España en el Laberinto del minotauro.

Año 2015: España en el Laberinto

en España por

En el 2015 se cumplen 40 años de la muerte de Franco, lo que es tanto como decir que hace 40 años que comenzó para España un nuevo periodo histórico que hoy día parece afrontar un cambio de etapa. Un cambio en el que la propia realidad de España se desdibuja y es puesta en solfa, y en el que antiguas problemáticas respecto de nuestra identidad y realidad nacional se enredan una vez más, generando confusión y zozobra.

Repensar España será así tarea fundamental de nuestro tiempo y aunque solo sea para a nivel personal resistir a la propaganda, la demagogia y la confusión, planteamos seguidamente algunas pautas y reflexiones que a modo de “Hilo de Ariadna”, permiten salir del Laberinto…

España sufre a día de hoy una Crisis de Nación, una Crisis de Identidad. Sin esta crisis el independentismo sería marginal e irrelevante para la vida política española.

Gran parte de esta crisis es debida al nacionalismo. A la ideología nacionalista. Ya sea por lo que fue en el pasado el nacionalismo por decirlo así “españolista” del franquismo, ya sea por el nacionalismo secesionista y antiespañol del separatismo catalán o vasco de nuestro tiempo. Este nacionalismo de un lado y otro enturbia y confunde la cuestión identitaria española.

Frente a este problema tanto la izquierda como la derecha españolas actuales parecen no saber dar una respuesta ni entender el problema. La izquierda, porque aparenta estar completamente fuera de juego respecto de la cuestión identitaria española, de la que parecen no tener si quiera conciencia. Y la derecha, tecnocrática y economicista, en la que a un aparente desinterés por la comprensión de la realidad desde las Humanidades, acompaña una obsesión por lo que llaman “marca España”, que poco o nada tiene que ver con la dimensión y cuestión identitaria de lo español y sus problemáticas.

Los orígenes de la problemática identitaria española pueden posiblemente rastrearse en las problemáticas de la España tradicional y premoderna a la hora de engarzarse en la propia Modernidad. Problemáticas que se traducirán en las dificultades para dar a luz un auténtico proyecto español de comunidad política y cultural en el Mundo Moderno.

En todo caso, y más allá de la reflexión y discusión sobre dichos orígenes, en lo que ahora nos atañe la cuestión fundamental es que el problema no lo tenemos tanto con el “hecho diferencial” catalán, vasco, gallego o andaluz… como con la ideología nacionalista propiamente dicha, y la ausencia a su vez de una verdadera conciencia identitaria española.

No tenemos así un problema con lo identitario catalán, vasco o gallego… tenemos un problema con el nacionalismo y el uso que éste hace de lo identitario. Uso que solo puede prosperar y resultar verosímil en sus tergiversaciones, en el contexto de una ignorancia e inconsciencia de la identidad común española. En el contexto de una suerte de “ignorancia de nosotros mismos”.

Paradójicamente, dará la impresión de que dicha carencia de una consciencia identitaria española, dicha combinación de “ignorancia, indiferencia y complejo” respecto de lo español, habrá nacido en gran medida como consecuencia del nacionalismo franquista y su uso abusivo e ideológico, unilateral y de parte de España y lo español.

Apropiación del nacionalismo franquista de la cuestión identitaria española, que una vez agotado el franquismo, parecería habernos dejado acomplejados y confusos respecto del valor y sentido de la propia españolidad. Toda vez que además dicho nacionalismo franquista, tiene en frente suyo los distintos nacionalismos secesionistas como “contra imagen y sombra” de su propio existir y accionar. Nacionalismos secesionistas que como en un movimiento pendular han hecho de los últimos 40 años una ocasión para su desarrollo, aprovechando dicho complejo y confusión.

El problema que afrontamos es así un problema no tanto político o económico como ideológico. Un problema con la ideología nacionalista, de un lado y del otro, y sus consecuencias y proyecto.

Insistimos en este sentido en que no hay un verdadero problema con el “hecho diferencial” catalán o vasco, sino con el plan que el nacionalismo separatista, desde el comienzo mismo de la democracia del 78, ha tenido, mantenido y cultivado con la excusa de dicho “hecho diferencial”. Plan que responde más a la ideología que a la realidad, para el que apenas cabe autocrítica ni cuestionamiento interno, y que a su vez no hubiera en ningún caso prosperado si no hubiéramos vivido en ausencia de una conciencia identitaria española. Ausencia larvada paradójicamente en otro nacionalismo, el nacionalismo franquista.

