Ariadna abandonada
No por conocida la historia de Ariadna es siempre puesta valor en todo lo que nos puede enseñar…
Los mitos y leyendas guardan tesoros de sabiduría que a modo de “mensajes en la botella” lanzados al océano del tiempo, pueden aún hoy iluminar nuestras vidas.
Ariadna abandonada, desconsolada en una isla solitaria tras haberlo perdido todo, es una de las historias más fascinantes del genio humano. Tratar de extraer de ella la enseñanza que la antigua Grecia nos legó, puede que haga parte de las tareas de nuestro tiempo. Si es que nuestro tiempo aspira a sacudirse el nihilismo y desazón que lo atenazan…
*
1-Ariadna, Teseo y el Minotauro:
Ariadna es la hija de Minos, rey de Creta. Su padre a su vez es hijo de Zeus y de Europa, raptada ésta por Zeus adoptando la forma de un toro blanco y llevada hasta la isla de Creta, donde Zeus revelará su auténtica identidad y hará de ella su amante.
El reino cretense de Minos llegará a convertirse en un poderoso imperio marítimo que somete bajo a su égida, a ciudades griegas como Atenas. Poseidón, señor de los mares, enviará entonces un gran toro salido de las aguas para que le sea sacrificado por Minos, en señal de gratitud. Sin embargo Minos, maravillado con el esplendor y fuerza del animal, decidirá quedárselo para él y no sacrificarlo. Poseidón responderá a la ofensa e ingratitud despertando en Pasifae, la esposa de Minos, un deseo sexual irrefrenable hacia el toro. De la pasión contra natura de la reina hacia al toro, nacerá el Minotauro…
Mitad hombre y mitad toro, de fuerza y furia temibles, el fruto monstruoso de la impiedad de Minos será encerrado en un laberinto. Alimentando a la bestia todos los años con siete chicos y siete chicas, que a modo tributo, la ciudad de Atenas deberá pagar al reino de Creta. Chicos y chicas que son introducidos en el Laberinto para que sean cazados y devorados por el Minotauro…
Durante años la ciudad de Atenas cumplió con el sangriento tributo, pero finalmente el propio Teseo, hijo de Egeo rey de Atenas, se ofrecerá voluntario para formar parte del tributo. Dispuesto a enfrentarse él mismo al Minotauro y acabar con él.
Oculto y de incognito entre los jóvenes que llegan a Creta para ser entregados al laberinto y su bestia, Teseo desembarca en Creta y allí, al ser expuestos frente a Minos, Ariadna se fija en él. Lo ve en la distancia, apenas desapercibido entre los chicos y chicas que van a ser víctimas del Minotauro, y quizás movida por la claridad que a veces dan las distancias, donde no caben ni mascaras ni juegos de seducción y se ve el alma tal cual es, Ariadna se enamora perdidamente de Teseo…
En secreto llegará entonces hasta él y le ofrecerá ayuda. Entregándole un ovillo de lana que desenrollándolo al avanzar por el laberinto, le permitirá después encontrar la salida. A cambio de su ayuda le hace prometer que la llevará consigo a Atenas y se casará con ella.
Teseo promete ese amor y con el “hilo de Ariadna” como bitácora en las vueltas y revueltas del laberinto, se adentra en éste buscando al Minotauro. Teseo se enfrentará al hermano bastardo de Ariadna y lo matará con sus propias manos.
A la salida del laberinto lo estará esperando Ariadna y juntos escaparán de Creta rumbo a Atenas. Sin embargo, a la historia de amor de Ariadna y Teseo, le quedaba un episodio más…
A mitad de camino Teseo decide parar en la solitaria isla de Naxos, para descansar del viaje y aprovisionarse de agua. Ariadna desembarcará en la isla y agotada de tantas emociones se recostará en la playa, quedando placida y profundamente dormida.
Al despertar encontrará que está sola. Nadie responde a sus llamadas y Teseo y sus naves parecen haber desaparecido. Nadie queda allí excepto ella. Entonces lo ve, en la raya del horizonte, a punto de perderse en la distancia, el barco de Teseo… “el héroe” la ha abandonado.
