresión de abandono y el tinte pálido de los troncos podridos produce estupefacción; no se teme así a las deidades veneradas bajo figuras familiares: ¡tanto incrementa la sensación de terror no conocer a los dioses a los que se teme! Ya la fama contaba que a menudo mugían con terremotos las cóncavas cavernas, que los tejos se abatían hasta el suelo y de nuevo se levantaban, que brillaban incendios de malezas que no se quemaban, que se deslizaban dragones enroscados a los troncos. No lo frecuentan las gentes acercándose para celebrar cultos, sino que se lo han dejado a los dioses. Tanto si está el sol en medio del firmamento como si ocupa el cielo la noche sombría, el propio sacerdote tiene pavor a acercarse y teme toparse de repente, con el señor del bosque…”
(Lucano, Farsalia, III, 399-425).
[1] La cuestión del druidismo en la Hispania prerromana, sigue siendo objeto de estudio e investigación. Véase aquí nuestro artículo “Espacios Sagrados y Druidismo en la Hispania Céltica” (https://gonzalorodriguez.info/espacios-sagrados-y-druidismo-en-la-hispania-celtica/). En este sentido, posiblemente un druidismo organizado al modo del que se daba en Britania o la Galia, no llegó a existir en Hispania, si bien parece bastante loable que se diera una suerte de sacerdos o “autoridad espiritual”, oficiante del rito y la magia. Las referencias a Olíndico en la Celtiberia o los sacrificios humanos entre los lusitanos, apuntarán claramente en esta dirección, dándose llamativas similitudes respecto de lo recogido en la Galia o Britania: «Los lusitanos hacen sacrificios y examinan las vísceras pero sin extirparlas. También observan las venas del pecho y adivinan palpándolas. Asimismo predicen mediante las entrañas de los prisioneros de guerra cubriéndolas con un sago. Luego, cuando la víctima cae por mano del hieroskópou, lo golpean por encima de las entrañas y predicen según la forma en la que cae el cuerpo” (Estrabón, III, 6).