El problema es así el nacionalismo en sus diversas formas: centralista y separatista, pero nacionalismo en todo caso. Vicio y perversión de la virtud del patriotismo y adulteración y malversación de la sana conciencia identitaria.

En este orden de cosas creemos que no es exagerado decir que España se encuentra, desde hace quizás algo más de 100 años, en ausencia de un principio espiritual de cohesión nacional. Y es en ausencia de dicho principio, que ha prosperado entre nosotros el nacionalismo en sus formas más perniciosas. Si dicho principio hubiera estado asentado, el nacionalismo y sus problemáticas nunca hubieran llegado hasta el punto en que ahora se encuentran y estamos convencidos de que a día de hoy estarían en el ámbito de la marginalidad política.

Repensar España es así tarea fundamental de nuestro tiempo y en ella la conciencia identitaria española, común y a su vez diversa y heterogénea, debe saber imponerse a las adulteraciones de todo nacionalismo, cuyas argumentaciones difícilmente resisten la objetividad. Debiendo llevarse a cabo esta labor de mano de la reelaboración de esos principios espirituales de cohesión fraternal, sin los cuales la deriva nacionalista y el laberinto en el que nos ha metido no terminará de quedar atrás.

En este sentido y aunque solo sea para a nivel personal resistir a la propaganda, la demagogia, la confusión, y no dejarnos llevar por los disparates nacionalistas o desanimarnos frente al paramo identitario español, planteamos seguidamente algunas pautas y reflexiones.

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En primer lugar, España, en su recorrido histórico político, étnico cultural y desarrollo antropológico, es una raíz común de la que surgen los distintos pueblos y regiones de España. España no es así una comunidad de vecinos de la que se entra y se sale sin más. No somos pueblos extraños entre sí conviviendo en un mismo lugar. Somos un conjunto de pueblos hermanos de cuya, por decirlo así, “consanguinidad” histórico cultural no podemos sustraernos sin romper la unidad familiar, sin afrentarnos entre hermanos, sin faltar a nuestra raíz común.

Tenemos de este modo las mismas raíces y somos las mismas gentes pero con diferentes “ramas”, “estilos” o personalidades colectivas. Pueblos hermanos que, cada cual a su manera, participa de una genérica “cultura española” o “ser español”, que todo visitante extranjero reconoce en cuanto pisa nuestra tierra. Hermanos así en una suerte de España pre política. Una España cultural y antropológica anterior a su cristalización en un proyecto político concreto. Una España de la que en este sentido se es no por sentimientos o filiación política, sino como el universo cultural, antropológico y étnico de hecho, a partir del cual hacemos nuestra vida y nuestra persona. Españolidad de hecho para la que nuestros sentimientos de españolidad o inclinaciones políticas ni aportan ni quitan nada al hecho de ser españoles. Pues en este ámbito, se es español no por filiación política o sentimental sino por identidad cultural y antropológica. Se tenga conciencia de ella o no.

Somos en este sentido una de las identidades colectivas de Europa, como puedan serlo los británicos o los escandinavos, y con mayor o menor acierto, y conforme a nuestras circunstancias y vicisitudes históricas, hemos conseguido “no dejar de ser españoles” y darnos un proyecto político común de siglos de antigüedad.

Dicho esto, España no solo será así una raíz común cultural, antropológica e histórica, sino que además, habrá sido con distintas formas y peculiaridades, un proyecto político común para dicha raíz y su diversidad de pueblos y regiones. España es también, y valga la redundancia, el proyecto político para las gentes de España.

Desde la Hispania Romana, que aglutina en un mismo ente administrativo a los distintos pueblos de la Hispania Antigua, al Reino godo de Toledo, primer “Regnum Spaniae” y, por ende, proyecto político común para toda España. Del ideal neogótico que en algún momento informó a todos los reinos de la España cristiana frente al Islam; León, Navarra, Aragón o Portugal… a esos primeros “españoles” que se mencionan en el Reino Franco para referirse indistintamente a los habitantes de Aragón, los condados catalanes y en general la Marca Hispánica. De la unión territorial de los Reyes Católicos y el rey Fernando afirmando que dicha unión “restaura” la unidad del reino godo de Toledo, a un Cervantes o un Lope de Vega que en repetidas ocasiones afirman su condición de españoles y su convicción política española.