2-Ariadna abandonada:
Ariadna se derrumba, cae sobre la playa rota de dolor y llora desconsolada. Ha traicionado a su padre y dejado atrás su patria por el amor de Teseo, y éste sin embargo la ha abandonado. Engañada ha dormido confiada en la playa con el murmullo de las olas acunando su sueño, y Teseo ha aprovechado el momento para abandonarla sin más. Sin una palabra, sin un gesto. Nada le queda ya, en su amor por Teseo lo puso todo, y todo lo ha perdido…
Al atardecer Ariadna se pone en pie. Aunque por sus mejillas todavía caen lágrimas tiene el gesto sereno y la mirada limpia. No hay arrobo en su pecho ni nudo en sus entrañas. Contempla serena el sol ponerse y frente a las últimas horas del peor día de su vida, se afirma sin embargo en sí misma y en su vida. No negará al mundo ni al destino aun a pesar del dolor y los sin sabores de la existencia, y con dignidad de reina, se mantendrá en pie en las horas del ocaso…
Es en ese momento que frente a las costas de la isla de Naxos pasa el barco de Dionisio. El alegre dios del vino, del gozo y el éxtasis. De la exuberancia de la vida, y de la vitalidad de las cosas que crecen y dan frutos rojos…
Dionisio contempla entonces maravillado a Ariadna. Queda prendado de su belleza y su entereza. De su dignidad sostenida por encima de la soledad y el desconsuelo. De la mirada serena y la quietud del gesto.
Dionisio se enamora de Ariadna y con honores de reina, la invita a subir su barco y hacerla su esposa. Dionisio la regalará una corona, forjada por Hefestos, el dios orfebre y herrero del fuego subterráneo; y con ella coronada subirá al Olimpo a celebrar las nupcias del dios de lo embriagador de la vida, con la princesa abandonada que tras llorar su lamento, se puso pie…
*
Los mitos y leyendas, no son “cuentos para niños”… no son meras fantasías caprichosas con las que distraer nuestro tiempo o entretener a los más pequeños.
Los mitos y leyendas son el lenguaje del símbolo y el arquetipo. La enseñanza de la alegoría en pos de las “verdades de la vida”.
Verdades que por su propia condición espiritual, no pueden conocerse en laboratorios o fórmulas matemáticas, siendo entonces que el mundo de la Tradición supo acercarse a ellas, a través de mitos y leyendas. Mitos y leyendas que aun hoy, pueden enseñarnos cosas sobre nosotros mismos, y sobre nuestra propia existencia.
La historia de “Ariadna abandonada” resultará en este sentido profundamente aleccionadora e interesante pues en ella, lo que parecía un “cuento” abocado a un final feliz, se tuerce con el episodio del abandono. Siendo en dicho episodio que a poco que nos fijemos en él, parecerá estar queriéndosenos decir algo importante…
Fijémonos así en cómo en un primer momento Ariadna se derrumba. Cae al suelo desconsolada y desesperada. Abandonada y sin camino posible de vuelta ni futuro esperanzador al que mirar. Ariadna se sume en la desolación.
En una segunda escena Ariadna se pone en pie. Atardece ya y el sol se esconde, y frente a la puesta de sol Ariadna se levanta y permanece serena y tranquila. Con lágrimas en los ojos pero sin angustia en el corazón. Ha asumido su destino fatal, sin desesperación ni rabia, como encontrando en sí misma la columna que la sostiene aun pesar de que en torno suyo, todo parece estar perdido o no tener sentido.
Seguidamente y ya en un tercer momento, aparece navegando frente a la playa la nave de Dionisio. El dios queda prendado de Ariadna. De su belleza serena y su dignidad dolida pero entera. Y se enamora de ella. Y fijémonos que quien se enamora no es otro que Dionisio. No es un héroe tipo Teseo o Perseo, ni un dios tonante y supremo como Zeus, es Dionisio. Y Dionisio no es un dios cualquiera… Es el dios de la dimensión embriagadora de la existencia. De la vida en efervescencia que tiene en el vino su símbolo y en la música del aulós, la conjura para las desazones del alma y la celebración de la alegría.
