Lo Celestial y lo Telúrico y la Soberanía y la Magia en el mundo Indoeuropeo: La Realeza Sagrada.
Comprender el mundo espiritual de la antigua Hispania céltica, supone en gran medida conocer los paradigmas fundamentales del mundo indoeuropeo, y repensarlos a la luz de los avances del estudio histórico en el ámbito concreto de la céltica hispánica.
Aquí, más allá de la ordenación jerárquica en tres niveles de las culturas de raíz indoeuropea: “Soberanía, Guerra y Prosperidad”, podría estar dándose una distinción general entre “lo Celestial y lo Terrenal”. Y en lo Terrenal un nivel intermedio que llamaremos “Telúrico”, objeto del ritual mágico propiciatorio. Siendo la institución de la jefatura guerrera la que tendrá, tras la correspondiente iniciación, la prerrogativa de dicho ritual mágico. Conformándose de este modo las jefaturas guerreras como soberanías políticas y mágico-religiosas, que prefigurarán la idea de “Realeza Sagrada”.
Georges Dumézil será un conocido filólogo e historiador francés que realizará una contribución capital al estudio y comprensión de la cultura y religiones indoeuropeas. Comparando los antiguos mitos de numerosos pueblos indoeuropeos desde los mismos textos de dichas tradiciones, mostró como todos ellos podían estar obedeciendo a unas estructuras narrativas muy similares. Fundamentalmente señalando una visión de la sociedad y el universo dividido en tres funciones y niveles: la función soberana, la función guerrera y la función de mera producción material y económica. Este esquema trifuncional habría sido la estructura básica y de fondo del mundo cultural indoeuropeo, y el propio Dumézil la habría llamado “ideología tripartita indoeuropea” (García Quintela 1999: 18-19). Dicha ideología se repetiría en numerosas mitologías y tradiciones; desde la sociedad de castas de la India, hasta los relatos de fundación de la antigua Roma, pasando por los mitos recogidos en las Eddas escandinavas o la mitología céltica irlandesa. Del mismo modo se podría rastrear en la organización social del mundo medieval, o en la sociedad ideal diseñada por Platón en La República.
Siendo así el planteamiento de Dumézil un verdadero clásico para el estudio del mundo religioso del ámbito indoeuropeo, creemos posible a su vez remitirlo a un paradigma superior que venimos señalando en nuestro estudio y que englobándolo dentro de sí, permitiría entender la función soberana así como la función guerrera, como funciones que remiten al “Más allá Celestial”. Siendo entonces la tercera función (la económica y productiva), la que le corresponderá el plano natural y sus divinidades y genios menores provenientes de la esfera “telúrica” de la realidad. De la “esfera intermedia” entre lo natural y lo Sobrenatural, esfera que hemos denominado “Más allá Telúrico”.
Trayendo aquí a colación lo recogido en nuestro glosario, diremos que el “Más allá Celestial” hará referencia al plano invisible superior y trascendente, “sede de los Dioses y los Héroes”, de las “esencias puras y la Eternidad”, que descondicionado de toda contingencia natural o preternatural, es el fundamento y horizonte de la Areté. Del ejercicio de la Virtud.
Siendo el “Más allá Telúrico” el plano invisible, inferior, intermedio e inmanente, sede del Numen, de las divinidades menores y de los difuntos, que asociado a las fuerzas ocultas de la tierra y dependiente del plano meramente natural, es fundamento y horizonte del ritual mágico. De la magia como techné con la que operar sobre dicho plano intermedio o “preternatural” de la realidad.
Tenemos así que el clásico esquema trifuncional de Dumézil, podrá a su vez remitirse a un panorama metafísico que distingue entre lo Celestial y lo Terrenal, así como “lo intermedio” entre uno y otro en el ámbito de lo “telúrico o preternatural”. Con el ejercicio de la Virtud (Areté) como vía hacia “los Cielos” y la Magia, como “técnica” para accionar sobre el plano intermedio de la realidad. Sobre esa suerte de “Alma del Mundo” o Anima Mundi a la que nos remite la idea del “Más allá Telúrico”.
Siendo aquí importante destacar cómo, la primera función del esquema de Dumézil, la función soberana, es no solo soberanía política y jurídica sino también mágica (García Quintela 1999: 18-19), y que por tanto la aproximación y vivencia del plano Celestial no solo genera Auctoritas en el ámbito político jurídico, sino también en el ámbito mágico. Siendo así una soberanía cuyo “ordeno y mando” también alcanzará el plano del numen.
Teniendo en cuenta que estamos frente a culturas que tienen en la guerra el escenario propio para el cultivo de la Areté, será entonces que de la función guerrera no solo surgirá la jefatura y por ende la soberanía, sino también la prerrogativa del ritual mágico y propiciatorio. Son así jefaturas guerreras y mágicas. Portadoras también de la legitimidad y operatividad para el rito.