España como proyecto político no es así un invento de Franco… no es una cascara vacía sin refrendo histórico a lo largo de los siglos. La España política es por el contrario una larga andadura, con luces y sombras, aciertos y desaciertos, mayor o menor consciencia por parte de los españoles, pero realidad inapelable que, desde la objetividad, no puede ser negada…

Dicha España política, por otro lado y como hemos señalado anteriormente, no se habrá construido sobre una miríada de pueblos extraños, naciones en sí mismas sin mayor vínculo entre sí que la vecindad territorial… No, no habrá sido así… La España política se ha proyectado y desarrollado sobre pueblos hermanos de raíces comunes, partícipes todos de una diversa pero fehaciente “cultura española” o “ser español”. Lo que nos configura como uno de los grupos étnico culturales de Europa (el de los españoles) grupo que como conjunto poseerá a su vez subgrupos dentro de sí, como puedan ser los catalanes, castellanos, vascos, extremeños o andaluces. Pueblos hermanos que no vecinos.

Vecinos tenemos. Marruecos y el Magreb son nuestros vecinos, y a la vista está que no son españoles ni nosotros marroquíes. También a la vista estará que si Marruecos y el Magreb son vecinos, Cataluña y Aragón son algo más, son pueblos hermanos…

Es mucho más lo que nos une que lo que nos separa, ningún pueblo de España existe por sí mismo como raíz propia desvinculada del tronco común de lo español. No somos una comunidad de vecinos… esto no es verdad. No hay distancias insalvables en nuestros distintos perfiles y personalidades colectivas como para considerarnos gentes extrañas. Somos pueblos hermanos y como tales políticamente debemos actuar.

Todo ello nos conduce en puridad a afirmar la existencia de un ámbito cultural español del cual participan los distintos pueblos y regiones de España, una “dimensión identitaria española”. Además, nos conduce a aspirar, más allá de desavenencias, desencuentros y rencores, a un proyecto político común para todas las gentes de España. A una España política que, unida en la diversidad y diversa en la unidad, de traducción política a nuestra hermandad antropológica, histórica y cultural.

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Castilla, finalmente y en gran medida, capitaneó el proceso político de reunificación que supone el Medievo español tras la invasión islámica y la caída el reino godo de Toledo. Pero esa capitanía fue disputada por todos en algún momento del Medievo, ya sean Navarra, Aragón o Portugal, y todos ellos, al igual que Castilla, conforme al mismo ideal neogótico y la misma vocación de protagonismo e impronta en las distintas regiones de España. Castilla finalmente fue la que se impuso por los motivos que fuera y el castellano ha terminado siendo, desde hace mucho tiempo, la lengua común de toda España. Esto, sin detrimento de que existan otras lenguas españolas, como el catalán, el gallego o el vascuence, que siendo españolas no han tenido la repercusión del castellano. Esta preponderancia del castellano solo desde la ideología nacionalista puede usarse como arma arrojadiza, ya sea para laminar las otras lenguas de España, ya sea para hacer valer un independentismo antiespañol.

Por otro lado, este Medievo español nunca puede ser entendido si obviamos al reino godo de Toledo y su “Regnum Spaniae”. Su “Reino de España”, primera realidad política de una España unida que, como ideal de “unidad perdida”, alimentará el discurso neogótico de todos los reinos cristianos surgidos en España tras la invasión musulmana. Unidad perdida que afirmará el propio Fernando el Católico al hablar de “restauratio” con la conquista de Granada y que afirmará el pueblo llano cuando, en sus romances sobre la invasión islámica, la llamen literalmente: “La Pérdida de España”.

Españoles que como tales ya son señalados, en la Edad Media y en el mundo franco, los habitantes de la Marca Hispánica – ya sean aragoneses o catalanes – o donde Navarra y Aragón son señalados como reinos de España, en los versos del Cantar de mío Cid.

Del mismo modo, los conflictos entre foralismo y centralismo, entre federalismo medieval y austracista y centralismo borbónico, son conflictos no entre naciones sino entre modelos administrativos fruto de diferentes filosofías políticas. No son conflictos identitarios y de nación a nación, sino que para el caso concreto de la Guerra de Sucesión, suponen el enfrentamiento entre un modelo territorial de raíces medievales, y por tanto sesgos confederales, y un modelo centralista de raíces modernas e ilustradas. Modelo austracista y modelo borbónico que, en ningún caso, podrá suponer una lucha nacional de Cataluña contra España y que, por el contrario, es reflejo de las convulsiones que en toda Europa está produciendo el paso de la Europa tradicional a la Europa moderna. Conflicto que se prolonga durante el siglo XIX y al que también podrán adscribirse las Guerras Carlistas, enarboladas en no pocas ocasiones por el nacionalismo vasco como excusa justificadora de su discurso.