Finalmente Ariadna sube al barco de Dionisio, éste la corona y llevándola consigo al Olimpo, allí la desposa. Andando el tiempo la corona de Ariadna podrá verse en el cielo nocturno en la “Corona Boreal”. “Diadema” de siete estrellas que apunta siempre al norte y que como constelación, será justo en el mes de mayo, en la apoteosis de la primavera, que alcanzará su punto álgido en el firmamento…
Ciertamente los mitos y leyendas son algo más que un mero juego ocioso de la imaginación, y conociendo la historia de “Ariadna abandonada”, parece difícil poder pensar lo contrario. Pues todos de algún modo en algún momento de nuestras vidas, nos hemos podido sentir como “Ariadna Abandonada”… Y ¡ojo! no estamos haciendo referencia aquí al mal de amores o al fracaso sentimental, cosa que por obvia nos parece superflua. Tampoco a las disquisiciones que respecto del “Eterno Femenino” se han hecho en relación a la figura de Ariadna. No, nosotros estamos haciendo referencia aquí por decirlo así, a la “angustia existencial”. Sobrevenida ésta por el motivo que sea, pero en la que en definitiva se experimenta esa sensación de abandono, en un lugar solitario y sin sentido, como pueda ser la propia vida…
El mito trasciende así la lectura meramente relativa al desamor y nos señala con mayor profundidad, hacia la existencia en su vertiente necesariamente dolorosa, a veces incluso desesperada, en la que todos de un modo u otro, podemos en ocasiones arribar. Derrumbándonos como Ariadna en la playa de Naxos al ver marchar para siempre, en la lejanía, la velas de las naves en las que viajaba nuestra más alta esperanza…
Es aquí donde el mito de Ariadna nos maravilla por su enseñanza:
Ariadna en pie, entera y serena, aun con lágrimas todavía en los ojos, nos sugerirá la afirmación de un “Yo superior” que se sobrepone a los aspectos contingentes de la existencia, encontrado dentro de sí, no un vacío que la angustia y que necesariamente tiene que mirar fuera para llenarse (llámese Teseo o de cualquier otra manera), sino una fuerza que la sostiene y la libera. Una fuerza que la pone pie, le serena el alma y que hace de las inevitables heridas de la vida, fuente de dignidad y fortaleza. Adquiriendo entonces el porte y la presencia de una Reina…
Frente a la “angustia” del dasein de los existencialistas modernos y su “ser arrojado al mundo”, para la muerte, para la nada; Ariadna ofrece desde el mundo de la Tradición una imagen antitética, en la que la inevitabilidad del dolor y el aparente sin sentido de éste, es superado con la afirmación de un “Yo Central y Regio”. Un Yo en el que ya no cabrá ni angustia ni sufrimiento, aunque el dolor pueda seguir haciendo brotar lágrimas de nuestros ojos…
Pero hay más, la sabiduría de la antigua Grecia tiene incluso otra enseñanza más que trasladarnos, pues esa entereza y dignidad, esa fuerza interior y liberación respecto de nosotros mismos y nuestro “yo inferior”, blando e inmaduro, todavía preso de las pasiones del mundo, termina por enamorar ¡al mismísimo Dionisio! Al dios de la vida alegre y embriagadora. Al dios del gozo y el éxtasis, de la danza y el don de los frutos de la vid.
Es decir, en el mito de “Ariadna abandonada”, se nos estará indicando que en ese sobreponernos a los sin sabores de la existencia y a nuestra propia angustia o sufrimiento, adquirimos la mirada serena y la dignidad de quienes se hacen “Reyes de sí mismos”. Siendo entonces que dejando atrás ese yo doliente y angustiado, “el espíritu de la vida”, se enamora de nosotros…
Como si mientras dependamos o estemos condicionados por algo externo a nosotros mismos (Teseo), para considerarnos rumbo a nuestro destino, la vida en su sentido más profundo y mágico (Dionisio), pasara de largo frente a nosotros. Siendo por el contrario, que cuando nos sobreponemos a dicha vida condicionada y dependiente, cuando aún con lágrimas en los ojos dejamos atrás el corazón angustiado de quien no ha hallado dentro de sí su fuerza y su camino, entonces sí, “la magia de la vida” se enamora de nosotros, nos hace suyos, y nos corona como Reyes…
*
En la mirada de Ariadna en Naxos, al atardecer del día de su abandono, serena y fuerte aún pesar de la herida, se nos podrán estar dando quizás las claves esenciales de la antigua Hélade: “Luz y Afirmación”.
Luz que no depende de ningún “sol” o “llama” ajena a nosotros mismos pues está perenne en el centro de nuestra alma. Como un “fuego secreto” que debemos saber despertar y hacer nuestro. Una “Luz de lo Alto” que anidada en nuestro corazón una vez se enciende, nos otorga dignidad y libertad de Reyes.
Y afirmación. Afirmación de nosotros y de la propia vida. Aún a pesar de dolor y la angustia. Aún pesar de la propia estupidez y ofuscación. Más allá de los sin sabores y sufrimientos de la existencia. Afirmación capaz de hacer válida nuestra ventura independientemente de todo lo demás si a través de ella, somos capaces de aún con lágrimas en los ojos, ponernos en pie…
Y si es así, el dios mismo “de la vida embriagadora y el gozo”, vendrá enamorado hasta nosotros. Para ponernos “la corona del norte”. Esa que engalana los cielos boreales y que llegado el esplendor de la primavera, sube hasta lo más alto de su cenit…