Obviamente con características como éstas, más o menos desarrolladas o concretadas según el momento y las circunstancias, en ellas parecerá prefigurarse una idea de “Realeza Sagrada” que como veremos en otro capítulo, quizás encontró definitivo refrendo en el Imperio Romano.
En todo caso, lo que queremos destacar aquí es que el ritual mágico, será mayormente prerrogativa de la función soberana, de la primera función. Y que es entonces que en el mundo indoeuropeo la jefatura es jefatura guerrera, y ésta a su vez es jefatura ritual y mágica, siendo así los dioses de las mannerbünde[1], dioses vinculados a la Guerra, el Más allá y la Magia (Peralta Labrador 2000: 214-217 y Bernárdez 2002: 195-211). En este sentido tenemos que reparar en que el ritual mágico, siendo en definitiva una acción de autoridad sobre las “fuerzas ocultas” del mundo natural (lo Telúrico), corresponderá precisamente al portador de la Auctoritas, al portador del Imperium. Esto es, al soberano, al representante de la primera función. El cual no solo gobierna y rige conforme a un determinado prestigio guerrero y Areté, sino que además, dicho prestigio y Areté le hacen portador de la fuerza espiritual que permite llevar a cabo el ritual mágico. Es decir, que le hacen capaz del “ordeno y mando” sobre las potencias del ámbito telúrico y preternatural.
Es en este punto donde claro está, entra en juego la cuestión de la iniciación guerrera y de la asociación del ritual mágico, al ingreso en las mannerbünde (Peralta Labrador 2000: 168-180, Dumézil 1929 y Eliade 1984). A la idea de que la “cofradía guerrera” a través de la iniciación trasmite al neófito una fuerza o “carisma” espiritual, capaz de hacer él un vector de autoridad frente a las potencias del Más allá Telúrico.
En este orden de cosas será importante resaltar que si bien la magia y sus ritos hacen referencia a la acción sobre el “Más allá Telúrico”, dicha magia será facultad propia de la primera función o función soberana. Precisamente por ser ésta la que en virtud de la Areté, tiene la autoridad “sobrenatural” y el “carisma” espiritual correspondiente para poder llevar a cabo el rito, y que éste sea efectivo. La idea sería así que asociados a esas jefaturas guerreras, se darían también ceremoniales de iniciación que otorgarían la prerrogativa del ritual mágico, a aquellos que van a detentar el poder político. Como si la “coronación” de la jefatura viniera precedida tanto del prestigio guerrero, como de la Iniciación Mágica. En este sentido la imagen del jefe guerrero y a su vez mago, la encontraremos meridianamente retratada en la preponderancia de Lug u Odín en los panteones de los Dioses célticos y germánicos (Peralta Labrador 2000: 214-216, García Fernández Albalat 1990: 205-204 y Tovar 1982). Dioses que estarán precisamente vinculados a la Guerra, el Más allá y la Magia…
Por otra parte y sin menoscabo de todo lo dicho, muy posiblemente se dio una “magia menor” al alcance de los miembros de la tercera función, así como un “estamento” guerrero desligado de las iniciaciones mágicas. Unos miembros de las bandas guerreras no “consagrados”, no iniciados en los rituales de las mannerbünde.
Esta distinción de grados dentro de la propia “clase” guerrera nos pone frente a la idea de que el desarrollo de los atributos propios de dicha clase, a partir de un determinado punto, elevan de categoría al sujeto y lo conectan con los atributos propios de la soberanía. Podríamos plantear así que la función guerrera allá donde alcanza su máxima cualidad y desarrollo, se trasmuta en algo más que “función guerrera” y adquiere el grado de “función soberana”. De señor de orden y justicia, así como garante y responsable del marco religioso y espiritual. La institución de la devotio podría ser en este sentido sintomática (Peralta Labrador 2000: 168-172 y 156-162; Bernárdez 2002: 61-65 y Dumézil 1929 y 1971).
Las jefaturas guerreras se convierten de esta manera y potencialmente en soberanías políticas y mágico-religiosas. Entendido esto último en el sentido de señores y oficiadores de los rituales mágicos que conectan a la comunidad, con la fuerza espiritual de los antepasados y armonizan a ésta, con “númenes” y “daemones”. La labor política es de este modo también entendida como una labor ritual, lo que nos invita a reconocer aquí y como hemos dicho antes, simientes de lo podríamos llamar una “Realeza Sagrada”.
El caso del dios Wotan-Odín del mundo escandinavo, será en este sentido paradigmático, pues se nos muestra como una divinidad que tiene en la sabiduría y la magia su máximo atributo, pero dichas sabiduría y magia lo son con especial proyección en el ámbito guerrero y soberano (Bernárdez 2002: 195-211 y Dumézil 1990 y 1986).