En este sentido, el largo, problemático y cruento proceso de cerca de tres siglos a través del cual España se va incorporando a la Modernidad (proceso que casi nos atrevemos a decir que concluye con la muerte de Franco), no es escenario de luchas nacionales por la independencia, sino escenario de guerras civiles entre españoles. Guerras civiles que no son sino la parte española de la “guerra civil europea” que supuso el tránsito de los modelos tradicionales de raíces medievales, a los modelos modernos enraizados en la Ilustración y la Reforma Protestante.

Solo la ideología nacionalista es la que haciendo uso tergiversador e interesado de la Historia, pretende que dicho proceso histórico sea reflejo de una lucha nacional por la independencia. Solo la ideología nacionalista, considera que aquellos conflictos son albur de una “lucha contra España y por la libertad”. Y es que como hemos señalado anteriormente, nuestro problema no es con el “hecho diferencial” de unos u otros, sino con el discurso que el nacionalismo quiere hacer de dicho “hecho diferencial” aún a riesgo de manipular la Historia.

En este sentido hay que insistir en que el problema que plantea el separatismo es en gran medida un falso problema, pues existe fundamentalmente porque hay nacionalistas. Y la razón de ser de los nacionalistas en primer lugar, e independientemente de todos lo demás, es crear su nación. Esto aún a costa de falsear y retorcer la Historia, falsear y retorcer las palabras y conceptos, exacerbar las identidades colectivas, enfrentarlas entre sí o dividir la sociedad. Y claro está, desde 1978 el nacionalismo no habrá hecho sino avanzar paulatinamente hacia donde indefectiblemente su propia naturaleza le tenía que conducir: la revuelta contra el Estado. Obviamente dicha revuelta se habrá visto precedida de la correspondiente demagogia y victimización en torno a ofensas y agravios a los que solo ya la independencia podría dar una respuesta digna…

Y sin embargo, la verdad es que si no existieran nacionalistas o, mejor aún, si la ideología nacionalista hubiera quedado desenmascarada, difícilmente se habría llegado al punto en el que ahora nos encontramos y los nacionalistas no dejarían de ser una opción minoritaria y marginal.

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Ahora, dicho todo esto, hay que hacerse cargo de que nos enfrentamos a “generaciones perdidas” para las que nada de lo que se pueda argumentar les va a hacer cambiar de opinión. Tenemos enfrente nuestro numerosísimas personas con las que difícilmente se puede argumentar racionalmente, pues han hecho una adhesión sentimental y casi religiosa a los dogmas del separatismo. “Suras del separatismo” que repiten como consignas de una religión revelada en las que la posibilidad de dialogo argumental, objetivo y racional es apenas posible. Y aún siendo evidente que no estamos hablando ni de religión ni de sentimientos, la deriva dogmática y sentimental está tan presente en no pocos ámbitos del nacionalismo separatista que tenemos que hacernos cargo de que el diálogo será prácticamente imposible. Pues sin un basamento de objetividad y racionalidad el diálogo político no es tal.

Del mismo modo, ya sea por el Franquismo, ya sea por la Guerra Civil, ya sea por alguna otra razón que se nos escapa, en esos mismos ámbitos del separatismo más acérrimo es fácilmente reconocible una profunda endofobia. Un odio a España y lo español y a todo lo que pueda simbolizar la presencia y realidad de España (más aún en el contexto de las regiones que se quieren independizar), que de nuevo nos retrata un perfil y discurso de difícil contra argumentación racional[1]. Pues lo que tenemos en frente es una exacerbación sentimental y prejuiciosa en la que España es caricaturizada de manera denigrante a través de tópicos casposos, que se enarbolan a modo de prueba fehaciente del carácter fracasado y rancio de una nación a la que no se pertenece y hay que dejar atrás.   De nuevo, frente a planteamientos como estos, poco o nada se puede hacer desde el diálogo. Y guste o no lo que estoy diciendo ahora, será una triste realidad el saber que en muchas ocasiones, en frente nuestro y en este debate, tendremos personas con las que será dificilísimo conversar de acuerdo a un horizonte de objetividad. Ni que decir tiene que en dichas posturas habrá mucho de contra imagen del discurso análogo pero antitético, que durante años se mantuvo por parte de algunos sectores del franquismo. Resultará así paradójico pensar que los últimos coletazos del franquismo no están tanto entre los nostálgicos del 20N, como entre quienes siguen luchando contra Franco 40 años después y desde el nacionalismo separatista…