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A modo de resumen y hasta aquí, podremos decir que para la Hispania céltica, y en general para la Edad del Hierro europea, el mundo espiritual recogería un vasto y diverso “Universo Invisible” que genéricamente se estructuraría por un lado; con una realidad “Suprema y Celestial”, sede de los Dioses y de aquellos que conquistaron la Inmortalidad tras la muerte: los Héroes. Y por otro; con un mundo invisible e intermedio, telúrico y preternatural, vinculado a las fuerzas ocultas de la Naturaleza, sede de “daemones” y de difuntos, de diosas y “númenes” de las fuentes, las cuevas o los montes, al que se asociarán los ciclos cósmicos de muerte y regeneración.
Para la primera de estas realidades (el “Más allá Celestial”), se señalará un ethos guerrero, una Areté que impele a vivir el “Camino del Héroe” y conquistar la Inmortalidad. Para la segunda (el “Más allá Telúrico”), se dará un ámbito mágico y ritual mediante el cual armonizar o someter ese “plano intermedio”, a los intereses o necesidades humanas. Una religiosidad que podríamos llamar “propiamente pagana”[2], en la que el “operador”, por virtud del ritual mágico, tratará “de tú a tú” al mundo invisible pretendiendo que éste, favorezca sus intereses.
A partir de esta concepción mágica del mundo natural y en el ámbito de las jefaturas guerreras, se desarrollará la idea de una Auctoritas capaz de ejercer Imperium sobre el Más allá Telúrico. De unir en una misma institución soberanía, prestigio guerrero y acción mágica y ritual. Jefatura, acción política y acción ritual unidos conforme a un horizonte en el que se vislumbrará, la idea de la “Realeza Sagrada”. Idea que como podremos ver más adelante, podría haber encontrado especial plasmación en el culto imperial romano. Todo esto sin perjuicio y como ya hemos indicado, de que se diese una “magia menor” y “doméstica”, practicada por el común de la población.
En orden a clarificar lo expuesto sintetizamos seguidamente con un sencillo esquema lo que venimos planteando:
[1] Mannerbünde: Término germánico que literalmente significa “sociedades de hombres”. Nosotros lo usaremos para designar asociaciones guerreras entorno a jefaturas, dotadas de un propio universo espiritual, ético y ritual de orden heroico, iniciático y mágico.
[2] El término “pagano” proviene del latín paganus: Literalmente, hombre del campo, campesino, aldeano o paisano. El término sin embargo será usado en clave religiosa cuando el cristianismo se convierta en la religión oficial del Imperio Romano, y se utilice entonces para denominar las antiguas religiones europeas. Éstas precisamente, estarían perviviendo en las zonas rurales cuando en los ámbitos urbanos, se habría impuesto ya la religión cristiana. En este sentido tendrá ya de por sí un carácter peyorativo, al asociar al pagi (aldea), y a sus habitantes los “aldeanos” (paganos), la pervivencia de las antiguas creencias precristianas. Más allá de esta aproximación histórica y etimológica al término, el término “pagano” nosotros lo hemos usado aquí, conforme a la idea de una religiosidad fundamentalmente naturalista y mágica. Ajena por tanto a una genuina concepción “sobrenatural” y ética de la Trascendencia y lo divino, al reducir ésta, a mero reverso invisible y numinoso del mundo natural. Por tanto y por decirlo así, una suerte de “panteísmo inmanente” muchas veces asociado a los ciclos naturales de muerte y regeneración para el cual, no parecerá reconocerse una verdadera esfera Superior y “Celestial”, y por ende no se remarcará y hará central una determinada vindicación ética. Quedando entonces en primer plano el ámbito mágico y ritual.
Cuando las religiones indígenas de la antigua Europa se vieron desplazadas por el cristianismo, posiblemente sobrevivieron únicamente y de forma residual en sus elementos más puramente mágicos y naturalistas, siendo sustituida su dimensión ética y trascendente por la religión cristiana. Este hecho contribuirá a relativizar el valor espiritual de dicho mundo precristiano al contemplarlo como una tradición carente de un genuino ethos, y de una verdadera Trascendencia.
Señalar aunque sea, pues escapa a las posibilidades de este estudio, cómo en dicha Trascendencia judeocristiana, el ser humano, podría verse obligado a confesar su entera y absoluta dependencia con respecto a la Divinidad (ocurre así marcadamente en el cristianismo protestante). Abundando entonces en la idea postración del Hombre frente al pecado y necesidad unilateral de “Gracia” y “Salvación”. Mientras que en la Trascendencia que venimos estudiando, en la espiritualidad heroica del mundo céltico e indoeuropeo, el ser humano es milites de la Divinidad en el mundo, y frente a ella lo que establece es una relación de Areté y Fides. De honor, lealtad y merito. Puede por decirlo así “por sus obras”, merecer los Cielos…