Por otra parte, y quizás por el mismo motivo, la izquierda española no ha hecho sino ponerse de perfil con esta cuestión. Como acomplejada por España ha trasmitido, en no pocas ocasiones, la impresión de entender España más como un entramado jurídico que conforma un estado que como una realidad cultural, histórica y antropológica que conforma una nación de la cual dicho estado no es sino su plasmación política. Es sintomática la insistencia en no pocos sectores de la izquierda en hablar de “Estado Español” para referirse a España, y poner entonces el acento de la realidad nacional no en España sino en Cataluña, País Vasco, Galicia e incluso Castilla. España no tendría así sustancialidad nacional, y sí la tendrían sus regiones, siendo entonces que el estado central a la mínima resultará sospechoso de “españolismo”, de “franquismo”, de “centralismo”, de “fascismo”… Hasta tal punto llegará este dislate que el ámbito de la cultura popular afectada de endofobia y en maridaje de nacionalismo separatista e izquierda irredenta, a la música hecha en España se la llama “música estatal”, “rock estatal” o “movida estatal”. Negándose a decir que tal o cual banda de Rock es una banda de Rock español o de Rock hecho en España… En fin, otra muestra más de la dimensión casi patológica que alcanza el separatismo, así como del lenguaje cargado de sofismas con el que insistentemente se adultera el debate y confunde deliberadamente las cosas.

Ni que decir tiene que la derecha tampoco habrá hecho mucho para corregir esta irregularidad de nuestro país y en ella los complejos también estarán presentes. España apenas es reconocida así desde la derecha como realidad identitaria y su existencia y defensa se centrará en la Constitución, la “marca España”, los éxitos internacionales de unos pocos empresarios españoles y los éxitos deportivos cuando los hay. Una España sin arraigo y sin apenas raíces en la Historia que parecerá poder solo ofrecerse y defenderse desde “el patriotismo constitucional”, la obsesión por la estabilidad económica y el triunfo en las competiciones deportivas.

Con un panorama tan enclenque, tan acomplejado, tan confuso respecto de qué cosa es España y quiénes somos y qué nos une, no nos debe extrañar la indiferencia con la que no pocos españoles viven estas cuestiones. Como si la identidad nacional común y su plasmación política en un estado fuera cosa de segundo orden, en la que todos pecan de nacionalismo (tanto los separatistas como los que se oponen al separatismo), repitiéndose entonces el “mantra” de que el problema territorial es un problema de choque entre dos nacionalismos obcecados. Siendo entonces la solución una suerte de relativización de lo nacional y un repliegue a las preocupaciones individuales del ámbito más puramente personal: nuestro trabajo, los ingresos, la nómina, la hipoteca…

Obviamente una sociedad en la que la cuestión identitaria es vivida de manera exacerbada desde el nacionalismo o vivida desde la más pura indiferencia individualista y relativismo, es una sociedad con un problema grave de auto conciencia y auto conocimiento. Con un problema de identidad.

En este orden de cosas no estará de más que al patriotismo social, del que se hace gala en algunos ámbitos políticos – que con razón señala como enemigos de nuestro país a la corrupción, la desigualdad, el paro, la falta de oportunidades, la agresión al medioambiente o la falta de empatía y solidaridad para con los más desfavorecidos – se le una también un patriotismo identitario capaz de defender sin complejos la realidad de España. Un patriotismo identitario que afirme nuestras raíces comunes como un valor y vector de fuerza y apoyo mutuo; y nuestra diversidad y nuestra unidad como realidades que nos constituyen y enriquecen, y que no deben ser manipuladas por ningún nacionalismo de un sesgo u otro. Un patriotismo en el que la lucha contra el separatismo sea también un frente del patriotismo social, pues detrás de dicho separatismo hay casi siempre una renuncia a la fraternidad entre pueblos hermanos y una llamada a la insolidaridad.

Por desgracia, no parece que entre los partidos que hacen bandera del patriotismo social, la más mínima conciencia identitaria común tenga lugar; y compran la “mercancía averiada” y “jerga falsaria” de los separatistas, llamando “derecho a decidir” a lo que no es sino “derecho de autodeterminación”, defendiendo incluso referéndums vinculantes para regiones concretas de España. Como si la propia ejecución de dichos referéndums no supusiese ya una decisión unilateral de una parte respecto de un todo, que nos afecta y vincula a todos

La ausencia de un sano patriotismo identitario común para todos, afirmado en la diversidad pero español y sin complejos, en unión con un imprescindible patriotismo social, capaz de señalar los desafueros de un sistema en el que dinero pesa más que las personas, será una de las carencias más lacerantes del panorama político español.

*

Tenemos así por delante una auténtica batalla cultural que trasciende el ámbito de la disputa política entre partidos; porque los complejos y limitaciones de las respuestas al separatismo desde la derecha y la izquierda, unido a la vivencia fuertemente ideologizada y sentimentalmente victimizada, exacerbada y en ocasiones incluso fanatizada del nacionalismo separatista, ha provocado la hegemonía cultural de este último. Una hegemonía en la que solo la adhesión a sus postulados o a la ambigüedad respecto de la realidad nacional española son tenidas por respetables, dejándose caer sobre cualquier otra opción un manto de sospecha de “españolismo”, “fascismo” o pensamiento reaccionario. Como si para el ámbito de la cuestión territorial solo en el nacionalismo separatista o en la relativización del valor de la unidad de España pudiera encontrarse una actitud de progreso y modernidad. Siendo la defensa de la Unidad posible prueba de una mentalidad casposa, rancia y anticuada… Defensa en la que no pocos creadores de opinión en radio y televisión evitan entrar, aun no siendo ellos nacionalistas y por un prurito de progresía que podría ponerse en duda si frente a los separatistas no muestran paños calientes… Hasta tal punto habrán llegado aquí los complejos que en España hemos tenido que aguantar cómo políticos de la más alta responsabilidad se manejaban con remilgos a la hora de reconocer la realidad nacional e histórica de España…

Es así a nuestro entender que en esta batalla cultural habrá que dar el Do de pecho, y esto independientemente de por donde vaya a discurrir nuestra malhadada situación política o económica. Es decir, más allá de cómo se desarrolle el conflicto territorial en las disputas políticas entre partidos, es el ámbito de la cultura donde tendremos que asentar en nosotros mismos y afirmar allá donde fuera necesario, y conforme a nuestra circunstancia personal, el convencimiento racional de que España existe y es una realidad histórica, étnico cultural y antropológica objetiva. Que diversa y heterogénea es un conjunto de pueblos hermanos de raíces comunes que tienen más que ganar que perder en la constitución de un proyecto político común. Proyecto solidario, de esfuerzos, fatigas y alegrías compartidas que, independientemente de su flexibilidad territorial, no puede quedar socavado en su unidad. Que ha llegado el momento de que, sin complejos ni veleidades nacionalistas, recuperemos una concienciación identitaria común respecto de nuestra condición de españoles. Españolidad que no será sino una rama más del gran árbol de la identidad europea. Afirmando desde aquí un patriotismo social en el que ninguno de nosotros pueda quedar tirado en la cuneta sin mayor culpa que haber sido una persona humilde y honrada, pero en el que tampoco vayamos a aceptar que se levanten fronteras entre pueblos hermanos. Una nueva España, regenerada y reubicada en su Historia e Identidad, reconciliada consigo misma, unida en la Fuerza, diversa en la Riqueza, solidaria y fraternal, que pueda ofrecerse a las generaciones que vienen como horizonte de esperanza y compromiso más allá del laberinto en el que unos y otros la han metido…

[1] Aquí el caso del separatismo etarra habrá sido especialmente horroroso, con un fanatismo nacionalista que no ha puesto freno al odio y se ha entregado de manera obscena al asesinato, el secuestro y el crimen sin hacer examen de conciencia, y en permanente auto justificación demagógica a partir de todo tipo de excusas y en la más flagrante insolvencia ética y moral.

CC BY-NC-SA 4.0 Año 2015: España en el Laberinto por Gonzalo Rodríguez está licenciado bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

Gonzalo Rodríguez Gonzalo Rodríguez García es doctor en Historia por la Universidad de Castilla-la Mancha. Su tesis doctoral trató sobre la antigua Hispania céltica y su cultura guerrera. Formado en filosofía e historia sigue la línea doctrinal de la Sophia Perennis y la Escuela Tradicionalista.

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